La gente de viaje
Al
igual que Berlusconi , que desmanteló
los campamentos de gitanos en
2008, dice que las personas de etnia
romaní son una amenaza para la seguridad
y los expulsa para tranquilizar
a sus votantes. Eso sí, a cada
adulto le pone 300 euros en el bolsillo
y le da cien más por cada niño
que tenga a su cuidado.
Los gitanos que aparecen en esta
página antes que nada prefieren que
se use el término de roms para hablar
de ellos. Este es el nombre de su
pueblo errante y estigmatizado desde
siempre. Terente Ciobotaru es el
patriarca de una prole que se estableció
hace más de 20 años en Francia.
Pese a eso, no habla nada de
francés. Todos sus hijos llevan nombres
rumanos, excepto aquel que nació
en Francia, que se llama París.
Esta familia vivía en Hanul, uno de
los asentamientos gitanos más antiguos
de París, donde habitaban 400
personas. Tenían de todo. El Ayuntamiento
les abastecía de agua y cada
familia disponía de un motor para
generar electricidad en sus barracas.
Una mañana el ruido de los motores
dejó de sonar y fueron desalojados.
Una verja se levantó alrededor del
campamento. Fue imposible volver a
establecerse allí y tuvieron que esperar
un mes para que el Ayuntamiento
les dejara ocupar otro sitio: tres terrenos
llanos, sin agua y sin luz, en
Saint Denis, un municipio en la periferia
de París donde viven otros colectivos
marginados en casas que se
alquilan aunque tienen el aviso de
derribo en el portal.
Terente y su familia vivieron aquel
mes dentro de su furgoneta. La vida
no siguió igual porque no podía usar
el vehículo para recoger chatarra y
tuvo que retirar a su hija menor de la
escuela porque iban de un sitio a
otro. Pero aún con las incomodidades
no estaban dispuestos a marcharse
de Francia y como tampoco
tenían cuentas pendientes con la justicia
no podían echarlos.
Un total de 128 personas de Hanul
fueron realojadas en esos terrenos
de Saint Denis. Recolectaron tablones,
puertas, ventanas, alfombras,
lonas rotas, parasoles y aquello que
podían para poner de pie sus barracas.
Estas fotos corresponden a ese
momento, cuando los hombres se levantan
por la mañana para encender
el fuego del campamento, lavarse la
cara y tomar un café antes de volver
a unir con clavos las partes de sus
nuevas casas. Y cuando las mujeres
van a dejar a los niños al colegio y
vuelven a cocinar por turnos sobre el
mismo fuego que se apagará cuando
termine el día.