Ciudad y cultura neoliberal en Barcelona
A estas alturas, decir ciudad neoliberal debería sonar ya a pleonasmo. Aunque, sin duda, hay ciudades donde las dinámicas de esta nueva versión del capitalismo han llegado a manifestar un fuerte protagonismo, como Nueva York, Londres o Tokio. En el Estado español no nos quedamos atrás y tenemos el ejemplo paradigmático de Barcelona como auténtico laboratorio urbano de aplicación de medidas neoliberales.
Decía Lévi-Strauss que la cultura es, básicamente, el conjunto de relaciones que los hombres y mujeres de una civilización mantienen con el mundo en el que viven. Bien, siguiendo esta definición de cultura, la forma en la que hoy día nos relacionamos con nuestro entorno, mediados por el sistema socioeconómico que nos rige, es una cultura profundamente individualista a la que podríamos llamar neoliberal. Entre las cuestiones argüidas por las élites intelectuales, políticas y económicas que comenzaron a desmontar el Estado keynesiano a mediados de los 70s, se encontraba el hecho de que, precisamente, para volver a poner en marcha un sistema empantanado por la crisis era ineludible modificar esa forma de relacionarnos entre nosotros y con el mundo. Era necesario cambiar de cultura. Para ello, entre otras cuestiones, había que acabar con las regulaciones, normas y leyes que frenaban la libre circulación, en el espacio y el tiempo, del capital. Éste pasaría a tomar el control de todos los aspectos de nuestra vida y una nueva figura debía emerger como estrella absoluta, el individuo, desapareciendo todo llamado a lo colectivo. Tal y como afirmó Margaret Thatcher, there is not such thing as society.
En el medio de reproducción social que es la ciudad, esta cultura neoliberal equivaldría, entre otras cuestiones, a abrir todos aquellos nichos de actividad que permanecían más o menos cerrados –sanidad, vivienda, educación, servicios sociales, etc.- a la intervención del mercado. Comenzaba, así, una carrera internacional por la atracción de los capitales liberados en busca de mejor y mayores retornos para sus inversiones. Barcelona, durante los últimos años del franquismo, ya había sido un verdadero Caballo de Troya de estas políticas, liderando la apuesta por las grandes transformaciones urbanísticas y la venta de la ciudad como escenario ideal para la celebración de Ferias y Congresos. Ya bajo la democracia, esta trayectoria continuó profundizando su carácter turístico y llegando, incluso, a celebrar dos importantes megaeventos -los Juegos Olímpicos del 92 y el Fòrum de les Cultures de 2004- como excusa perfecta para la realización de grandes metamorfosis especulativas. Esta trayectoria tuvo un drástico y momentáneo parón con la crisis desencadenada a finales de la pasada década en el Occidente capitalista, algo a lo que, en nuestro entorno más cercano, hemos pasado a denominar, de forma bastante errónea, Crisis del Ladrillo.
Sin embargo, todo apunta a que comienza a ponerse de nuevo en marcha. Los últimos indicadores muestran que, por ejemplo, la actividad en el mercado inmobiliario se ha reiniciado, claro que con características bien distintas. Si hace unos años la vivienda era el objetivo estrella del capital en sus inversiones en la ciudad -donde las familias se endeudaban a remolque de unos tipos de interés muy bajos y unas engañosas facilidades ofrecidas por las entidades bancarias- hoy en día es el turismo el que aparece como el nuevo maná de la rentabilidad. Como nos señala el geógrafo Albert Arias, el turismo se ha convertido en la excusa para continuar ejerciendo prácticas rentistas y especulativas con el suelo urbano. La compra de vivienda y edificios para el mercado turístico en forma de apartamento es trending topic en el centro de la ciudad y cuenta con la ayuda, además, de supuestas herramientas de economía colaborativa, como Airbnb. Las rentabilidades rondan el 5%, en un contexto de deflación general, con el añadido de que el turista paga por adelantado y realiza estancias cortas. Todo un paraíso para los inversores.
Ahora bien, para finalizar podemos plantearnos dos cuestiones distintas y fundamentales, ¿cuándo estallará esta nueva burbuja?, y ¿obtendrán el respaldo necesario, y serán lo suficientemente valientes, algunas de las iniciativas políticas que están apareciendo a nivel municipal como para poner en marcha propuestas alternativas? Lo que sí es bien seguro es que el diseño del futuro de nuestras ciudades, así como la salida de esta crisis, muestra un necesario cambio de cultura, la cultura de lo colectivo.
De Ateneu a pisos para turistas
Hace unas semanas escribía, al pie de un artículo, que el popular Ateneu Octubre del barrio del Poblenou, en Barcelona, estaba a punto de cerrar sus puertas debido al incremento del alquiler impuesto por los nuevos propietarios. Hoy sabemos que la empresa que ha adquirido el edificio, la Promotora Elix, podría tener entre sus objetivos la conversión de algunas de las viviendas en apartamentos turísticos.
Afortunadamente, los compañeros del Octubre continuarán con sus innumerables actividades sociales, culturales y políticas en otra ubicación del barrio.