"Si hoy se encierra a los sin papeles en Suiza es porque el pueblo lo ha elegido"
Vuelo Especial es un documental que recoge la cotidianeidad en un centro de detención de extranjeros en Suiza. Retrata momentos extremadamente bellos y otros que te hacen removerte en el asiento. Después de su proyección en Documenta Madrid, su director, Fernand Melgar, aceptó gustosamente un diálogo a tres bandas con activistas de la Asociación Sin Papeles y Diagonal.
“La migración es un tema que me toca personalmente”, dice Melgar. Antes de la Guerra Civil, sus abuelos, republicanos anarcosindicalistas, emigraron a Tánger. Y en los 60, sus padres lo hicieron a Suiza, donde vivieron sin papeles hasta que regularizaron su situación. Hoy Fernand vive y trabaja en este país de cantones, donde en febrero la ciudadanía votó en referéndum ponerle cuotas a la inmigración de países de la Unión Europea, una propuesta formulada por el Partido Popular suizo "contra la inmigración en masa". Su próximo trabajo versa sobre españoles que emigran a Suiza, muchos sudamericanos y africanos con pasaporte español, “que se topan con un racismo frontal”.
SERIGNE MBAYE: Aquí el acoso policial es muy grande. En la Asociación Sin Papeles nos organizamos con otros colectivos que visitan internos, para apoyarnos y para denunciar injusticias. ¿Cómo es la situación en Suiza? ¿Hay movimientos similares?
Sí, pero hay una gran impotencia. Durante diez años ha habido un movimiento de protección de personas sin papeles que eran desplazadas de la guerra de Kosovo. Pero se les ha dejado de proteger. El movimiento de resistencia y apoyo en Lausanne consiguió regularizar a 523 personas de una vez. Fue excepcional. Hoy en día, olvídate. Lo único que se puede hacer es tratar de que se respeten los procedimientos. Hace poco, un chico borracho atropelló a diez personas, una de ellas una mujer que trabajaba en el servicio doméstico. Se fue al hospital, salió en el periódico y la policía fue al hospital para denunciarla y echarla fuera. Y eso que estaba impedida para moverse. Estaba empezando a costarle dinero al Estado, por eso la querían deportar. Hay muchos sin papeles que trabajan en la obra, al enfermarse se quedan parados y, como al Estado le cuesta dinero mantenerles, van a los centros de detención. Es lo que le sucede al protagonista albanokosovar de Vuelo Especial.
Si lo comparamos con otros países que tienen crisis, el caso de Suiza es particular: no hay paro, hay ‘estabilidad social’, necesidad de mano de obra barata para trabajos duros... Sin embargo, tenemos un sistema muy perverso, donde hay una extrema derecha con un poder sin límites, apoyada por los bancos, por ese sistema financiero en permanente escándalo que expolia materias primas y acepta dinero de las dictaduras.
La Unión Democrática de Centro [Partido Popular suizo] promueve el voto en contra de la inmigración. En su última campaña representaba a los inmigrantes como cuervos comiéndose la bandera suiza. Se ha inventado ese enemigo porque Suiza siempre se ha definido desde la exclusión. La gente no vota contra el ser humano, vota contra animales, contra conceptos. Y los más radicales son precisamente los extranjeros que han conseguido la nacionalidad suiza (de origen alemán, italiano o español).
CAMILA MONASTERIO: Y en ese contexto de gran racismo, ¿cómo consigues meterte en un centro de detención para inmigrantes a grabar Vuelo Especial?
En Suiza tenemos una democracia directa, por eso hay un gran respeto por la transparencia de las instituciones. Si hoy se encierra a la gente sin papeles es porque hay un voto directo del pueblo que lo ha elegido. Y el pueblo tiene el derecho de estar informado. ‘Ustedes han votado una ley, yo muestro las consecuencias de ese voto’, si lo hubieran negado entonces habríamos podido aducir que tienen algo que esconder.
SORAYA GONZÁLEZ: El retrato de los carceleros como personas que empatizan con los presos es muy desconcertante pero la cárcel que retratas no deja de ser una institución de control, que forma parte de un engranaje genocida. No buscas legitimarla o humanizarla, sino entenderla, ¿cómo te planteas esta tensión?
En Vuelo Especial tengo mucha empatía y complicidad con los presos pero también con los guardias. Para mí esos dos mundos son presos de un sistema. Puedes ver a Julios [uno de los carceleros] abrazando a los presos y luego recogiendo las cosas para deportarles, traicionándoles. Quiero comprender cómo ese funcionario, que podría ser mi hermano, puede hacer ese trabajo. Vuelo especial no es un retrato de personas sino de una institución y cómo en esa institución cada uno tiene un papel que desempeñar. Tú no naces sin papeles o como guardia, la sociedad nos sitúa en uno u otro rol.
