Zinemaldia: el futuro es un filtro de Instagram
"Quizás seamos demasiado numerosos, o no lo bastante como para tener peso en la sociedad. Quizás nos planteemos demasiadas preguntas, quizás seamos demasiado pesimistas, demasiado exigentes, demasiado laxos, demasiado inocentes, demasiado cínicos. Quizás estemos podridos, quizás no consigamos salir de la infancia".
El escritor y periodista francés Lionel Tran expone en Sin presente (Periférica, 2015) la pérdida actual de un sentido de la realidad y la necesidad de una verdadera herida, de un análisis y compromiso que permita trascender el peterpanismo de toda una generación y su reflejo en un síndrome de Wendy que uno de los personajes de su novela lamenta así: "No soporto este sexismo de mierda, las mujeres no tienen espiritualidad, las mujeres tienen los pies en la tierra, las mujeres son incapaces de crear arte, pero bueno ¿os dais cuenta de lo que decís? Estáis muriéndoos, estáis desperdiciando vuestra juventud. Vivid, coño. ¡Salid de vuestra cueva!".
Pudiera parecer que a los programadores de la 63ª edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián les preocupa la ausencia de diálogo entre generaciones
Como a Tran, pudiera parecer que a los programadores de la 63ª edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián les preocupa la ausencia de diálogo entre generaciones, o la certeza de que no hay futuro, sino presente continuo y producción de oportunidad.
Algo que, paradójicamente, tiene su reflejo en la concepción del cine como medio y no como fin, tal y como delatan secciones patrocinadas como Savage Cinema –espacio dedicado al "cine de aventuras y deportes de acción"– o Culinary Zinema; así como las apuestas promocionales de la sección Perlas, la inversión de futuro en la clase creativa local –principal agente gentrificador de una ciudad que será capital cultural europea en 2016– y las propuestas cinematográficas que presenta la sección Nuev@s Director@s, cuyo cartel ostentaba un lema que apelaba más a un ruego que a una emancipación: "Will film for milk!" ("¡Rodaremos a cambio de leche!").
Una plegaria o un despertar que sintetiza perfectamente la película ganadora de la Concha de Oro de esta edición, Sparrows, dirigida por el islandés Rúnar Rúnarsson.
En ella se nos muestra un universo sostenido por la norma histórica, social y familiar; por una resignación acomodaticia que sólo puede terminar en tragedia. La novedad, en cualquier caso, está en la aparente sofisticación de los códigos, tanto sociales como expresivos, que convierten Sparrows en una pesadilla nórdica pasada por un filtro de Instagram.
A esta idea del no retorno abonada a la estética tumblr se abona también Karatsi / Losers del búlgaro Ivaylo Hristov, incluida en la sección Zabaltegi; una propuesta crítica no sólo con una juventud desorientada y conformista, también con unos padres ausentes y un profesorado rendido a la evidencia de que desde los márgenes, sean éstos el rural, el cine indie o la periferia europea, sólo se puede aspirar a las maneras del mercado.
No obstante, Hristov le concede una salida a la siguiente generación: concluye Karatsi / Losers con la rendición de unos y otros, mientras una niña díscola decide resistir a la inercia apelando a un cambio de sentido; abocándose a la razón antes que al divertimento.
Evolución o extinción
No es casualidad que, de haber un despertar, la ficción más reciente se haya decantado por representarlo en las carnes de personajes abocados a ciertas servidumbres sistémicas, sobre todo mujeres.
En esta línea, que el jurado haya otorgado su premio especial, así como el galardón que recompensa la labor técnica y fotográfica, a la película Evolution, nos reafirma en la necesidad ya no sólo de referentes, también de creadores capaces de imaginar otras realidades más allá de las convenciones propias de géneros tan codificados como el "social".
