¿Qué haces Trias?
Estos días nos encontramos en Barcelona con una amplia campaña de publicidad institucional que nos invita a recuperar el espacio público urbano del Paseo de Gràcia y la Diagonal para uso ciudadano. La apuesta, impulsada desde el Ayuntamiento, persigue dinamizar esta área de la ciudad durante 16 domingos continuos, desde mediados de marzo hasta finales de junio, en base a una serie de actividades (caminatas de marcha nórdica, conciertos, paseos en bicicleta, exposiciones, itinerarios culturales, la instalación de nuevo mobiliario urbano, la celebración del día de la tapa, vermuts con música, etc.) y cuenta con un presupuesto total de 371.000 euros a razón de 12.000 euros por domingo.
Más allá de la necesidad, o no, de invertir esta cuantía de dinero en el desarrollo de una serie de acciones de carácter lúdico-festivo y del coste de oportunidad que supone no gastarlo en otras zonas y sectores de Barcelona que presentan una mayor necesidad -no olvidemos que, según el Sindic de Greuges, unos 50.000 niños y niñas en toda Catalunya sufren malnutrición, o que la ciudad cuenta con distritos enteros, como Nou Barris, donde se producen hasta 16 desahucios diarios-, y a riesgo de que me llamen demagogo cuando, según datos municipales, el Gobierno de Trias ha incrementado el presupuesto destinado a servicios sociales en más de un 43% en los últimos cuatro años, no puedo evitar preguntarme: ¿Qué haces Trias?
Para encontrar una respuesta a esta pregunta podemos partir de la hipótesis, más o menos fabulosa, de que el actual Ayuntamiento barcelonés es un gran fan de la apropiación pública y popular de la ciudad. Así se podría explicar que se financie y se fomente la ocupación de viarios y aceras por parte de la ciudadanía, cerrando, además, amplios e importantes sectores de la ciudad a la circulación de los vehículos privados. Sin embargo, algunas señales, aquí y allá, nos hacen dudar de que esta sea la apuesta real de la institución municipal.
Si por algo se han caracterizado los últimos Gobiernos de Barcelona, independientemente de su color político, ha sido por avanzar precisamente en dirección contraria. Prueba de ello es, sin duda, el hecho de que Barcelona ha sido la primera de las grandes ciudades del Estado español en contar con una ordenanza municipal, altamente restrictiva, que pretende regular cada uno de los aspectos y actividades que pudieran llevarse a cabo en su espacio urbano. Desde penar y limitar la venta y el consumo de alcohol en público, hasta la necesidad de pedir permisos municipales para celebrar cumpleaños infantiles en los parques y jardines de la ciudad. Esta tendencia al control y la privatización del espacio urbano se ha visto acelerada con la entrada en las instituciones locales de Convergència i Unió (CiU). Entre otras cuestiones, el partido nacionalista ha encontrado en la venta, a bares y restaurantes, de las aceras de nuestras plazas y calles, un nuevo maná desde donde, conjuntamente con el sector privado inmobiliario y turístico, extraer provechosamente las plusvalías producidas por la ciudad. El incremento en el número de terrazas ha sido exponencial y los conflictos manifestados, nuevas versiones de la eterna disputa entre el valor de uso y el valor de cambio, casi continuos. Es por cosas como estas que se nos presentarían ciertas dudas sobre las verdaderas intenciones del Gobierno municipal a la hora de plantear esta recuperación del espacio urbano.
Como contraposición, yo soy de los que piensa que esta iniciativa perseguiría, tal vez, todo lo contrario. A través de un discurso de cierto carácter progresista, el de la recuperación ciudadana del espacio de la ciudad, paradójicamente no se escondería más que una nueva vuelta de tuerca a la privatización de la misma. Con el agravante de que, además, lo estamos pagando entre todos. Porque no me digáis que no es ciertamente sospechoso que se lleven a cabo estas actividades en la Milla de Oro barcelonesa, el Paseo de Gràcia, y en la propia Diagonal, objeto de transformación urbanística en las últimas semanas. El primero, además de contar con algunas de las firmas de lujo más reconocidas y piezas turísticas de renombre como la Casa Batlló o la Pedrera, es objeto reciente de experimentación con algunas de las medidas de la Barcelona Smart City, como las Smartquesinas, 8 paneles informativos situados en algunas paradas de los autobuses urbanos que han costado 560.000 euros. Y la segunda, con una remodelación muy controvertida mediada por la asociación de comerciantes de la zona, que verá ampliar sus aceras para la disposición de terrazas. Ambas actuaciones se ven necesitadas de la aceptación popular para calmar unos ánimos vecinales ciertamente encendidos en vísperas de unas elecciones locales.
Así que, a la pregunta de "¿Qué haces Trias?", yo respondería sencilla y llanamente con un "Lo de siempre".