El pornógrafo punk ataca de nuevo
Un grupo armado
alemán que trata de
emular a las RAF,
consignas y pasajes
del situacionista Tratado del
saber vivir para uso de las jóvenes
generaciones, y sexo,
mucho sexo, al grito de “¡La
revolución es mi novio!”. Sí,
amigos: hay alguien capaz de
hacer esto sin despeinarse.
Ese alguien se llama Bruce
LaBruce y mezcla sexo con
política con mucho humor,
pero también muy en serio.
Nuestro hombre vino al
mundo en Canadá como Justin
Stewart en 1964; el ‘bruce’
bien recalcado de su nombre
artístico es un sinónimo de
‘marica’ que se utilizaba en los
años ‘50. LaBruce pasó su juventud
en la escena punk,
donde recaló rebotado del
ambiente gay; a su juicio, éste
se había convertido en un movimiento
asimilacionista, pijo
y aburrido: “Las raíces originales
del movimiento gay
eran la expresión radical y la
experimentación sexual y de
género, raíces que se habían
perdido en gran parte ya en
los ‘80”, afirmó en una entrevista.
Sin embargo, el punk,
para cuando aterrizó
LaBruce, había perdido gran
parte de su frescura y rupturismo,
y se había convertido
en una escena bastante conservadora
a nivel sexual. No
hay problema: LaBruce y sus
amigos montaron un fanzine
en el que se reían del machismo
reinante, el primer sello
de música queerpunk, Outpunk
Records y un local de
música punk para gays y lesbianas.
Eso sí, el punk y su
apuesta por el ‘hazlo tú mismo’
le ayudaron a quitarse los
complejos (estudió cine pero
lo dejó “porque pensé que un
marica como yo nunca podría
hacer una película”, declaró
en una ocasión), agarrar una
cámara súper 8 y lanzarse a
hacer películas experimentales
y amateur con contenido
sexual softcore.
Bajar el porno a la tierra
Sus indagaciones le llevaron a
probar con películas en las
que hubiese sexo explícito pero
que no encajasen en las
convenciones de la pornografía.
El resultado: una especie
de porno con los pies en la tierra,
en el que no faltan el humor,
la improvisación y hasta
la torpeza. Como declaró en
una entrevista, “nunca había
hecho porno. No sabíamos cómo
hacer porno. Así que lo hicimos
de una forma muy chapucera.
Para nosotros era todo
un logro poder llegar a corrernos
delante de la cámara”.
Para bien o para mal, en sus
últimas películas LaBruce parece
haberle cogido ya el tranquillo
a la filmación de las escenas
de sexo y éstas son más
convencionales, aunque nunca
falta el sentido del humor
marca de la casa.
Por si no se habían dado
cuenta hasta ahora, en las películas
de Bruce los personajes
y el sexo gay tienen un papel
central. Eso sí, lo son de
aquella manera: LaBruce ha
optado por ser una piedra en
el zapato de la ortodoxia homosexual
y luchar contra esas
películas que “tratan la ‘experiencia
gay’ (lo que quiera que
signifique eso) como algo no
amenazador y normal. Para
mí ser gay es por su propia naturaleza
algo que va contracorriente
y obliga a la gente a reconsiderar
la mera definición
de normalidad”. Así lo atestiguan
su empeño por indagar
en tabús y zonas oscuras (las
fantasías de violación, el homoerotismo
de la extrema derecha,
el racismo) o por dotar
de un contenido político a sus
obras porno, por las que pululan
skinheads (No skin off my
ass), guerrilleros (The Raspberry
Reich) y, en su última
película, militantes feministas
y zombis alienados (Otto, or
Up With Dead People).
En cuanto a esto último,
no se asusten, que no estamos
ante el enésimo auteur
conceptual y soporífero:
LaBruce pasa la política por
una batidora cargada de humor
negro que no deja títere
con cabeza (ni siquiera a él
mismo). Una no sabe si creerle
cuando dice que al hacer
The Raspberry Reich (la
película con la que abríamos
este artículo) trataba de relanzar
a una izquierda moribunda
en América del Norte,
sobre todo si tenemos en
cuenta que sus protagonistas
son el grupo armado más
chapucero de la historia. Las
consignas impresas en pantalla
(aunque tuneadas para
darles un toque queer:
“¡Únete a la Intifada homosexual!”)
y los parlamentos
incendiarios durante la cópula
se mezclan con unos
guerrilleros que, en cuanto
la jefa de su grupo (una versión
cachonda y mandona de
Ulrike Meinhoff) no les ve,
van a comer ¡al Burger King!
Aun así, el fusil de LaBruce,
más que a desprestigiar la
acción política, parece apuntar
al dogmatismo y la mojigatería
de cierta izquierda, a
la que se deleita en escandalizar.
Puede ser que el canadiense
haya hecho suya la
hermosa consigna del mayo
francés: “Tomemos en serio
la revolución, pero no nos tomemos
en serio a nosotros
mismos”.
En definitiva, podríamos
decir que nos encontramos
ante una especie de hijo
bastardo de un trío entre el
pop de Andy Warhol, el
punk Johnny Rotten y el
camp de John Waters. Ver
sus películas, a pesar de la
estética videoclipera y de
unos actores que no están
acostumbrados a recitar (lo
suyo es otro tipo de interpretación,
no sé si me entienden),
es cuanto menos
una experiencia desconcertante
y divertida, algo que
no se puede decir de muchas
películas hoy en día.
BARBARA HAMMER, HACER VISIBLE LO INVISIBLE
_ Hasta la treintena,
Barbara Hammer llevaba
una vida normal:
estaba casada y
era profesora de universidad.
Sin embargo,
todo cambió
cuando decidió sacar
del armario su condición
de lesbiana y su
vocación de cineasta.
Lo del cine le venía
de casta: nació en
Hollywood (California)
en 1939, su abuela
fue cocinera de la
estrella de cine mudo
Lilian Gish, y una de
las mayores aspiraciones
de su madre,
como rememora en
una de sus películas,
era que su hija se
convirtiese en una
especie de Shirley
Temple. Barbara
aprendió a bailar claqué,
pero, en lo que
respecta a su carrera
cinematográfica, sospechamos
que su
madre se sintió un
poco decepcionada…
Desde 1974 Hammer
ha realizado decenas
de películas, vídeos,
cortos y documentales
que indagan
sobre el lesbianismo,
las relaciones de
género, el amor, la
familia o su propia
identidad y biografía.
Algunas de sus últimas
obras son Lover
Other (2006), un
documental que aborda
la relación entre la
poeta surrealista y
fotógrafa Claude
Cahun y su amante y
hermanastra Marcel
Moore; Tender Fictions
(1996), una
«autobiografía lesbiana»
que mezcla confesión
y autocrítica,
humor y filmaciones
de movilizaciones
feministas o de las
Panteras Negras; o
Nitrate Kisses
(1992), sobre la
represión homófoba
tras la Primera Guerra
Mundial, que incluye
escenas de sexo
entre parejas homosexuales
interraciales
e intergeneracionales.