La foto
Un ejemplo: Zapatero explica que los recortes
son inevitables y alguien le pregunta si la selección
de fútbol va a tributar las primas del mundial
en España o en Sudáfrica. Otro ejemplo: la cara
que se le queda a Aguirre, o a Lissavetzky, cuando
se enteran de que Alberto Contador podría ser
inhabilitado por consumo de sustancias dopantes.
Tercer ejemplo: Mariano Rajoy frunce el ceño
cuando se entera de que Marta Domínguez, atleta
y exconcejal por el PP, está metida hasta la rodilla
en un caso de tráfico de fármacos ilegales.
Es muy fácil ir de puritano y decir que la culpa
es de los políticos, que se hacen fotos con los deportistas
y no tienen en cuenta, aunque lo sepan,
que puede pasar lo que tantas veces pasa. Pero la
realidad es que la foto se les exige; forma parte del
cargo. Imaginen que Zapatero cerrase su puerta a
todos los deportistas para evitarse disgustos.
Perdería votos. El poder político no puede sustraerse
al clamor popular, que pide que la fiesta no
pare y que se unan cuantos más personajes “de la
tele” sea posible. Se vio especialmente en los fastos
que siguieron a la final de Sudáfrica, pero se da cada
vez que los periodistas piden al diputado de turno
que “se moje” y dé un resultado para la porra
del Madrid-Barça (nunca para otro partido).
No, mientras se siga tratando de vender zapatillas
y utilizar los términos mito, leyenda,
Historia, hazaña, proeza y épica, seguirán haciéndose
esas fotos, seguirá reproduciéndose
ese don de la oportunidad compartido entre
políticos, deportistas y reporteros. La parte mala
es que cuando salen los trapos sucios, el político
tiene que emplear la táctica del avestruz;
la parte buena es que cuando se destapa un caso
de corrupción política nadie le pregunta al
deportista, al mito, al héroe, su opinión sobre
el tipo que aparecía con una sonrisa congelada
junto a él en la foto.