Primera línea de golf
- LUCHA EN CHAMBERÍ. Vecinos de este barrio madrileño realizaron varias
actividades contra el campo de golf a mediados del pasado mes de marzo./IU Chamberi
El golf está de moda.
Se estrenan nuevos
campos y proliferan
los torneos -se
acaba de celebrar en Cádiz
(del 21 al 24 de marzo) el
Campeonato de Europa de
Naciones. Con más de
300.000 federados en España,
el golf se ha convertido
en el tercer deporte nacional.
Pero sólo aparentemente,
porque buena parte de los federados
en España son residentes
ingleses, noruegos y
alemanes que aprovechan
playa, costa, sol, golf y seguridad
social. Eso no quita importancia
al gran número de
aficionados españoles que
han crecido como la espuma
en los últimos años, al calor
de la oferta de campos de
golf, y entre ellos a la promoción
de campos públicos de
muchos ayuntamientos. Hoy
son ya 35 los ayuntamientos
que alardean de este logro,
casi siempre entregado a la
gestión privada.
Pero aunque son muchos,
y con una afición encomiable,
el golf es un deporte que
sólo se practica federado. A
diferencia del fútbol, del ciclismo,
la natación o el senderismo,
con miles de aficionados
que lo practican sin
pasar por federación alguna,
no se verán en las dehesas
de Extremadura, Andalucía
o Castilla a golfistas practicando
el swing del golpe largo,
por su cuenta y riesgo, a
campo abierto. Y para practicarlo
en un campo de golf,
hay que estar federado. Es
parte de la etiqueta de este
deporte. Por ello la encuesta
nacional del deporte del año
2000 lo situaba en el puesto
29 de la práctica deportiva
real. Hoy sabemos que ha
escalado bastantes posiciones,
beneficiándose entre
otras cosas de los campos
públicos y de la caída en picado
del tenis.
Imitación y coartada
El golf está de moda, como
en su día lo estuvo el tenis, y
luego el pádel, pues son deportes
que aportan distinción
a ciertos grupos sociales en
ascenso, y que reflejan el mimetismo
de las élites intermedias.
Pues, como diría
Marx, el deporte de la clase
dominante es el deporte dominante...
de los que aspiran
a ser o estar en la cúspide de
la pirámide. El fútbol seguirá
siendo por mucho tiempo el
deporte rey de los plebeyos,
sin menoscabo de que el golf
ocupe el puesto de deporte
imperial, el deporte que mejor
refleja la globalización
del mercado.
Para otros está lamentablemente
de moda porque
es la gran coartada de la
especulación, tal y como
denuncian los grupos ecologistas.
Las grandes empresas
promotoras del golf
son ante todo empresas de
inversiones inmobiliarias
(Polaris World, Med Group,
Construcciones Hispano
Germánicas, Metrovacesa).
Apartamentos, chalés y hoteles
son su principal negocio,
y para ello apuestan por
el golf como sustituto de los
parques y zonas verdes públicas
que no se incluyen en
sus guetos residenciales.
Con una gran ventaja sobre
la cosa pública, pues el golf,
además de dar vidilla social
a la urbanización, también
deja dinero.
Agotada la primera línea
de playa, ahora se vende la
primera línea de golf. Los diseñadores
de los campos ya
no son aquellos entregados
deportistas de antaño, sino
urbanistas de última generación,
como el otrora gloria
nacional Severiano Ballesteros,
hoy experto diseñador
de campos al servicio de la
especulación inmobiliaria -y
perdón por el topicazo. Al
margen del gusto o la opinión
que cada cual tenga
sobre el golf, tan digno o indigno
como cualquier otro
deporte, esta esclavitud del
golf ante sus amos y promotores
traerá malas consecuencias
para sus propios fines
deportivos, pues sometidos
los campos de golf a la
servidumbre de dar vistas a
los chalés, se van convirtiendo
en calles verdes entre horribles
adosados, con escaso
y poco frondoso arbolado,
del que huirán sin duda los
verdaderos amantes del deporte,
sustituidos ahora por
simples consumidores de lo
que se lleve.
Si la disculpa del golf es
el Caballo de Troya que está
urbanizando el suelo rural,
también sirve para sacarle
el jugo a la ciudad. Es el caso
que promueve la presidenta
de la Comunidad de
Madrid, Esperanza Aguirre,
convirtiendo el parque de
Santander en el castizo barrio
de Chamberí en una
jaula de golf, con amplias
vistas a las fachadas colindantes.
Todo ello pasando
por encima del cabreo vecinal
(no todos, no todos), del
Plan General, y con el alcalde
de Madrid haciendo mutis
por el foro.
Pasión municipal
Y es que el golf es la gran coartada
de cierta clase política
ascendente; con el golf se
vela por la salud y el ocio de
los ciudadanos, con el golf
se modernizan las ciudades,
se diversifica el turismo y se
recalifica mejor. El golf-
bienvenido míster Marshall-
se ha democratizado,
porque ya está alcance de
cualquiera, y para eso basta
con mirar cómo los campos
de golf más baratos están saturados.
Es cierto, como
también es cierto que los
campos municipales de golf,
pagados por todos, sólo interesan
como mucho al 2% de
la población. Y si son rentables
es porque nadie en las
cuentas de explotación se
hace cargo de la costosa inversión
inicial ni del coste
ambiental.
La guinda a la pasión municipal
la ponen las escuelas
subvencionadas de golf,
que algunos ayuntamientos
tienen convenidas con las
más importantes empresas
del sector. Caso paradigmático
es el del alcalde de
Benidorm, que subvenciona
al club propiedad de la
familia Cremades, una de
las fortunas españolas. El
golf en las escuelas, para
que no falte la cantera, para
que se renueve y amplíe la
afición, porque después de
los hijos vendrán los padres
a por el adosado en la urbanización.
Y porque alguien
tendrá que utilizar los campos
de golf y pagar por ello
cuando los touroperadores
elijan Marruecos, Túnez o
Croacia para sus clientes
europeos.
No, no se defiende así este
bello y armonioso deporte.