A propósito de Hong Kong
Llevamos dos semanas de movilizaciones. Una de huelga estudiantil y otra del llamado “movimiento de los paraguas”. Denominarlo “revolución”parece un poco excesivo. El domingo retomaron las negociaciones la Federación de Estudiantes Universitarios (HKFS) y el Gobierno de la Región Autónoma Especial (SAR) de Hong Kong. Estaban congeladas desde el viernes debido a que grupos anti-occupy habían entrado en escena agrediendo a manifestantes e intentando desmantelar las ocupaciones gracias a la pasiva complicidad de la policía. A raíz de ello, el domingo, mientras paseaba por varios de los puntos neurálgicos del movimiento, pensaba en la cuestión de los múltiples actores involucrados en un movimiento social y en la necesaria contextualización que se requiere para entenderlos más allá de bucear en ellos etnográficamente, como suele ser mi preferencia.
La versión más simplificadora consistiría en centrarse en dos actores: por lo general, una organización que lidera el movimiento y las autoridades estatales (en alguna de sus instancias municipales, regionales o nacionales, según el caso). Las últimas noticias al respecto de las negociaciones en Hong Kong indican bien esa polaridad. Sin embargo, en seguida cabe preguntarse ¿qué ocurre con Scholarism (la otra organización fuerte en la enseñanza secundaria) y con OCLP (Occupy Central with Love and Peace), que llevan más de un año preparando el terreno de la “desobediencia civil” por la democracia? En concreto, OCLP anunció el último día de la huelga estudiantil que Occupy Central empezaba ese mismo domingo, lo que irritó a muchos al entenderlo como una rivalidad de protagonismos. En realidad, se han ocupado cuatro zonas de la ciudad (aunque la de Canton Road ha sido efímera) y ninguna en Central. En el presente caso no hay muchas divergencias entre esos grupos en cuanto a algunos objetivos inmediatos de la protesta (el sufragio universal con “nominación pública” de candidatos), pero ni hay un frente orgánico de grupos unidos ni los conflictos entre ellos por representar a todo el movimiento y a la ciudadanía en general se saldan de un plumazo. Algo semejante ocurrió tras el éxito de la movilización en 2003 que paralizó el intento del Gobierno autónomo de desarrollar el artículo 23 de la miniconstitución (Basic Law) relativo a los delitos de alteración del orden público y la “seguridad nacional”. La exitosa coalición de organizaciones se fragmentó rápidamente. Eso sí, se llevó por delante a dos ministros y al presidente del Gobierno, TungCheeHwa, que dimitió meses después sin aclarar en qué medida fue empujado a ello por el movimiento.
¿Y en qué posición se encuentra el actual Gobierno de C.Y. Leung? Evidentemente, muy debilitado, pero no está solo. Es decir que tiene al PCCh (Partido Comunista Chino) por detrás, no se sabe si respaldándole, si soplándole en la nuca lo que debe hacer o si preparándole la caída. C.Y. Leung fue elegido con 689 votos de los 1.200 miembros que componen el comité de nominación y, hasta ahora, también de selección del principal jefe ejecutivo de la SAR. Por eso hemos visto en las calles tantas veces el número 689 exigiéndole que cambie de trabajo. Desde que fue elegido no ha perdido el sambenito de ser un miembro del PCCh en la clandestinidad, pues ni ese partido existe en Hong Kong ni, extrañamente, la Basic Law permite que el presidente esté afiliado a ningún partido político. La cuestión de fondo es cuán autónomo es el equipo de gobierno y la propia SAR. El PCCh no quiere perder su privilegio de refrendar en última instancia, lo que supone un veto en la práctica al presidente electo. Y sus portavoces han dejado claro en multitud de ocasiones que debe ser alguien “que ame a Hong Kong y que ame a China”. Con ese lenguaje críptico que usan en el resto de su propaganda (piénsese en su retórica habitual en pos de la “sociedad en armonía” cuando todo el mundo sabe lo gangrenada que se halla por su corrupción galopante) simplemente amenazan: no aceptarán a un presidente que se oponga a las políticas e instrucciones emanadas del PCCh. Autonomía sí, pero hasta cierto punto.
