Catedrales de imágenes y palabras
Alan Moore es guionista
de cómics desde
hace casi 40 años y es
difícil entender el noveno arte
(y la cultura popular de
finales del siglo XX) sin su
trabajo. Ha realizado algunas
de las mejores obras del
medio –obras que han trascendido
el mundo del tebeo
y han contaminado buena
parte del cine y la televisión
de principios del siglo XXI–,
y ha creado muchas de las
herramientas de la narrativa
del cómic actual. Es decir,
antes de Moore había cosas
que no existían (o lo hacían
de forma mucho más precaria)
a la hora de contar historias
en viñetas, desde el
paralelismo o la contraposición
entre texto e imagen, a
la estructura de las propias
viñetas como mecanismo
narrativo.
Alan Moore no es sólo un
buen constructor de diálogos
y personajes o de tramas
complejas, sino que introduce
en sus guiones una poética,
una relación entre la imagen,
la palabra y el paso de
una viñeta a otra que convierte
la lectura secuencial
en una experiencia que tiene
más que ver con la poesía
que con la prosa. Moore es
uno de los autores que más y
mejor ha entendido la idea
del ritmo narrativo interno.
Leer alguno de los números
de Watchmen, por ejemplo,
nos muestra desde acciones
que suceden en paralelo a
momentos en los que el tiempo
se detiene y la acción de
unas viñetas va a una velocidad
y en otras viñetas va a
otra. En el que elementos visuales
de los primeros números
replican en pequeñas
analogías en los siguientes,
creando resonancias.
Sería injusto no mencionar
aquí que gran parte del
éxito de los cómics de Moore
se debe también a sus colaboradores,
desde David
Lloyd a Eddie Campbell o
Dave Gibbons. En este sentido,
es interesante cómo la colaboración
entre Moore y estos
artistas ha permitido que
el aspecto gráfico de las
obras que él guioniza no sólo
sea excelente, sino también
muy variado a través de
obras y épocas.
Las historias de Moore
son inteligentes, oscuras,
originales, directas, controvertidas,
políticamente incorrectas
y llenas de claves
complejas. Por eso vamos a
hacer un repaso a la parte
más destacada de su obra.
Watchmen: una de sus
obras capitales y quizás la
que mayor trascendencia ha
tenido en los últimos años.
La historia nos habla de una
realidad distópica cuyo punto
de divergencia con nuestro
mundo es la existencia
real de ‘superhéroes’ (aunque
en realidad solo uno de
ellos tiene poderes) en los
EE UU. La acción se sitúa en
1985, con la tensión nuclear
entre Rusia y EE UU a punto
de estallar y con los ‘vigilantes’
ya retirados en su
mayoría por un decreto gubernamental
tras una serie
de protestas sociales cuyo
lema es “¿Quién vigila a los
vigilantes?”.
La obra utiliza un
Mcguffin argumental muy
simple (la muerte de uno de
los héroes, El Comediante)
para armar una auténtica catedral
con capas y capas de
complejidad narrativa. Una
disección sobre el poder que
utiliza los arquetipos del cómic
de la era dorada, para
hablarnos de la responsabilidad,
del deseo, de la obsesión,
etc. Y que incluso se introduce
en el territorio de la
ciencia ficción a través del
personaje del Doctor Manhattan
(auténtica metáfora
antropomórfica del poder
nuclear y único superhéroe del grupo) que abre un interesante
análisis: si Dios existiera,
su condición exterior a
los seres humanos le haría
ajeno a los problemas de éstos,
sus ilusiones, sueños, etc.
Pero ahora que está de moda
resaltar que una obra es interesante
en la medida en que
es ‘culta’ y por tanto ‘oscura’ e
incomprensible, es importante
recalcar que Watchmen es
también un cómic de superhéroes,
entretenido, lúcido,
apasionante y con algunos giros
en su parte final que cortan
la respiración.
V de Vendetta: “Aquí la voz
del destino”. V de Vendetta es
la segunda “obra magna” de
Alan Moore. Quedarnos en
que se trata de un retrato de
una Inglaterra totalitaria, xenófoba,
racista y violenta y
una metáfora de los gobiernos
de Margaret Thatcher es
hacerle un flaco favor. Es el
propio V y su relación con
Evey (la joven a la que protege
e instruye) lo que convierte
el tebeo en algo más. Ya
que la complejidad narrativa
no viene de retrato de un
mundo ante el que rebelarse,
sino de la radiografía
profunda que realiza Moore
de aquel que se rebela. De
nuevo, es difícil no sentir
simpatía por V, pero también
sentimos miedo, incomprensión,
frialdad, distancia y
una reflexión en torno a la
imposibilidad de aquellos seres
que luchan contra un determinado
sistema de construir
después un sistema
nuevo. La idea de que las luchas
son fruto de su tiempo
y que liberan la imaginación
y el deseo tanto como lo empantanan
de cara a imaginar
nuevos escenarios es, más
que perversa, brillante.
