¿Dejar atrás a CC OO y UGT?
- Foto: Diego González Sanz
La principal razón que da
cuenta de la posibilidad
de que los sindicatos
mayoritarios se vean superados,
en su acción, en los meses
venideros no es otra que las
limitaciones que acosan a CC OO
y UGT. Y es que en las direcciones
de estos dos sindicatos no se
aprecia ninguna capacidad de
respuesta que no pase por cumplir
burocráticamente con el expediente
de las protestas.
El escenario mencionado se ve
marcado, en una clave temporal
de largo aliento, por un permanente
retroceso de los dos sindicatos
mayoritarios. En las últimas
semanas las cúpulas de éstos se
han contentado con demandar
del PP algún gesto que les permitiese
eludir la convocatoria de
una huelga general que, con toda
evidencia, preferían esquivar.
Conscientes de su maltrecha capacidad
de movilización, son hoy
víctimas de su conducta de los
dos últimos decenios. Lo malo es
que ningún gesto menor contribuirá
a cancelar el vigor de lo
principal: al tiempo que la negociación
colectiva, vital para dar
sentido al trabajo de CC OO y
UGT, parece herida de muerte y
mientras se perciben agresiones
contra el propio derecho de huelga,
en otro terreno los parados,
cada vez más numerosos, a duras
penas se sienten reconocidos –no
puede ser de otra manera– en los
sindicatos mayoritarios.
La desesperación que lo anterior
provoca se traduce a menudo
en un deseo descarnado de preservar
una primacía que se considera
en peligro. Al amparo de ese
deseo se han multiplicado los codazos
y las acusaciones de sectarismo
y divisionismo lanzadas
contra otras fuerzas sindicales
competidoras. A título provisional
sólo hay un dato moderadamente
halagüeño para CC OO y UGT: faltan
las noticias que den cuenta de
movimientos serios de contestación
en la base de esos sindicatos.
Aunque sus direcciones pueden
sentirse moderadamente cómodas,
es fácil adivinar lo que lo anterior
significa de cara al futuro.
Supongo que en último término
a Fernández Toxo y a Méndez la
situación presente les produce,
por encima de todo, perplejidad.
No acaban de entender que un
Gobierno de la derecha rompa un
acuerdo entre caballeros que, mal
que bien, pedía de CC OO y UGT
moderación en sus demandas, y
acatamiento cabal del orden existente,
a cambio de preservar razonablemente
incólume la financiación
pública de esos dos sindicatos.
Y alguna razón, por una vez,
no les falta: parece como si el PP
no hubiese percibido que la conflictividad
laboral es sensiblemente
menor donde esos sindicatos se
mueven a sus anchas.
El escenario que acabo de mal
describir parece singularmente
propicio para que ganen terreno
opciones sindicales, o parasindicales,
más radicales y comprometidas.
En una consideración general
esas opciones son tres. La primera
la ofrece el sindicalismo de
corte nacionalista que, con peso
innegable en el País Vasco y
Galicia, se halla presente también
en Cataluña y Andalucía. Aunque
más contestatario y luchador que
lo que hoy suponen CC OO y UGT,
lo suyo es recelar en lo que respecta
a la voluntad que muchas de estas
fuerzas, a la defensiva, muestran
en lo que se refiere a la superación
de propuestas de cariz estrictamente
socialdemócrata.
La segunda opción llega de la
mano del sindicalismo alternativo,
en la mayoría de los lugares
anarcosindicalista. Los últimos
meses lo han sido en este mundo
de compás de espera, entre la incertidumbre
relativa a lo que estaban
llamados a hacer los sindicatos mayoritarios
y una parsimonia
que en algún caso esconde dudas
sobre la propia militancia. La tercera
y última opción, en fin, llega
de la mano de instancias como el
15M, de muy precaria presencia
en el mundo del trabajo (aunque
no falten los asalariados que son
quincemayistas de fin de semana).
Salta a la vista que este tipo de
movimientos aporta, en su heterogeneidad,
activos interesantes para
la contestación. Ahí están la
presencia masiva de jóvenes parados
y precarios, el designio de extender
las protestas al terreno del
consumo y una capacidad de movilización
que, digan lo que digan,
no ha menguado.
No es difícil resumir la tarea mayor
que queda por delante en un
momento, el presente, en el que
muchos de los integrantes de las
clases medias en proceso de desclasamiento
han abrazado un discurso
radical mientras la mayoría
de quienes disponen de un trabajo
parecen atenazados, sin más, por
el miedo: la obligación estriba en
sumar los activos que proceden de
esa clase media desclasada y
de los sectores resistentes del movimiento
obrero de siempre.
Conseguirlo no es sencillo.
Recuperar, para ello, el significado
de dos palabras, explotación y
alienación, prematuramente arrinconadas,
parece ineludible.
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