Mujeres en la mafia: de 'mammas' a socias
“Te conozco mejor que nadie, Tony, incluso que tus amigos. Probablemente por eso me odias”
Carmela Soprano (The Soprano)
Una cena en un restaurante elegante. Una pareja en proceso de reconciliación tras una sonada separación. “Podrás volver a casa si me das 600.000 dólares”, dice ella. “Hecho”, dice él. En la serie Los Soprano (1999-2007) el romanticismo hace tiempo que quedó atrás para mostrar las costuras financieras del matrimonio.
Hasta en un terreno minado como la mafia, en el que campa a sus anchas la versión más exacerbada del machismo, se han modificado las relaciones de poder y el papel de las mujeres dentro de la Familia. La distancia que va de Carmella Corleone, esposa del emigrante Vito Andolini en El Padrino, hasta Carmela Soprano revela cómo han crecido los personajes femeninos en las producciones audiovisuales sobre la Cosa Nostra. Limitados, hasta bien entrado el siglo, a encajar en la tradicional dicotomía entre las mujeres malas (putas, amantes, objetos de deseo) y las buenas (esposas, madres o la familia dentro de la Familia), en los últimos años han ganado en profundidad y diversidad. En El Padrino (1972) Francis Ford Coppola aceptó el reto de plantear algunos conflictos para el arquetipo de esposa de mafioso. Kay Adams, esposa de Michael Corleone, se niega a encajar en la estructura piramidal generada debajo del protagonista de la saga. Su aborto de un hijo porque iba a crecer entre “esos prejuicios sicilianos que sólo aconsejan el odio” (El Padrino II), nos abre, quizás idealmente, la puerta de salida de un mundo de cosechas rojas desconocido hasta entonces. Sin embargo, el hecho de que Kay Adams se rebele “desde fuera” dejaba casi cerrado un relato de puertas adentro, que tiene un papel secundario a través de la figura de Connie Corleone.
La diversidad y riqueza de los personajes femeninos ha influido en otras series con nexos con 'Los Soprano'
En Uno de los nuestros (1990), Scorsese recogió el guante que lanzó Coppola con el personaje de Karen Hill, esposa del protagonista, que pasa en poco tiempo de estar en la inopia a estar en el ajo. Atrapada en un tren de vida al que no quiere renunciar (compras, lujo, drogas), Karen se convierte en la desquiciada cómplice de su marido y se introduce en el mundo del hampa marcando una gruesa raya entre la Norteamérica de los ‘60 y la de los últimos ‘70 y ‘80.
Pero quien sin duda se lleva el Nobel a la mafiosa moderna es Carmela Soprano, una de las favoritas de esta casa. Carmela se esfuerza por reprimir la certeza de que su posición privilegiada está construida sobre unos cimientos que apestan a cadáveres, dinero negro y extorsión. Tampoco le será fácil asumir que tiene que representar el papel de esposa virtuosa de un marido que será infiel por tradición mafiosa. Pragmática como pocas, Carmela termina viendo en la independencia económica, vía inmobiliaria, una salida propia. Se convierte en socia de su marido.
La Mamma e morta
En la segunda parte de El Padrino, un hombre y una mujer representan en un viejo teatro de barrio un melodrama sobre la inmigración italiana en América. Ellos, como el público, son inmigrantes italianos en América. “La mamma e morta”, lee en una carta el sobreactuado personaje en el escenario. Canta el aria de Andrea Chernier, de Umberto Giordano. “Fame e miseria!”, la “mamma” en la saga de Coppola aparece como un personaje legendario, investido de un halo a medio camino entre lo divino y lo económico a través su dominio en el ámbito doméstico. Como homenaje quizá envenenado, Scorsese presentó en Uno de los Nuestros una actualización, de Sicilia a los suburbios fordistas, de la figura de la mamma interpretada por su propia madre.
