La persistencia del colonialismo francés
La vigésimo-tercera cumbre África-
Francia reunió los días 3 y 4 de diciembre
a Jacques Chirac con los 53
jefes de Estado africanos en Bamako,
la capital de Mali. La reunión prueba
que los intereses galos en el continente
negro no sólo se defienden con
presencia militar.
Fue la primera vez que todos los
jefes de Estado de África asisten a
una cumbre África-Francia para reunirse
con su homólogo francés. En el
Elíseo, el palacio presidencial francés,
aseguran que estas conferencias
“permiten reflexionar y expresarse
de manera informal sobre los desafíos
mundiales que conciernen particularmente
al continente y sobre la
mejor manera de tratarlos”.
Sin embargo, la aquiescencia
francesa respecto de algunos regímenes
africanos facilitó que no se
hable, por ejemplo, de procesos políticos
como el vivido en Togo en abril
de este año. Dos meses después de
la muerte del dictador Étienne
Gnassimbé Eyadema, el “amigo de
Francia y amigo personal”, como lo
definió en su día Jacques Chirac, las
elecciones presidenciales del 24 de
abril dieron la victoria al hijo de
quien impusiera su ley y orden durante
38 años, Faure Gnassingbé
Eyadema. El proceso estuvo marcado
por las protestas de opositores al
régimen antes, durante y tras unas
elecciones presidenciales calificadas
de “farsa” por las organizaciones togolesas
e internacionales que trabajan
en pro de los derechos humanos.
La delegación de la UE que presenció
la celebración de los comicios hizo
públicas varias notas confidenciales
relativas a la votación. El texto
de una de ellas todavía pone en entredicho
a Francia: “Estados Unidos
y la Comisión Europea, a diferencia
de Francia, estiman que la elección,
del 24 de abril y la victoria de Faure
Gnassingbé Eyadema han tenido lugar
en condiciones dudosas”.
Tampoco hubo momento en Bamako
para llamar la atención a regímenes
como el del recién reelegido
presidente en Gabón, Omar Bongo.
Este ex oficial del Ejército francés
acapara el poder desde 1967 en un
país cuyo territorio fácilmente podría
ser descrito como un manantial
de petróleo. A pesar del “fraude masivo”
denunciado por los principales
representantes de la oposición los
días que siguieron a los comicios celebrados
el 27 de noviembre, Bongo
proseguirá su andadura en el poder.
El porcentaje de votos a su favor, un
hilarante 79,21%, y su capacidad de
reprimir toda protesta que conteste
los resultados lo legitiman. Antes de
que acabara el mes de noviembre,
Chirac ya había felicitado “sincera y
amistosamente” a Bongo.
La asociación francesa que lucha
contra el apoyo de la República francesa
a los dictadores africanos,
Survie, considera que los jefes de
Estado africanos impopulares en sus
países, como Omar Bongo o Faure
Gnassingbé Eyadema, buscan en
Bamako ganar los favores de la diplomacia
francesa. Francia, por su
parte, quiere “asegurar la cooperación
que mantiene en África”, dicen
en Survie.
François-Xavier Verschave, miembro
fundador y presidente de
Survie hasta su muerte este verano
es, además, autor de una veintena
de ensayos críticos sobre las política
africana de Francia. En uno de
sus últimos libros, Verschave asegura
que las relaciones entre Francia
y África son como un iceberg del
cual el 10% visible se identifica con
las fórmulas de los jefes de Estado
franceses manidas como: “Francia,
el mejor amigo de África, el abogado
de África”. Pero el resto del bloque
de hielo sumergido, explica Verschave,
es todo lo que Francia hace
por que los países africanos sigan
siendo dependientes.
El esfuerzo francés por mantener
esa dependencia se manifiesta en citas
diplomáticas como la de Bamako.
Pero también resulta evidente si se
presta atención a las cifras relativas a
la ayuda del Estado francés al desarrollo
africano y a las que informan
del número de militares franceses
desplegados en el continente. En
2004, la ayuda bilateral ofrecida a los
gobiernos africanos superó los 3.000
millones de euros, de los que más de
la mitad estuvieron destinados a los
Estados del África subsahariana.
Odile Tobner, actual presidenta de
Survie, entiende que todos esos
millones no son una ayuda para el
despegue africano sino más bien un
lastre. Según Tobner, “la cooperación
entre Francia y el continente parecen
la del caballero y el caballo.
Después de las independencias, los
sucesivos gobiernos franceses han
buscado constantemente la manera
de ahogar todo lo que había de vigoroso
y constructivo en África”.
Francia tiene desplegados en África
más de 11.350 soldados: 2.800 en
Djibuti, casi 1.100 en Chad, 1.000 en
Senegal, un millar repartido entre
Centroáfrica, Camerún y la República
Democrática del Congo... sin
embargo, son los 5.200 soldados de
la misión ‘Licorne’ en Costa de Marfil
los que mejor explican cómo Francia
defiende sus intereses en África.
La justificación de la presencia de
esos militares es muy similar a la que
encuentran los desplegados por la
Misión de las Naciones Unidas en
Costa de Marfil (ONUCI), en la que
también participan 200 soldados
franceses. ‘Licorne’ y ONUCI pretenden
“ayudar al buen desarrollo del
proceso de paz” puesto en marcha
entre los rebeldes del norte del país y
los fieles al Gobierno de Abiyán, la
capital económica marfileña. No obstante,
incluso analistas como Phillipe
Hugon, antiguo miembro del Alto
Consejo de la Cooperación Internacional
en Francia, una instancia muy
próxima al primer ministro francés,
habla de “neocolonialismo” cuando
explica la intervención francesa en
Costa de Marfil. “La presencia militar
francesa y la contundente respuesta
de noviembre son, a pesar del mandato
de Naciones Unidas, percibidas
como una forma de mantener las relaciones
neocoloniales”, asegura
Hugon. Este reputado analista califica
de “contundente”, lo que para la
ONG multinacional Amnistía Internacional
es una utilización “de la
fuerza de manera excesiva y desproporcionada”,
según se lee en un informe
realizado por la organización
sobre la crisis que hace un año vivió
Costa de Marfil. En noviembre de
2004, la forma en la que Francia puso
paz entre rebeldes y patriotas marfileños
trajo consigo la destrucción de
toda la aviación costamarfileña. Los
desmanes no se quedaron ahí, el día
9 de ese mismo mes, una patrulla de
soldados franceses disparó sobre un
grupo de manifestantes que mostraba
su apoyo al presidente del país,
Laurent Gbagbo. La impunidad de la
que han gozado los autores de los disparos
de esos días contrasta con el
presumible castigo que la justicia militar
francesa podría imponer a cuatro
de sus militares, tres soldados y
un general, a los que se juzga en la
actualidad por su supuesta participaron
en la muerte del ciudadano marfileño
Firmin Mahé.
Lo ocurrido en Costa de Marfil es
una muestra más de que la República
francesa no ha “perdido África”,
como escribe en su último libro
Stephen Smith, el reportero de los
medios corporativos franceses Libération
y Le Monde. Es más, se podría
decir que Francia se opone con
fiereza a perder su influencia en el
continente.