Tea Party avant la lettre
Tim Robbins trasladó el espíritu del Hollywood izquierdista a la era CNN mediante su debut como realizador, Ciudadano Bob Roberts. El alejamiento forzoso de la órbita de los grandes estudios, que rechazaron el proyecto, quizá facilitó que el resultado fuese desaforadamente satírico y militante. Porque la película lleva al extremo los tópicos de la derecha estadounidense mediante el personaje ficticio de Bob Roberts, un cantautor folk que compite por un puesto de senador durante los preparativos de la primera Guerra del Golfo.
Probablemente inspirado en la serie televisiva Tanner ‘88, el filme se presenta como el documental de unos periodistas que han seguido la campaña. Difuminando los límites entre concierto y mitin, entre espectáculo y política, el músico candidato se presenta encima de un escenario y no tras un atril, interpretando una pieza que culpabiliza a los desempleados de su situación. Es sólo el principio, porque también insultará a los profesores que protegen la laicidad en las escuelas e incluso animará a linchar a hippies. Intentos de asesinato aparentes y subtramas de investigación amenizan el desarrollo de la obra. Esta asume las convenciones del documental de actualidad y las vivifica con escenas narrativas que imitan la inmediatez del reporterismo en directo.
Se normaliza una cosmovisión antisocial, una banalidad del mal propulsada por el neoliberalismo A través de las diatribas de este miembro avant la lettre del Tea Party, el autor alerta sin sutilezas sobre una visión del mundo que sacraliza el lucro y la libertad individual. Y que se presenta al público, además, bajo un oximorónico manto de conservadurismo rebelde. Porque el álter ego malvado de Robbins canta el Shall not be moved y filma un videoclip reminiscente del Subterranean Homesick Blues de Bob Dylan... mientras el Robbins cineasta homenajea en varias escenas el Don’t look back que protagonizó el bardo de Minnesota. La tesis que subyace es evidente: la derecha se ha apropiado de la retórica de la protesta a pesar de estar en el poder y los EE UU han enterrado las luchas por los derechos civiles. Incluso se ha olvidado la advertencia, realizada por el republicano Eisenhower, sobre el poderoso complejo industrial-militar. Para explicitar su punto de vista, el cineasta utiliza los discursos antiimperialistas del escritor Gore Vidal, que encara al rival electoral de Roberts, o de un ficticio periodista underground que investiga las conexiones del protagonista con la CIA y el tráfico de drogas institucional.
De la misma manera que la filmografía como realizador de George Clooney, Ciudadano Bob Roberts transmite desconfianza hacia una cultura pop infiltrada de mensajes desmovilizadores o filofascistas, y hacia unos mass media permeables a la manipulación. Este cuestionamiento del papel de la prensa ya marcó las ficciones de preguerra de Frank Capra. Pero a diferencia del magnate de Caballero sin espada, que usa indisimuladamente la coacción y el soborno, Roberts difunde odio mediante canciones naïf que evocan a una América casi atávica y apelan a la religiosidad. Se normaliza así una cosmovisión antisocial y sin ética, que sienta las bases de una banalidad del mal propulsada por el neoliberalismo.
Destacando la dificultad de los medios independientes para difundir sus hallazgos, Robbins parece dar la posibilidad de que la ciudadanía permanezca engañada y aspira a despertarla. En cambio, Vidal defendía entonces que el país había preferido olvidar. Como si después de Vietnam aún fuera posible revivir la ingenuidad de aquel capriano Jefferson Smith que, antes de trasladarse a Washington, creía en la idealizada América de los padres fundadores. Por mucho que, en plena resaca del reaganismo, quizá fuese más verosímil creer en el Jefferson Johnson de Su distinguida señoría: un estafador que desembarca en el Congreso para recibir sobornos legales de los lobbies.