El segundo largometraje de la francesa Lucile Hadzihalilovic, única directora en la sección oficial, propone una inmersión en un fantástico sensorial que trasciende la experiencia estética para diseccionar las normas biológicas que rigen nuestro discurso evolutivo; una película de ciencia ficción que, fiel al género, incomoda porque es capaz de imaginar otros caminos a los ya trazados por el hombre. Hadzihalilovic nos propone una utopía que sólo puede darse en los márgenes de lo real; la posibilidad de una isla donde la vida se abre camino.
Diametralmente opuesta a Evolución en la forma y en el fondo es Freeheld, melodrama judicial con textura de telefilm que narra el caso real de Laurel Hester y Stacie Andree, dos mujeres que lucharon por el reconocimiento de sus derechos de herencia como pareja legal en el estado de Nueva Jersey.
A pesar de su literalidad, Freeheld consigue recordarnos lo que supone el compromiso individual: que el activismo proderechos humanos no consiste en una gran campaña de comunicación, sino en cómo decidimos vivir el día a día.
La épica de esta película, protagonizada por Julianne Moore y Ellen Page, radica en el retrato de las pequeñas acciones, en el compromiso de la comunidad con lo que considera que es justo.
Peterpanismo de clase media
Puede que, como opinan muchos partidarios de los valores de mercado, "estemos preparando a nuestros hijos para un mundo que ya no existe"; un mundo donde cada una de las acciones cometidas tenía sus consecuencias y había que responsabilizarse de ellas.
Gonzalo, el adolescente tardío protagonista de El apóstata, tercera película del uruguayo Federico Veiroj –mención especial del Jurado y premio Fipresci– busca precisamente hacerse cargo de algo en una vida que él mismo ha abocado a la indefinición.
No se le ocurrirá otra cosa que apostatar de la fe católica, sin ser consciente de que las instituciones religiosas constituyen una parte más de un sistema que Veiroj, con aparente sencillez, muestra cómo le encorseta a diario: familia estereotípica de clase media, trabajo precario, estudios inconclusos, neurosis sentimentales sin resolver.
Gonzalo no es el único joven con complejo de Peter Pan inmerso en una burbuja pequeñoburguesa que se agrieta por momentos. Véanse los protagonistas de la canadiense The Demons, de Philippe Lesage; Family Film, del checo Olmo Omerzu; la austriaca One of us; o las francesas 21 noches con Pattie, de los hermanos Larrieu –reconocida en el palmarés por su guión– y Le nouveau, de Rudi Rosenberg –premio Nuev@s Director@s–, que delatan asimismo a una clase media acomodada, ajena a otras realidades que no sean las propias, cuyos códigos heredan y ejercitan en aulas y recreos sus hijas e hijos sin mucho convencimiento.
En este contexto, adquiría cierta significación la muestra coincidente al festival dedicada, en el Museo San Telmo, a la relación entre Pier Paolo Pasolini y la ciudad de Roma, en la que nos topábamos con la siguiente exhortación en 1968 del cineasta italiano a los jóvenes del Partido Comunista Italiano (PCI): "Tenéis caras de hijos de papá. De hijos de buena casa. Tenéis la misma mala mirada. Sois miedosos, inciertos, desesperados (¡muy bien!) pero también sabéis cómo ser prepotentes, chantajistas y seguros: prerrogativas pequeñoburguesas, amigos. Cuando ayer en Valle Giulia fuisteis a hostias con los policías, ¡yo simpatizaba con los policías! Porque los policías son hijos de pobres".
A la luz de esta cita, no deja de resultar divertido el impacto entre cierta crítica de Una juventud alemana, del niño prodigio de moda Jean-Gabriel Périot; un documental orquestado en torno a imágenes de archivo sobre las actividades subversivas de la banda Baader-Meinhof en la Alemania convulsa de los años 60 y 70 del pasado siglo.
Périot se pregunta y nos pregunta sutilmente por lo que era considerado terrorismo y democracia en aquella época, y lo que ambos conceptos significan hoy, en una era no menos convulsa.