¿Se opone el movimiento de los paraguas al PCCh? Sin duda, pero lo hace intentando derribar a quien considera su bufón en Hong Kong, C.Y. Leung. Esto significa, pues, que lo que está en juego en este conflicto no sólo es conseguir la nominación cívica de candidatos a presidente y el sufragio universal para los residentes permanentes (poco se dice de los residentes no permanentes por menos de siete años, o de las trabajadoras domésticas extranjeras, que ni siquiera tienen derecho a residir en una vivienda propia distinta a la de sus empleadores). Se pretende consolidar la autonomía de la SAR, desarrollarla y, sobre todo, erigirla como barrera de contención a las injerencias habituales del PCCh. En este sentido, muchas voces han recriminado estos días el mutismo del Reino Unido, que, con Margaret Thatcher en la presidencia, firmó con Pekín la declaración conjunta de 1984 por la que se acordaba la transferencia de soberanía de su colonia a China en 1997 bajo el modelo “un país, dos sistemas”. El acuerdo se depositó en las Naciones Unidas y se supone que ambas partes siguen siendo responsables de su observación y seguimiento. Pero China a día de hoy está muy crecida y no deja de advertir al Reino Unido y al resto de la comunidad internacional de que no permitirá que se inmiscuyan en sus “asuntos internos”.
Si volvemos a rebuscar en el baúl de los recuerdos es importante señalar que durante el período colonial (1841-1997), Hong Kong fue también un “territorio refugio” de quienes no hallaban acomodo en China o en países adyacentes. Con el triunfo del PCCh en 1949, a Hong Kong llegó un considerable flujo de inmigración anticomunista por ideología o por poner a buen recaudo sus capitales móviles, puesto que los inmuebles les solían ser incautados. También consolidó en la colonia a numerosas congregaciones religiosas prohibidas en China y que hoy en día gestionan una gran parte del pastel educativo de Hong Kong. Uno de los tres líderes de OCLP es una figura religiosa destacada y en las ocupaciones de esta última semana he visto algunos muchos corrillos con simbología cristiana donde se rezaba y cantaba. Aunque el control político y económico seguía en manos de la metrópolis inglesa y sus élites, la reforma económica en China desde comienzo de 1980 azuzó el desarrollo industrial de Hong Kong, que ya estaba en marcha como incipiente “trige asiático” y enclave neoliberal.
Evidentemente, por entonces no había democracia ni en China ni en Hong Kong, aunque, a su manera, las élites de cada lado adujeran que ejercían su singular modelo de democracia “popular” y “colonial”, respectivamente. Eso no impidió un nuevo flujo de inmigración a la colonia motivada, sobre todo, por el diferencial económico entre ambas zonas y los pocos kilómetros y obstáculos que se hallaban entre la primera “zona económica especial” creada por el PCCh en Shenzen y el paraíso colonial de la libre empresa en Hong Kong. De los más de siete millones de residentes en Hong Kong (y otros tantos como turistas cada año), una gran parte de su clase obrera procede de esos flujos migratorios actuales. ¿Estamos, pues, sólo ante una típica revuelta estudiantil de clase media que reproduce los valores básicos de la democracia liberal que nunca han perturbado los negocios en Hong Kong? ¿Qué modelo de democracia quiere esa inmensa fuerza de trabajo atrapada en bajos salarios a ambos lados de la frontera? ¿Y están acaso bien representadas por las organizaciones de estudiantes todas las personas que han tomado las calles y contribuido con su trabajo militante y su presencia a tensar las cuerdas de este frágil sistema político?Apostillemos también que la Basic Law tiene una vigencia de 50 años y que la generación más joven teme, ante todo, que después de 2047 les toque acatar “un solo país, un solo sistema” sin disfrutar de ventanas de oportunidad para la protesta como las actuales, absolutamente imposibles en la China actual y con el precio de enormes costes represivos.