La broma asesina: Cuando
se habla de la refundación del
personaje de Batman llevada
a cabo por Frank Miller con
su obra El regreso del señor
de la noche y Batman: Año
Cero, se suele incluir éste pequeño
número unitario que
tuvo muchísimo éxito en la
época y que cuenta el origen
del Joker, humanizando al
personaje hasta llegar a
comprender sus acciones. Es
probable que el espectacular
dibujo de Brian Bolland contribuyera
en mucho al éxito
de la obra, pero no deja de
resultar curioso que el acercamiento
de Alan Moore a la
figura del Joker haya sentado
base para prácticamente
todas las adaptaciones posteriores,
convirtiéndola casi
en un cliché que afortunadamente
ha sabido volver a
romper Christopher Nolan
con su Batman, El caballero
oscuro, esta vez para el cine.
From Hell: una obra que
Moore preparó durante más
de diez años con el dibujante
Eddie Campbell. Está contada
desde las perspectiva de un
narrador omnisciente que se
adentra en el Londres de Jack
el Destripador y traza uno de
los frescos más extensos,
complejo y documentado de
la Inglaterra victoriana. No es
justo decir que se trata de una
novela gráfica sobre Jack el
Destripador en sí, sino que va
mucho más allá, incluyendo
reflexiones en torno a la percepción
de la propia realidad.
No en vano, en el proceso
de escritura de la novela,
Moore decidió ordenarse mago.
Algo que se toma bastante
más en serio de lo que podría
parecer y que va mucho
más allá de la mera excentricidad
de un autor consagrado.
Cualquier persona que se
dé un paseo por la red buscando
entrevistas con Moore
sobre esta materia saldrá sin
duda fascinado.
From Hell es también el relato
de la difícil relación de
Alan Moore con las editoriales
de cómics (se paseó por
tres antes de editarse definitivamente)
debido a su carácter
independiente e iconoclasta.
Independencia que le
ha llevado a incluir en la obra
unos apendices tan completos
que leerlo supone casi una
relectura en otra clave de la
propia nóvela gráfica.
En los últimos años, Moore
ha realizado numerosas
nuevas incursiones en el género,
a través del sello American
Best Comics. Todas
comparten una cierta idea
de ‘regreso’, de reinterpretación
de la propia obra. Si el
Moore de los ‘80 y primeros
‘90 rompía el molde de los
cómics mainstream introduciendo
complejidad, cierta
dimensión literaria, realismo,
etc., el Moore del siglo
XXI ha decidido romper de
nuevo con el clima del tebeo
actual (y del cine, si me apuras),
lleno de heróes adultos
y acomplejados. Y ha creado
series fascinantes como Tom
Strong, Top 10 y La liga de
los hombres extraordinarios,
tres ejemplos de recuperación
y reinterpretación del
imaginario y la estructura
del cómic clásico.
Moore es un constructor
de catedrales fascinantes,
un arquitecto de mundos.
Un mago.
ALAN MOORE Y LA DIFÍCIL RELACIÓN CON EL CINE
_ La mayor parte de la
gente piensa que la nefasta
relación con el cine de
Alan Moore viene de la
calidad de las adaptaciones
de sus películas. Lo
cierto es que no es un
argumento peregrino
teniendo en cuenta que si
bien V de Vendetta era
una película decente y
Watchmen lo es también,
la adaptación de From hell
es bastante mediocre y la
de La liga de los hombres
extraordinarios es un pufo
de tal calibre que haría
enrojecer a cualquiera con
dos dedos de frente (y eso
sin necesidad de haber
leído el cómic).
Pero no, Moore no está
en contra de las adaptaciones
cinematográficas
de sus obras por eso (o
no principalmente), sino
por otros dos motivos. El
primero es que muchas
de esas adaptaciones se
han hecho sin su consentimiento
porque no poseía
los derechos de las
obras, que estaban
secuestrados por las
casas editoriales para las
que había trabajado.
El segundo es que la
mayor parte de la obra de
Moore trata de profundizar
y redefinir el lenguaje del
cómic. Es decir, que
buena de su potencia
viene del propio medio y
es imposible traducirla a
otros, algo bastante sencillo
de entender cuando
hablamos de esas ediciones
noveladas de películas
de éxito, pero que
parece que a Moore le ha
colocado la etiqueta de
excéntrico. La última prueba
de que -en el caso de
su obra- tiene bastante
razón, es la adaptación de
Watchmen, recientemente
estrenada. Una película
cuyos fotogramas, diálogos
e incluso partes de la
banda sonora son copias
directas de la obra de
Moore y no hay nada en el
resultado que nos permita
entrever la potencia narrativa
de ésta.