El sueño de la matriarca fue también revisitado por la sala de guiones de David Chase en Los Soprano, que creó, síntesis de varias teorías freudianas y lacanianas, a la gran Livia Soprano. Curtida en el Actor’s Studio (ojo al dato, señoras), Nancy Marchand dio lugar a un personaje inmortal de la TV cuya influencia en la serie pesó hasta el final de la serie, aunque Marchand muriera antes de que comenzase la tercera temporada en el 2000. El maltrato, el odio y los viejos prejuicios moldearon a la madre de un sociópata diagnosticado y de otra sin diagnosticar. Uau. La mamma pierde con Livia todo el halo mítico para mostrar a una mujer con muy mala leche que gobierna a distancia los asuntos mafiosos.
Primas de la mujer fatal
Si el hogar es el campo de batalla de las esposas de los mafiosos, el espacio de referencia de las protagonistas de la cara B del matrimonio burgués (amantes, prostitutas) es el mundo de los hoteles, clubes, restaurantes y bares. El sexo, el dinero y los celos son las principales copas de oro que comparten con el don.
Ginger McKenna, personaje interpretado por Sharon Stone en Casino (Martin Scorsese, 1995), dinamitó el estereotipo de la mujer fatal que las películas sobre la mafia italoamericana había heredado del cine negro. La no conformidad con el papel de “mujer florero”, la rebeldía y finalmente el odio por su marido-empleador, convierten a este personaje en un eslabón entre dos piezas que permanecían divididas.
En Los Soprano, la lista de prostitutas y amantes (llamadas goomah cuando se trata de relaciones duraderas) es larga y está marcada por una cuestión de clase. Conforme el mafioso de turno escala en la pirámide, sus amantes trabajan en el mercado del lujo (galerías de arte, joyerías), en un intento por optar a lo que ellos consideran la clase, la belleza, etc. En el escalafón más bajo, prostitutas y strippers, meros cuerpos consumibles que llevan marcado con terrible crudeza su estatus como prescindibles.
Decir no al capo
La doctora Melfi, psiquiatra de Tony Soprano, introduce una variante apenas explorada hasta entonces: un personaje femenino que, a diferencia de todas las anteriores, no mantiene una relación afectiva con el mafioso. Aunque Tony trate de seducirla, ella logrará lo que pocos supervivientes: decir que no a un mafioso. Su resistencia no es baladí: a pesar de la evidente tensión sexual, la doctora sabe que si cede perderá su autoridad para tratar de igual a igual a Tony. Melfi, y su conflictiva labor como psiquiatra, representa en la serie la mirada de la audiencia: es consciente de que su paciente es un criminal y un asesino, pero no puede dejar de asomarse a esa realidad, a la vez terrible y fascinante.
La diversidad y riqueza de los personajes femeninos ha influido en otras series con puntos en común con Los Soprano que han tratado posteriormente la temática, como la excesiva The Shield y otras de referencia como Boardwalk Empire, The Wire o Justified. Lo que en otros momentos pudo lanzar un tipo de discurso casi único, bien intencionado como en el caso del personaje de Kay Adams (máximo respeto), se transformó en Los Soprano en un coro de personajes y personajas de toda índole. La Familia, entendida como un espacio de carácter finito frente al mundo, comienza a ser puesto en conflicto con personajes como Carmela Soprano. El confinamiento en papeles arquetípicos asociados a categorías morales se ha esfumado para abrir definitivamente el género. Por aquí no dejamos de preguntarnos qué hubiera pasado si el FBI hubiese aplicado un sumario Rico contra el crimen organizado sobre la familia Soprano. ¿Qué habría hecho Carmela?
Vivir en un mundo violento
Las escenas de violencia explícita están prácticamente siempre protagonizadas por hombres. En los episodios en los que se ejerce violencia física hacia las mujeres, la narrativa hace que a la audiencia le duela cada golpe. Entre las maltratadas, en Los Soprano, destaca por encima de todas, Adriana La Cerva, un personaje extra tierno, que vive la dificultad de intentar un cambio de vida dentro de los moldes que impone el crimen organizado. El caso contrario de mujeres violentas lo encabeza Janice Soprano. La hermana del capo de Nueva Jersey ejecuta uno de los asesinatos más justos y esperados de la saga. Lorraine Calluzzo, apodada Lady Shilock, representa la figura de la capa que ejerce oficialmente de una más entre los capos, algo que en estos casos suele llevar asociado el final violento. Pam.