Campeones de Europa, expulsados de la economía formal
El domingo por la noche, mientras que los hogares, las plazas y los bares de Portugal y Francia palpitaban durante los interminables 122 minutos del final de la Eurocopa, lo que ardía no eran solamente los ánimos de los espectadores, sino también algunas motos y coches poco distantes de la Tour Eiffel.
Los infatigables “casseurs” no se han dejado distraer por el fútbol ni por el sentimiento nacionalista generalizado, y han encontrado en la efervescencia futbolística un bon ambiance para seguir apropiándose con insolencia del espacio público hipersegurizado. Los partidos de la Eurocopa han sido disputados, de hecho, en una Francia agitada por los disturbios y las manifestaciones de protesta contra la Loi Travail, el discutido proyecto de reforma del Derecho Laboral francés, dirigido a favorecer los despidos y erosionar el sistema de derechos y protecciones sociales de los trabajadores de la Republique.
Mientras tanto, unos millares de kilómetros más allá, la alegría y el entusiasmo generados por la victoria casi inesperada de Portugal han sido celebrados no solamente por decenas de millares de portugueses que han invadido las calles con ganas de juerga, sino también por un pequeño ejército de trabajadores informales. Pequeños comerciantes callejeros, a los pocos minutos después del final del partido, también se apropiaban del espacio público, en las plazas y calles más céntricas, para exhibir su mercancía –sobre todo camisetas y banderas de Portugal– y aprovechar de la noche de fiesta para un turno de trabajo extra.
Lo que quizás más impacta de la victoria del Portugal es, de hecho, esta especie de revancha en estilo David contra Goliat. Más allá del fútbol, de hecho, el partido de final de Eurocopa también se podía leer como la disputa entre uno de los países más pobres de Europa contra uno de los más ricos.
Desde afuera es difícil en efecto imaginar como los habitantes de Portugal, un país con una disminución del PIB tan marcada y unas tasas de desempleo tan elevada, puedan mantener sus hogares día tras día. Las cosas se entienden mejor cuando conseguimos descifrar los datos sobre economía informal o sumergida, que en Portugal va creciendo paralelamente a la disminución del PIB. Los estudiosos de ciencias económicas y sociales de hecho ya han señalado la relación de causa-efecto entre los momentos de crisis y el aumento de la informalidad económica.
Tampoco es difícil reconocer que la economía sumergida no es sino una respuesta obvia al paro, una estrategia para permitir el sustentamiento material de aquellos sectores de la población expulsado del mercado del trabajo formal. La venta ambulante clandestina, la contratación de trabajadores en negro o simplemente la prestación de servicios sin emisión de factura representan expedientes básicos y bien conocidos que permiten reducir los gastos para acceder al espacio comercial.
Así, mientras que en Francia se manifiesta contra la precarización del trabajo, en Portugal los trabajadores ya precarios celebran la Eurocopa tomando las calles para sacarse un dinero extra trabajando en una noche de fiesta. Mientras en Francia el gobierno intenta imponer una retroceso durísimo en las condiciones de trabajo, el gobierno portugués promueve medidas para incentivar las emisiones de facturas (incluida la así llamada “fatura da sorte”, una suerte de premio nacional por sorteo, similar a una lotería, asociado a los números de las facturas – el premio es un Audi A4).
Comparar las economías de Grecia, Portugal, España e Italia, los países de la Europa del sur, con las tendencias generales europeas resulta en este sentido un ejercicio interesante. A pesar de ser tradicionalmente representados como unos países “en riesgo”, estas “ovejas negras” del sur de Europa no hacen sino seguir, de forma más acentuada, una tendencias registradas en todo el continente: aumento del desempleo, aumento de trabajos precarios y temporales, aumento de la deuda pública, aumento de los desahucios, aumento de la emigración hacia el extranjero. Grecia, España, Portugal son quizás solamente ejemplos mayores de unas tendencias que afectan a toda la zona euro.
Por otro lado, es bien sabido cómo las medidas de austeridad no solo no han frenado la crisis sino que probablemente han contribuido a su expansión. Retomando una brillante intuición de la socióloga Sasskia Sassen, resulta legítimo preguntarse si las recetas impuestas para las autoridades financieras internacionales, implementadas por los gobiernos nacionales, no hayan sido sino una forma de “expulsar” del espacio económico formal amplios sectores de población y del pequeño negocio, relegándoles al espacio de una economía sumergida. El espacio económico formal se habría por lo tanto reducido, mientras que habría crecido en paralelo un espacio “sombra” no detectado por los indicadores estadísticos (condición necesaria para poder volver a “resetear” los indicadores económicos tradicionales, volver a hablar de crecimiento del PIB u otras tendencias “positivas”, a expensas de ancianos, jóvenes, desempleados, precarios).
En la final de la Eurocopa como en la vida cotidiana, son los pequeños detalles los que nos permiten captar y entender dinámicas sociales más amplias, incluso las que se escapan a los indicadores estadísticos. Unas pocas motos y un coche quemados en París cerca de la mega pantalla de la fan zone de la Tour Eiffel. Unos vendedores ambulantes en las calles de Oporto en la noche de fiesta. Por encima de todo, el gran circo del fútbol nos permite olvidar una vez más nuestros pesares y los malabarismos que tenemos que hacer cada día para poder llegar a final de mes.