México: 1810, 1910, ¿2010?
- LA SEGUNDA REVOLUCIÓN MEXICANA. El líder revolucionario del norte, Pancho Villa (en el centro) y el máximo representante de los campesinos, indígenas y jornaleros sin tierra, Emiliano Zapata (derecha), en el Palacio Presidencial de la Ciudad de México, después de derrocar a Victoriano Huerta, en 1914.
“Si tras el cartel no marcharan decenas
de miles de personas, el texto de
la pancarta que encabeza la nueva
movilización en Oaxaca podría tomarse
con ligereza. ‘Calderón: nos
vemos en el 2010’. Un iracundo Emiliano
Zapata flanquea la leyenda junto
con dos carabinas”. Así describe
una escena de la que fue testigo en
2006 el periodista Diego Osorno en
su libro Oaxaca sitiada, la primera
insurrección del s. XXI. Ya desde entonces
el panorama se presentía tormentoso
para el final de la década.
Desde que nació como Estado, el
décimo año de cada siglo en México
ha estallado una revolución. En 1810,
el país declaró su Independencia de
España, dando inicio a una lucha que
dejó cientos de miles de muertos, en
su mayoría indígenas, y que culminó
en septiembre de 1821. En 1910, se
inició la Revolución Mexicana contra
la dictadura de Porfirio Díaz, la
primera y una de las más grandes revoluciones
agrarias del siglo, una
guerra civil que costaría más de un
millón de muertos. Con una duración
también de una decena de años, que
al final tomó la forma de un régimen
autoritario: el del Partido Revolucionario
Institucional (PRI).
¿Algo semejante podría ocurrir este
año? John Ross, veterano periodista
norteamericano afincado en
México, respondía así en Counterpunch
en noviembre de 2009: “Ya
sea por el ciclo de los 100 años, sea
por una medida del metabolismo político
de México, o por una coincidencia
en los números, esto ha llevado
a los académicos a volver a sus
libros de historia”. Y las similitudes
existen. El historiador José C. Briones,
autor de Crisis del Estado: México
2006, no duda en comparar las
épocas. Hace un siglo la paz de la dictadura
de Díaz se quebró por las jornadas
de lucha de diversos sectores
de los trabajadores, entre las que
destacaron las huelgas de los mineros
en Cananea en 1906 y de los trabajadores
textiles en Río Blanco en
1907. De igual manera, hoy, en el sexenio
de Calderón, las luchas de los
trabajadores en Lázaro Cárdenas y
Pasta de Conchos, los ejidatarios de
Atenco, la población en Oaxaca, han
marcado la resistencia de los de abajo,
pero todas las luchas acabaron en
represión y asesinatos.
También Ross señala que “Calderón,
con dudas aún sobre su elección
en 2006, es tan impopular como
lo fue el dictador Porfirio Díaz cien
años atrás, también en el poder por
medio de fraudes. Además, como el
dictador, está gastando miles de millones
para la puesta en escena de la
celebración del bicentenario, en
medio de circunstancias de crisis
económica y descontento social”.
Juan Caballero, de 109 años, veterano
de la Revolución que se unió a
los 14 años a las fuerzas de Villa, declaraba
a la revista Proceso: “Estamos
rumbo del carajo, no vamos nada
bien. Estamos peor que en 1910.
Hace cien años la gente de alguna
forma tenía para comer en el campo.
Hoy eso se acabó, ya no hay campo y
en las zonas urbanas hay hambre y
desolación”, dice el veterano villista.
Factores para la revolución
Para los analistas las posibilidades
reales de una insurrección deben
ser medidas en función de unas tensiones
objetivas y unas fuerzas subjetivas
que hagan posible o no un
movimiento como los pasados.
Según Ross hoy se dan las condiciones
objetivas para un estallido
social: “México sufre la peor crisis
económica desde la Gran Depresión,
millones de personas están
desempleadas, 72 de los poco más
de 100 millones de mexicanos viven
por debajo o cerca de la pobreza
y la desigualdad de ingresos es
comparable a la de África. Los partidos
son motivo de desconfianza, y
las elecciones son sospechosas de
fraude a pesar de los esfuerzos por
crear una maquinaria electoral moderna
y transparente”, asegura.