Su película juega a la ambigüedad, aunque sus simpatías por lo revolucionario ante un cierto orden instituido de las cosas son obvias. Lo paradójico es que a Una juventud alemana y, por extensión, a su director, no les quede otra que hacer fortuna en ecosistemas de la clase creativa como el propio Festival de San Sebastián, legitimadores de una forma sofisticada del capital.
Lucha de clases
En todo caso, la lucha de clases, diluida en apariencia por la globalización, hizo acto de aparición significativamente en San Sebastián a través de películas traídas de las periferias, a cuyos personajes no hace falta exhortarles para que salgan de sus cuevas, puesto que están obligados a hacerlo si quieren seguir adelante.
Fueron los casos de la ya citada Karatsi / Losers, la producción georgiana Moira o la mexicana Te prometo anarquía; mientras, la producción gala Los caballeros blancos –premio al mejor director, Joachim Lafosse– hace un esfuerzo por reconocer las imposturas e hipocresías del primer mundo respecto del tercero, a través de la historia basada en hechos reales de una ONG que busca en África niños huérfanos que serán adoptados por familias acomodadas francesas, y cuyas buenas intenciones se estrellan contra la prepotencia y el amateurismo que guían sus actuaciones.
En cuanto a Desde allá, ópera prima del venezolano Lorenzo Vigas, programada en Donosti antes de que le fuera otorgado el León de Oro en el Festival de Venecia, es ejemplo de una dialéctica cinematográfica entre las dos maneras de estar en el mundo que hemos planteado: por una parte se nos presenta a Armando, un protésico dental en la madurez, que no tiene problemas económicos, pero sí emocionales relacionados con su padre. Por la otra, a Elder, un joven mecánico acostumbrado menos a vivir que a sobrevivir en las calles de Caracas. La historia de ¿amor? entre ambos está condenada por un entorno socio-económico que favorece el odio y la brutalidad antes que el encuentro.
Por último, el cine español ha tenido también su reconocimiento en los premios dedicados a la interpretación: los actores Ricardo Darín y Javier Cámara comparten Concha de Plata a la mejor interpretación masculina por la tragicomedia de Cesc Gay titulada Truman; y Yordanka Ariosa, se lleva la correspondiente a la mejor actriz por El rey de La Habana, obra de un Agustí Villaronga perdido en el laberinto de sus obsesiones.
Galardones que no lograron soslayar el hecho de que la apuesta entusiasta de José Luis Rebordinos, director del festival, por el cine español derivó en decepción generalizada ante las calidades discutibles de las películas programadas.
Otros cinco descubrimientos de Zinemaldia
1.- The show of shows (Zabaltegi): Recopilación de fotogramas de archivo sobre espectáculos en vivo característicos del siglo XX, que, gracias a la realización del islandés Benedikt Erlingsson y la banda sonora del grupo Sigur Rós, deviene oda a la imagen en movimiento.
2.- Mountains may depart (Perlas): El cineasta chino Jia Zhang-ke persiste en su obsesión por el ¿progreso? que experimenta sus país natal desde hace unos años, a través de un relato épico que comienza como tragicomedia sentimental a tres bandas, y concluye en distopía presentista.
3.- El clan (Horizontes Latinos): Última realización del argentino Pablo Trapero, director de Elefante blanco (2012) y El bonaerense (2002), que recrea el caso real de un clan familiar especializado, en la década de los 80, en el secuestro y asesinato de miembros de familias pudientes. Intriga absorbente y, a la vez, retrato de una sociedad argentina sumida en todo tipo de claroscuros políticos y económicos
4.- Un día perfecto para volar (Oficial): El catalán Marc Recha demuestra con este cuento protagonizado por su propio hijo y el actor Sergi López, ser uno de los pocos cineastas españoles surgidos en los 90 que todavía tiene algo original que decir.
5.- The propaganda game (Zabaltegi): Nueva muestra de la fascinación del audiovisual presente, y en especial el documental, por Corea del Norte; una dictadura que, en virtud de su secretismo, parece haberse convertido en el refugio último de lo fabuloso.