Luchar contra el fuego desde el desarrollo rural sostenible
Las dantescas escenas que hemos vivido los últimos años –personas lanzándose por precipicios en llamas, miles de habitantes desplazados, fuegos kilométricos incontrolados, espacios naturales protegidos quemados– y las que previsiblemente se producirán éste obligan a pensar de dónde venimos y hacia dónde vamos respecto al fuego y la gestión de los ecosistemas forestales.
Se ha descuidado otro año más la detección: existen cientos de torres de vigilancia vacías o con horarios reducidos
Desde 1961 hasta 2013, más de 7,5 millones de hectáreas, sobre un total de 27, se han quemado –en ocasiones las mismas superficies más de una vez–, según fuentes oficiales. Sólo este dato ya indica la magnitud del problema y el gran fracaso de la política forestal desarrollada desde 1941. Además, se calcula que en 2014 se producirán unos 10.000 incendios, de los cuales no menos de 20 superarán las 500 hectáreas y algunos de ellos las 2.000 hectáreas de superficie forestal afectada, es posible que alguno pueda llegar a las 20.000 hectáreas y en total ardan unas 150.000.
Varios miles de bomberos y agentes forestales están luchando, como cada año, contra el fuego, en muchas ocasiones con grave riesgo para sus vidas, intentando controlar un fenómeno a menudo incontrolable.
Los recursos públicos siguen dedicándose prioritariamente a la extinción, mientras se minimiza en dos puntos importantes. Por un lado, se ha descuidado otro año más la detección: existen cientos de torres de vigilancia vacías o con horarios reducidos, y las patrullas de vigilancia son mínimas . Por otro, la prevención brilla por su ausencia.
Con esta hoguera de san Juan preparada, el inicio da un poco igual. Puede ser un coche, un rayo, una cosechadora o un excursionista cretino
¿Cuál es el problema de fondo? En apenas 60 años se ha abandonado drásticamente un modelo de gestión tradicional forestal que se mantenía desde hace más de 2.000 años. En ese tiempo se desmantelaron los pueblos, se dejó de recoger la leña, de resinar, de cultivar zonas agrícolas dentro de áreas forestales, se abandonó la ganadería extensiva, que controlaba matorral y pastos y, por ello, se acumuló una gran cantidad de biomasa y necromasa inestable. El equilibrio hombre-ganado-sistemas forestales se ha roto y el fuego es una exteriorización de ello.
Las políticas de desarrollo rural miraron hacia otro lado. Durante la dictadura y los primeros años de la democracia se implementó una política forestal errónea basada en repoblaciones masivas de pinos y eucaliptos, que presentan gran riesgo de arder y que creó vacíos poblacionales. Últimamente se permitieron viviendas y urbanizaciones en los bosques. Finalmente, se declararon docenas de espacios protegidos, en los que incluso se prohibió la gestión tradicional –que los había hecho ¡protegibles!–.
Todas estas variables motivan una gran acumulación de biomasa forestal inestable (leña, matorral, pastos sin utilizar...). Con esta hoguera de san Juan preparada, el inicio da un poco igual. Puede ser un coche, un rayo, una cosechadora o un excursionista cretino. El fuego en pocos minutos alcanza frentes de varios kilómetros y con alturas de docenas de metros. Las políticas forestales no han tenido en cuenta el fuego. Y cuando no se previene, se detecta tarde y sólo queda la extinción, que es la catástrofe actual.
Alternativas
La alternativa estaría en un desarrollo rural sostenible que implica un aprovechamiento de los recursos forestales y rurales de una forma mantenida en el tiempo, con actuaciones como pastoreo, recogida de leña, extracción de resina, recogida de biomasa con aprovechamiento energético y con medidas sociales para que los beneficios recaigan en las poblaciones rurales. Proteger significa gestionar de forma tradicional (no abandonar a su propia dinámica).
Esa alternativa pasa por emplear a mucha gente todo el año, de manera que la población quede vinculada al monte. La solución también pasa por la planificación, sierra a sierra y valle a valle, considerando la gran diversidad de situaciones, introduciendo razas autóctonas, creando mosaicos, dehesas, favoreciendo especies autóctonas, como robles, encinas y castaños, frente a los cultivos forestales de pinos y eucaliptos...
¿Por qué no se sigue esta opción? Porque requiere un esfuerzo de gestión mucho mayor y da resultados a largo plazo. Y, sobre todo, porque no ha habido voluntad política. Se necesita un gran acuerdo global de sociedad civil, partidos, ONG, sindicatos y gobernantes para conservar nuestros ecosistemas forestales. Hay que volver a sellar un acuerdo entre el hombre y el bosque. Aprendamos de sistemas de manejo sostenible de amplias zonas.
Impliquemos a los habitantes forestales y tendremos soluciones baratas y sostenibles a largo plazo. Esto, además, creará empleo estable en un sector estratégico. Una estimación inicial de los trabajadores que podría generar este sector todo el año sería de unas 56.000 personas.
Por si todo esto no fuera suficientemente importante, debe prepararse las masas para el cambio climático. Subirán las temperaturas y se producirán más episodios irregulares de precipitaciones y sequías. Este panorama puede dar lugar a una mayor frecuencia e intensidad en los incendios forestales. Es necesario, por tanto, empezar a actuar ya.
También habrá que pedir responsabilidades este año 2014 por la falta de prevención, de detección y por los recortes aplicados, también en extinción, sin calcular las posibles consecuencias. No parece tener mucho sentido pedir aumentos de penas en el Código Penal mientras por otra parte en 2014 diferentes noticias apuntan a limitaciones en la vigilancia o en la prevención y detección.
El modelo de gestión de lucha y prevención contra el fuego debe ser 100% público, y se debe terminar con la precariedad laboral procedente, sobre todo, de la temporalidad asociada a los periodos de extinción. Seguramente es mucho más inteligente emplear recursos económicos en cuidar los bosques todo el año que en extinguir incendios.