A esto hay que añadir que las
principales fuentes de divisas para
el país, el petróleo, las remesas de
los migrantes y el turismo, han caído
de forma grave. El número de
ejecuciones relacionadas con el narcotráfico
ha sufrido un aumento
considerable, hasta una cada hora,
en promedio, durante 2009. Y por si
esto fuera poco, desde finales de
año, una serie de medidas del Gobierno
de carácter impopular suben
los impuestos, encarecen los combustibles,
la energía eléctrica y la canasta
básica de alimentos. Mientras
se destruyen miles de empleos, como
los 44.000 que se perdieron con
un sólo decreto, el que declaró extinta
la empresa pública Luz y
Fuerza del Centro en octubre.
Como argumenta en un artículo
Francisco Gutiérrez Sanín, de la
Universidad Nacional de Colombia,
los tres factores que hacen más proclive
a un país para la emergencia
de la violencia política son la alta
desigualdad, la presencia del narcotráfico
y la represión del régimen.
Posibles actores de un cambio
La oposición armada se encuentra
fragmentada y aislada. En Chiapas,
el EZLN ha tenido éxito en la construcción
de espacios autónomos regionales,
pero sus intentos de extenderse
más allá de su zona de influencia
han fracasado. En los Estados de
Guerrero y Oaxaca, sureños, pobres
con alta presencia indígena y una larga
tradición guerrillera, operan varios
grupos insurgentes, como el
EPR o el ERPI. A diferencia del
EZLN, estos grupos defienden la violencia
revolucionaria y siguen una
estrategia clásica de toma del poder.
Aunque han reivindicado la autoría
de golpes de importancia tienen limitada
capacidad de convocatoria.
La izquierda electoral está representada
por el PRD, un partido enfrascado
en pugnas entre sus facciones,
cada vez más desacreditado y
que ha participado en la represión
de protestas sociales junto al Gobierno
del PAN, y por el movimiento
creado por Andrés Manuel López
Obrador (AMLO). Sin embargo, su
actitud abocada a la vía electoral con
miras en las elecciones presidenciales
de 2012, los hacen poco probables
protagonistas de una revolución
en 2010. Más relevante parece
ser una izquierda aparentemente
desorganizada y que está cada vez
menos conforme con el desempeño
del PRD y el electoralismo de AMLO.
Fueron los que estuvieron en las
multitudinarias marchas en apoyo a
este último en el conflicto postelectoral
de 2006, en las barricadas en
Oaxaca, y apoyando al Sindicato
Mexicano de Electricistas.
Antes de echar las campanas al vuelo
Hay quienes aconsejan
cautela a los entusiastas de
una revolución. El corresponsal
de La Jornada en
Chiapas, Hermann Belinhausen,
piensa que los pronunciamientos
de las autoridades
sobre un eventual
estallido están pavimentando
el camino para un incremento
de la criminalización
de la protesta social, y un
pretexto para una mayor
militarización.
Y otros, los más, desestiman
la idea. El propio John Ross
considera la posibilidad de
muy remota pues “la memoria
de las enormes tragedias
humanas que acompañaron
los procesos iniciados en
1810 y 1910 han hecho a
los mexicanos cautelosos en
lo tocante a la palabra con
‘r’ y al cambio social violento”.
Además, sociólogos
como Nelson Arteaga Botello
consideran que la
sociedad se ha vuelto
cada vez más indiferente
hacia la desigualdad, que
se ve como algo legítimo,
lo que desactivaría uno de
los principales resortes de
una posible revolución.
Como se leía en un número
pasado de El Insurgente, el
medio de comunicación del
EPR, parece que las condiciones
objetivas para hacer
una revolución en 2010
existen, pero las fuerzas
subjetivas que pueden llevarla
a cabo no están cohesionadas
ni consolidadas,
lo que hace una revolución
posible, pero no probable.