Risa y drama contra el derribo
La Hongaresa (la húngara) culminó en junio la primera temporada en su propia sala Ultramar con la obra Salón Primavera, escrita por Lluïsa Cunillé y Paco Zarzoso y dirigida por Lola López, el triángulo de artistas que trabajan desde 1995 en este singular colectivo.
¿Cómo surgió Salón Primavera, por qué subtituláis “tragicomedia republicana”?
Es una función que ahora necesita mucho el país, porque hace un recorrido por todo el siglo XX y porque te ríes; un titular en Valencia resumía: “Humor y veneno”. Tiene profundidad y risa, y le llega a gente de varias generaciones. Lluïsa y Paco estrenaron Salón Primavera en 2007, en catalán, en Temporada Alta de Girona, pero tuvo un recorrido breve. Este año la releímos y nos pareció aún más vigente que entonces; reúne “episodios estelares” de este país, desde la República y la Guerra Civil hasta nuestros días: de aquellos polvos vienen los lodos actuales. Decidí dirigirla y como actores participamos Paco y yo, Mafalda Bellido y Blanca Martínez, de La Perrica de Jerez, una joven compañía valenciana con la que coproducimos la obra. Se nos unieron el actor Antonio Sancho y nuestro amigo Juan Vicente Monzó, uno de los fundadores del Equipo Crónica, que nos hizo el cartel y una escenografía que resolvió maravillosamente un solo espacio que concentra el siglo XX: un edificio amenazado de derribo que pasó de cine a un burdel que visitaba Alfonso XIII, de sede anarquista a un hospital de guerra, cárcel franquista y salón de baile…
Hay conexiones notables entre El alma se Serena y Salón Primavera: una evidente preocupación política y vuestra predilección por ciudadanos que resisten.
Lluïsa Cunillé, Paco Zarzoso y yo, los tres húngaros, nunca hemos estado alejados de lo que está pasando social y políticamente. Otra cosa es que la manera de abordar los conflictos sea desde la historia de un individuo, como en Aquel aire infinito, de Lluïsa, que estrenamos en 2002 y que hemos repuesto con motivo del Premio Nacional de Literatura 2010. Su personaje es un Ulises del tercer mundo, uno de los muchos emigrantes que vienen a la vieja y caduca Europa. Con una enorme lucidez, la autora lo enfrenta a este “primer mundo” a través de los cuatro grandes mitos que fundaron el teatro occidental, Antígona, Medea, Fedra y Electra. Esto sigue siendo social, político y comprometido.
Es igual de duro políticamente lo que se cuenta como drama en Aquel aire infinito que lo que se cuenta con risa en El alma se serena (2010) y con humor y veneno en Salón Primavera. Los inquilinos de El Cabanyal amenazados de desahucio en El alma se serena tienen el mismo ADN que algunos protagonistas de este Salón… Son seres que abordamos en su precariedad y su grandeza, que te parten el corazón. La última propietaria del local se ha hecho medio novia de un alcalde trepa para que no le derriben el salón de baile y construyan un edificio. Ella se niega a irse de ese teatro de variedades que fue de su madre, que sus bisabuelos abrieron como cine… Ese espacio es su memoria, ella se aferra a su memoria, no quiere que ésta sea derruida. Pero como este país no quiere tener memoria, le es más fácil derruir las cosas.
Circula también una corriente de amor por gente de un mundo paralelo, seres que se dedican al teatro, a la magia, a la música…
Son personajes que han decidido ser los que van a servir en bandeja la ficción de la que nos alimentamos el resto de los humanos, pero cada poco viene un vaivén y les dicen: “ahora no interesan los teatros, los cerramos, les ponemos un 21% de IVA”. ¿Qué me dices, que ahora no quieres magos, ilusionistas, teatreros? La sociedad siempre ha necesitado contadores de historias, desde Homero.
También hemos mirado a otros seres inocentes, como La Jabalina, María Pérez Lacruz, una chica que vino desde Jabaloyas, Teruel, a Sagunto, mi pueblo, con sus padres, y trabajaron como obreros en la siderurgia. Era anarquista y con dieciocho años se fue al frente de Aragón a luchar, y con veinticuatro, en el 42, Franco la fusiló en el paredón de Paterna. Preparé mi monólogo María La Jabalina (2008) hablando con su hermana Carmen, que está viva, y cuando lo presenté en Sagunto tuve que tomarme veintiocho tilas porque aún hay nietos de los que la denunciaron.
Nuestras obras no han estado alejadas de estos antihéroes, como esta soldada desconocida, o aquellos tres pobres magos de Ilusionistas que van a actuar en Barcelona cuando es la Olimpiada y nadie va a verlos, o ese hombre de Conozca usted el mundo que se cree Klaus Kinski, pero es un pobre figurante de spaghetti western. En la medida en que miras a esos seres, eres social y político. Es la historia de los perdedores frente a todos los Bárcenas y sinvergüenzas que ahora son los ganadores de esta batalla.
¿Cómo ha sido la aventura de abrir vuestra sala Ultramar?
Ha sido una locura. En una temporada hemos tenido dos locales, aunque hemos mantenido el mismo nombre. En marzo hicimos el primer estreno en el nuevo local de Ultramar, en la calle Alzira, que fue la antigua sala Manantiales. La idea es tener una sala propia, para poder mostrar los proyectos nuestros que tienen difícil circulación, como María La Jabalina. ¿Cuál es la manera de hacerlo? Completamente anarquista: con diecisiete socios; cada uno pone una cantidad de dinero para alquiler y gastos. Enganchamos como socios a amigos teatreros, a gente que quiere que sus trabajos se vean, que cree en proyectos independientes, sin la sujeción de subvenciones ni servidumbres a nadie más que a nosotros mismos. Todos los socios tienen derecho a presentar sus trabajos. Pagar por trabajar no es el modelo, ni es justo, pero nos da una independencia absoluta. Es muy complejo, los socios tenemos que ocuparnos de todo, hasta de la taquilla… pero nadie nos dice lo que tenemos que hacer, programamos aquello en lo que creemos.
Estamos contentos, en un año hemos conseguido frutos que nadie esperaba, como el estreno de Querencia, un proyecto de Álvaro Báguena y Verónica Andrés (Bonanza Teatre), un texto que le encargaron a Paco. En marzo han ganado el premio como mejores intérpretes, trabajando en una de las salas más chiquitas de la ciudad, para ochenta espectadores.
43 muertos y una herida abierta
En el momento de esta entrevista, Paco Zarzoso participaba en el reestreno en Valencia de Zero Responsables, una obra que reunió a cuarenta teatreros en 2010 para denunciar el falseamiento institucional del accidente del metro valenciano, el 3 de julio de 2006. El teatro se integraba en la séptima conmemoración de la Asociación de Víctimas del Metro: “43 muertos + 47 heridos 0 responsables”.
Nos cuenta Zarzoso: “La reposición de la obra ha sido necesaria, ya que la herida continúa abierta. Los familiares siguen reuniéndose una vez al mes en la Plaza de la Virgen exigiendo una respuesta. Es evidente que se ha querido pasar página por motivos políticos. Y eso es tan miserable… La experiencia ha sido reveladora. Por momentos hemos sentido todos que el teatro, gracias a los dardos envenenados de las preguntas, puede hacer algo...”