He tenido discusiones con el movimiento en Suiza. Dicen que mi posición no es clara, que mostrando una cara simpática de los guardias parece que digo que ese sistema no es tan malo. Y en parte pueden tener razón... Sí tengo una crítica, pero trato de hacerla de manera sutil. Respeto la militancia, pero mi trabajo no es militante. No soy juez sino testigo. Creo que es importante dar material para un debate democrático. No doy un punto de vista con una declaración explícita. Digo: "Mira lo que pasa, ¿usted está de acuerdo con esto? Habéis votado para separar familias, ¿estáis de acuerdo?". No le quito la responsabilidad al funcionario, pero es importante ir más allá de decir que el sistema político está podrido. Prefiero enfrentar esa realidad, ver cómo formamos parte de una cadena, el que vota las leyes y el que las aplica.
S.M.: A mí me sorprende cómo los detenidos del documental pueden estar en el centro y convivir con los funcionarios tranquilamente.
Porque el funcionario no les pega. Comparten tiempo todo el día: hablando, contando, escuchando, jugando al fútbol dentro de un sistema que, por otro lado, está para echarte fuera del país. Un sistema que trata de convencerte para que tú te vayas por tu propio pie (imposible para muchos africanos) o estás en el centro hasta que te deportan. Muchas veces los detenidos son personas muy creyentes, respetan mucho a su familia, a sus mayores. En el documental se ve cómo las personas africanas respetan a los guardias por ser mayores.
C. M.: Aquí los centros de internamiento son muy diferentes a los de tu film. Las personas detenidas no tienen prácticamente contacto con el exterior, si no tienen redes no pueden llamar, no ganan dinero de ninguna forma y a menudo reciben malos tratos de la Policía.
En Suiza hay un sistema muy perverso, te dan ganas hasta de decir gracias: te dan comida, te pagan... Es un sistema que, de alguna manera, está banalizando el mal. Aunque esta cárcel que aparece es única en Suiza. Hay en total 28, una en cada Cantón, y muchas están en una situación terrible, no ven a nadie por el día, sólo hablan por interfono a las visitas, en algunas no se apagan las luces, hay suicidios...
También hay aspectos que no he enseñado en el film, por ejemplo, cuando están trabajando haciendo palitos ganan dos euros a la hora, 15 euros al día, y eso todos los africanos que están en el centro lo envían íntegro a la familia cada semana. Y cuando hacen la llamada para preguntar si ha llegado el dinero les preguntan "¿cómo va tu trabajo?". "Sí perfecto", les responden. Nunca dicen que están en una cárcel. Hay gente que se ha quedado dos años en esa cárcel sin que la familia lo supiese.
C.M: Creo que cualquiera que vea tu documental se puede llegar a cuestionar la legitimidad de una deportación. Y eso es algo difícil de conseguir. A la gente le puede parecer lógico que se deporte a quien no tiene papeles. El perfil de la gente que está en un CIE aquí es diferente a la que aparece en tu película, no todos llevan tanto tiempo, pueden no tener familia directa o hablar peor el idioma... quizá por eso es más difícil identificarse con ellos. ¿Cómo funcionaría un documental de este tipo aquí? ¿Cómo generar empatía?
Yo creo que siempre hay experiencias que compartimos. La pareja que aparece con niños chicos, son rom, gitanos de Kosovo, el blanco preferido de la extrema derecha. Pero en el documental vemos un padre, una madre, un hijo, amor. No hablan tan bien el francés, hablan en alemán. Pero hay cosas universales, no hace falta decir mucho, basta mostrar una madre que llora, un niño que está triste, para decir "¿qué estamos haciendo aquí?".
Pero soy un poco pesimista, pienso que vienen tiempos más duros. Viajo bastante en Europa y lo que está pasando en Hungría no te lo puedes imaginar, los progroms contra los gitanos; en Grecia, el auge de la extrema derecha. El frente de la guerra se ha desplazado. Están cerrando campos de detención en Europa y los están llevando alrededor, a Mauritania, Ucrania, Marruecos, donde hay militares que no son pagados por el Gobierno sino por la Unión Europea y donde las asociaciones no tienen entrada. Cuando el campo está en el medio del desierto, ¿quién lo va a ver? Hay campos como el de Israel, con 15.000 personas, la mayoría subsahariana, y ya ves lo que les importa a la gente israelí, si los etíopes judíos después de 20 años siguen siendo rechazados.
En España, el frente está en Melilla o en Ceuta. Ahora se saben cosas pero otras muchas no, las deportaciones continúan, la gente desaparece, a mucha gente se la llevan a Mauritania y en estos centros pueden tirarse años porque muchos países africanos no dan la autorización del rechazado. Y todo esto ocurre con programas europeos como Frontex. Hoy estamos en una situación de guerra.