Taiwán
Y me debo remitir también a Taiwán. El ascenso en el poder político y militar de China está fraguando nuevos conflictos internacionales a su alrededor (con Japón, Filipinas, etc.) y empeorando otras contiendas internas (en Xinjiang y Tíbet, sobre todo, pero también protestas medioambientales y laborales). Sin embargo, es Taiwán el hueso duro que el PCCh no ha podido roer hasta hace poco. El último presidente electo en Taiwán, Ma Ying-jeou, ha exasperado a su población más independentista al tratar de estrechar vínculos con Pekín. La fórmula “un país, dos sistemas” es la que el PCCh le ha ofrecido a Taiwán para reintegrarse en la madre patria de nuevo, tras la barrera militar que los nacionalistas replegados, con el apoyo de Estados Unidos, erigieron entre la antigua isla de Formosa y el continente. Pero allí no se fían y no pierden detalle de lo que sucede en Hong Kong. Este último año han sido también estudiantes quienes protagonizaron en Taiwán un movimiento social de oposición a su Ma y al PCCh usando el color amarillo y el símbolo del girasol como sus señas de identidad. De una manera audaz y pacífica fueron capaces de ocupar la sede parlamentaria durante 23 días y conseguir que se aprobase una legislación transparente para regular las relaciones entre Taiwán y China. Los estudiantes en Hong Kong han retomado el mismo color amarillo en su iconografía no menos que su ejemplo e intenciones de asaltar las máximas instituciones.
Por último, tanto en Taiwán como en Hong Kong hemos podido observar que estos movimientos prodemocracia o, como yo prefiero denominarlos, proautonomía han sido atacados por contramovimientos en los que la mano oculta del PCCh se intuye como probable instigadora. En particular, al menos en dos de las ocupaciones de Hong Kong, CausewayBay y MongKok, varias decenas de personas, algunas portando lazos azules “en defensa de la policía”, han causado varias decenas de personas heridas y se dedicaron a romper todo a su paso. Algunos vídeos divulgados por las redes sociales y declaraciones a la prensa han probado que varios de ellos tenían antecedentes criminales y que casi todos fueron remunerados para reventar las ocupaciones y su imagen pacifista. Efectivos policiales que estaban próximos les dejaron hacer y sólo detuvieron a algunos de ellos poco después. La excusa era perfecta para que las ocupaciones se llenasen de presencia policial en las siguientes horas (algo reclamado como protección, también por la HKFS) y se levantasen algunas de las barricadas. El rector de mi universidad hizo público un comunicado inmediato llamando a todos los estudiantes a abandonar la movilización para evitar males mayores. C.Y. Leung también usó ese pretexto para exigir el abandono de las protestas. No lo han conseguido, por ahora, aunque uno de los flancos del movimiento ha sido dañado. En todo caso, no hay movimiento que no tenga que lidiar con algún tipo de contramovimiento. En Hong Kong, de hecho, un profesor universitario lleva meses abanderando una campaña denominada “Minoría Silenciosa” (SM), cuyo único propósito es neutralizar a OCLP. En una de las manifestaciones que convocó SM, varios medios de comunicación lo ridiculizaron al entrevistar a numerosos asistentes que declaraban no saber por qué estaban allí y que habían sido conducidos por agentes turísticos.
En conclusión, nos ilumina poco acercarnos a los movimientos sociales tan sólo considerando dos partes en litigio. Menos aún cuando es la policía la única cara y dientes que muestran los poderes públicos y los privados más ocultos a quienes defienden. La prensa, en sus distintas facetas e intereses, marca también una buena porción del terreno. Y una perspectiva de clase e histórica, como he sugerido de forma muy sumaria aquí, nos puede a ayudar a entender si estamos ante juegos no institucionales para un reemplazo de élites o ante demandas profundas de una mejor democracia con mayores dosis de igualdad económica.