Una V plena de voluntad
Olga y Ramón apenas han tenido que coger un tren de cercanías para llegar a Barcelona. Ambos llevan camisetas amarillas, como muchos de los que han venido hasta la capital catalana el día 11 de Septiembre. Otros tantos las llevan de color rojo, una combinación que, horas después, exactamente a las 17.14 de la tarde, creará una enorme senyera en forma de V sobre la Gran Via y la Diagonal barcelonesa. Pero las camisetas de esta pareja de Sabadell llevan escrito otro mensaje: SOS Enseyament Públic i de Qualitat. Son las prendas identificativas de una de las mareas ciudadanas que, desde hace cuatro años, ocupa las calles en defensa de la escuela pública. Un símbolo de una lucha social concreta en el gran día de una reivindicación transversal: la del derecho a decidir.
Por mucho que los turistas --decorado inamovible de esta ciudad-- no entiendan muy bien lo que ocurre, Barcelona se está preparando para una movilización histórica, al nivel o por encima de las vividas en el año 2010 tras la sentencia contra el Estatut y en las dos Diadas precedentes, en el 2012 y el 2013. “Se trata de una oportunidad para cambiar las cosas”, afirman Olga y Ramón. Lo dicen con incertidumbre y ninguna seguridad de que el 9 de Noviembre --fecha programada para que los catalanes y catalanas decidan si quieren conformar un nuevo Estado y si éste debe ser independiente-- finalmente puedan llegar a votar. Tampoco ven claro que una supuesta emancipación de las instituciones españolas vaya a solucionar, con total seguridad, los males que esta sociedad, como muchas otras de su entorno, padece a día de hoy.
En cambio esta pareja sí cree que, aunque sea pequeña, una ventana a la esperanza se puede abrir si Cataluña consigue un mayor grado de soberanía. La confianza en que esto ocurra bajo el gobierno de Madrid es, sin embargo, nula. Al igual que ellos, un grupo de jóvenes de Granollers opina que “es la gente la que está tirando del proceso hacia adelante”. Los partidos políticos --catalanes, se sobreentiende, de los españoles ya no esperan nada-- se han subido al tren que la sociedad civil catalana puso a toda máquina tras el rechazo del Tribunal Constitucional a un estatuto refrendado por una amplia mayoría.
Las opiniones sobre partidos como CIU o Esquerra Republicana de Catalunya son variables, pero la sensación es que, al menos hoy, el papel de estas formaciones y sus líderes importa poco. “Nuestro trabajo [el de la ciudadanía] ya lo estamos haciendo”, comentará al final de la tarde una de las voluntarias de la Assemblea Nacional Catalana (ANC) --organización convocante, junto a Òmnium Cultural, de la gran V de este año--.
Una marea estelada
A las 15.00, el centro de la ciudad ya está coloreado por el amarillo, el rojo y el azul de la bandera independentista catalana. Desde las mascotas hasta los carritos de bebé van ataviados con los colores de la estelada. En los espacios verdes de la Gran Vía, una de las dos grandes avenidas de Barcelona que se va vaciando de coches y llenando de gente, son mayoría las familias, tiradas en el césped, que aprovechan este rato para descansar y comer. De fondo comienzan a sonar las grallas, un instrumento típico del folklore catalán, y los asistentes se animan dando palmas y ondeando las banderas que han traído de casa. Los vendedores de merchandising independentista sólo parecen convencer a turistas medio despistados.
Una hora después, la arteria barcelonesa a su paso por Passeig de Gràcia ya está repleta. Los carteles indican los tramos a los que se deben dirigir los recién llegados y unos números enormes marcan la franja de la bandera en la que cada uno se tiene que colocar, según sea el color de su vestimenta. Los cánticos van desde el “Volem votar! Volem votar!” hasta el ya clásico “I-Inde-Independència!”, pasando por el jocoso “Boti, boti, boti; espanyol qui no boti!”. Los versos de Els Segadors y el himno oficioso de tantas reivindicaciones sociales, aquí y en otros lugares, L’Estaca de Lluis Llach, se entonan en diferentes momentos y lugares.
Aunque algunos de los gritos comunes apuesten de un modo rotundo por la independencia, en las conversaciones con el periodista, los manifestantes ponen más énfasis en el derecho de los catalanes y catalanas, como pueblo soberano, a votar y a decidir sobre su futuro. ¿Y qué futuro se imaginan o desean? “El que decida la mayoría”, contestan muchos. Sea como estado independiente o no. Sea como una república catalana constituyente o como un viejo país gobernado por las mismas élites económicas y políticas.
Diversidad en la fiesta
Josep es de un pequeño pueblo de la frontera catalana con Aragón. Estudia en los Países Bajos y forma parte del grupo sectorial que la ANC tiene en el país centroeuropeo. Está situado a un lado de un gigantesco cartel posado en el asfalto donde aparece el rostro del primer ministro holandés, perteneciente a una campaña que trata de dar a conocer el conflicto internacionalmente apelando y utilizando la imagen de diversos líderes mundiales. Mientras trata de que nadie pise la pancarta, Josep argumenta que un futuro fuera del Estado español sería como “empezar a escribir en una hoja en blanco”. Algo así como dibujar los trazos de un nuevo modelo político que, según él, podría incluso servir de espejo para otras sociedades que, de un modo u otro, aspiran a la emancipación.
En la esquina de Gran Via con Roger de Llúria una integrante del grupo #IndependentsDeQui (@indepesdequi) reparte octavillas en las que se explica cómo el gasto de la Generalitat en deuda pública el pasado año superó por mucho al dinero invertido en sanidad o educación. Cuenta que en los próximos días sacarán un informe detallado sobre los acreedores de la administración catalana, entre los que sobresale –no es un secreto- la entidad patria La Caixa. ¿Se puede ser verdaderamente soberano bajo el yugo de una deuda como la que soportan los catalanes y catalanas?, se preguntan en la propaganda de esta organización. “Hay de todo, algunos sí que preguntan de qué se trata. Otros no tanto”, comenta esta activista sobre el interés de los manifestantes hacia la cuestión de la deuda.
Banderas de Euskadi, Galicia y, por supuesto, Escocia –muy numerosas estas últimas- salpican la marea humana que a media tarde levanta los brazos y grita al paso del helicóptero sobre sus cabezas, en el momento justo en el que el reloj marca las 17.14. Pero sobre el enorme mosaico rojo y amarillo también hay cabida, aunque sea testimonial, para símbolos de otras luchas nacionales mucho más desconocidas, como la de Kurdistán, Biafra o el Tibet. Hoy cabe casi todo aquí. Hoy es día de fiesta y, a diferencia de otras grandes movilizaciones recientes en Barcelona --ojo, también pacíficas-- como las Mareas o las que siguieron al 15M, la presencia policial es casi nula (o apenas visible). Lo cual, paradójicamente o no, da una seguridad casi absoluta de que ningún incidente violento va a ocurrir.