Cien años de 'El Proceso'
El angustiado protagonista de El proceso es un empleado bancario que, “sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana” ignorando el motivo. Tras proclamarse inocente, será ejecutado sin juicio. Esta ácida visión sobre el mal funcionamiento de los tribunales posee plena actualidad. Presuntos y prescriptos, autos y apelaciones, cambios de leyes… se aglutinan mediáticamente en torno a polémicos procesos, juicios y sentencias. Es tal la avalancha informativa (hay canales temáticos de televisión con juicios en directo) que parecemos cautivados por los espectáculos judiciales. Es habitual tardar en juzgar delitos económicos, la impunidad de responsables de pérdidas del caudal público y llenar cárceles con pequeños traficantes de drogas, mientras que las fortunas que genera su venta extienden la corrupción. Muy lejos se halla la recomendación de Platón de formular leyes que persigan la opulencia y eviten la pobreza, y la de Erasmo de buscar prioritariamente la utilidad pública. Que los españoles perciben como dominante la injusticia lo atestiguan diversas encuestas del CIS.
Volviendo al genio checo, Franz Kafka, se puede seguir la génesis de El proceso gracias a su meticuloso Diario, donde entrelazaba los episodios bélicos del momento con sus rutinas y estados de ánimo. Así sabemos que, en el sangriento agosto en que estalla la I Guerra Mundial, Kafka intenta dedicarse exclusivamente a la literatura redactando una ambiciosa novela, especie de alegato existencial donde atacará los abusos del poder ocultos tras la supuesta justicia de una secreta estructura jerárquica y corrupta, en la que todo acusado es culpable y se le aplica una ley “que no puede conocer”. Bajo tales premisas contará la trágica historia de Joseph K. Mientras se estabilizan las trincheras constata “la insensatez de los que mandan”, y cae deprimido. Desde mayo de 1915 no volverá a mencionar El proceso. Publicada póstumamente por su albacea Brod en 1925, después de la II Guerra Mundial pasó de considerarse “obra absurda” a “alegoría del siglo XX”, provocando un delirio de interpretaciones y negocio editorial, acuñándose el término kafkiano para lo absurdo, siniestro, angustioso y burocrático. Se calcula en más de 25.000 los libros escritos sobre Kafka, pero todavía quedan claves por descifrar.
Welles materializaría con mágica belleza, densidad dramática y fidelidad narrativa los fantasmas kafkianos
Será casualidad, pero cuando, tras nueve amargos meses de gestación, abandona inconclusa esta novela, el 4 de mayo de 1915 anota en su diario: “No hay nadie que manifieste hacia mí una comprensión total”. Justo dos días más tarde nace en Wisconsin ese Orson Welles que materializaría en celuloide con mágica belleza, densidad dramática y fidelidad narrativa los fantasmas kafkianos, como si estuviese predestinado.
Corría 1962. En plena Guerra Fría, enfrentadas las superpotencias en carreras atómica y espacial, cuando el antiguo “joven prodigio” marginado por Hollywood, espiado por el FBI y perseguido injustamente por el fisco, desde su exilio europeo acepta la propuesta de unos productores arruinados de filmar con total libertad esta relevante novela. Muy interesado “por los abusos del Estado”, ante el reto de ser el primer cineasta en abordar el inquietante universo kafkiano, plasmó en imágenes esta laberíntica pesadilla con humor negro, rodando “como si fuese un sueño” el que consideraría “el filme más autobiográfico que jamás hice”.