Interferencia Puig
La década de los ‘70 supuso para Argentina la definición de distintos proyectos políticos individuales y colectivos. En el país latinoamericano dio comienzo una época de una revuelta y variada agitación social: secuestros, golpes de estado, atentados violentos. Los gobiernos democráticos y las dictaduras se suceden de forma vertiginosa a lo largo del decenio. La sociedad argentina vive uno de los períodos más negros y convulsos de su historia, en el que todo tipo de represión va a devenir una constante.
En 1968, dos años después del golpe de Estado que llevaría a la presidencia del Gobierno al militar Juan Carlos Onganía, Manuel Puig publica su primera novela, La traición de Rita Hayworth. En ella ya se inicia una representación que va a ser un leit motiv recurrente en la narrativa de Puig: la de las clases sociales argentinas, con un foco privilegiado en el estudio de las características del proletariado y de la clase social, por excelencia, del siglo XX: la clase media moderna.
En la primera de sus obras, el novelista argentino nos presenta una clase media que se siente desclasada, fuera de los estamentos erigidos por la sociedad. En La traición de Rita Hayworth los personajes miembros de la familia Casals, carecen de atributos propios de su condición. Sus características identitarias son ambiguas y constituyen escasamente propiedades sociales definitorias. Mientras intentan alejarse de las costumbres y rasgos explicativos del proletariado, emulan sin éxito a la alta burguesía propietaria. El individuo de clase media en las obras de Manuel Puig es un animal en la intemperie, sin apoyo de una estructura real. Se presenta en un lugar intermedio, un no-estrato social a caballo entre dos mundos copiosamente representados.
El autor transcribe, además, una clase media provinciana, categoría que se subdivide en distintas castas en relación al oficio y al nivel económico, y que se percibe con una problemática de exclusión social mayor. Este estamento social no sólo se refleja en la imagen de la clase más adinerada, sino también en la clase media urbana, moderna y cosmopolita. Es, por ello, la clase media más desclasada. Así, también en Boquitas pintadas, sus personajes deambulan entre la apariencia y la esencia. En esta obra, con un proceso narrativo nada convencional (diálogos, cartas, diarios íntimos) Puig vuelve a insistir en un planteamiento de las relaciones humanas corrompidas por el sueño del estatus social. La adquisición de la reputación se convierte en la panacea para el riesgo a la caída.
Abstracción del fracaso social del proletariado
Esta preocupación sobre la ascensión social se ve revelada, sobre todo, en la escenificación de los ambientes más populares. Puig plasma los distintos modelos de habla popular a través de los consumos de esta clase social: la música, la radio, pero sobre todo el cine importado de Hollywood, que Puig, por su formación cinematográfica, conoce bien.
Esta cultura popular permite al proletariado retratado en las novelas del autor argentino la abstracción de su fracaso social. Los personajes sienten un deseo de superar su condición humana y sólo lo consiguen refugiándose en un mundo de radionovelas, películas sentimentales y boleros. Los medios de comunicación de masas juegan un papel muy importante en la narcotización de los personajes populares. Son los medios los que llevan a estos protagonistas a una introspección redentora: ésta es la función del mito de Rita Hayworth con el cual se identifican, hasta el deseo de la mimetización, las clases populares en La traición de Rita Hayworth. O las películas que narra Molina a Valentín en la celda de El beso de la mujer araña. En el último caso, el cine se hace seducción y configura la vida de su protagonista, un homosexual encarcelado, en un vaivén en el que se desarticula el límite entre realidad y ficción.
Es tan estructural la interferencia que ejercen los medios en las clases populares que ésta se inmiscuye en el habla de sus integrantes. En las novelas de Puig (de forma más clara en Boquitas pintadas) los personajes carecen de un vocabulario propio. Su lenguaje es el de los medios masivos, el que les imponen las revistas, radios y cines.
Manuel Puig consigue captar el clima de angustia social, moral y política que vive en la sociedad de la época a través de las conductas y relaciones de sus personajes, sea cual sea su condición social. No es, de forma canónica, un escritor comprometido. No satura la novela con un contenido político explícito ni empuña sus palabras para la persuasión bajo el dictamen de un determinado discurso. Utiliza generosamente el recuso de la elipsis: no es el autor quien alerta de las injusticias sociales, sino el lector quien recompone las piezas desordenadas de una realidad compleja. Con una elegancia de la que pocos pueden presumir, Manuel Puig traza la psique social (mejor aún, las psiques sociales) de la Argentina de los 70’ y lo consi- gue hacer solamente a través de los desvelos y las representaciones del mundo que ofrecen sus atormentados personajes.
De la butaca a la novela
Los lunes, miércoles, jueves, sábados y domingos, al cine. El niño ‘coco’, Manuel Puig, halló en la oscuridad del cine y en la época dorada de Hollywood una refe- rencia del mundo real, el de los “débiles” y los “fuertes” (nótense las comillas), que se adelantó a la de los libros. Eso convierte a la obra de Puig, como ya se ha dicho, en un híbrido, por cierto bastante pop, que usa lo cinematográfico como impulso para lo narrativo. Nacido el 28 de diciembre de 1932 y fallecido en 1990, Puig recorrió el mismo camino en su trayectoria profesional: comenzó de chico para todo en el cine, escribió en inglés y solo cuando comenzó a hacerlo en castellano descubrió que su vocación no era el cine. No obstante, los 'ocho milímetros' siguieron presentes en todas sus obras.