Premian la cultura quienes destruyen la vida
Una soleada mañana, el célebre narrador y actor Cándido Pazó, presentaba el acto de las Marchas de la Dignidad. Allí, con calidez y afecto, habló de las justas razones que motivaban esa reunión: “Habelas, hainas”, dijo. Razones, sí, para pedir pan, techo y trabajo. Algo tan primario. Pan, techo y trabajo. No aumentos de sueldo, ni más vacaciones, ni un coche nuevo. No. Pan. Techo. Trabajo. Lo que no hace mucho se daba por supuesto, la condición mínima de la vida que hoy debe ser reclamada. Pazó habló de los desahuciados, de los despedidos, de los agraviados por este gobierno infame de corruptos y miserables, inmunes al sufrimiento de cientos de miles que no piden tanto. Solo Pan. Techo. Trabajo.
Allí, ante una multitud, fue presentando a los varios participantes. Uno de ellos era el bombero coruñés al que han multado y expedientado por negarse a participar en un desahucio de una anciana de 85 años. Pazó lo presentó como lo que es: un héroe. Un referente ético para todos.
Apenas dos semanas después, el mismo Cándido Pazó estaba recogiendo el Premio de Galicia a las Artes Escénicas de manos de los mismos cuyas políticas nos han traído a este erial devastado donde hay que volver a reclamar lo básico. Y allí estaba él, divirtiendo con su proverbial simpatía a la larga fila de conselleiros y altos cargos, al presidente amigo de los narcotraficantes y a toda la plana mayor del partido de la corrupción. Los prebostes de la devastación social y la miseria moral reían sus ocurrencias. No les habló entonces de desahuciados ni despedidos. Ni tan siquiera del bombero al que dos semanas antes había presentado como un héroe. A ese al que esos mismos tipejos multaron y sancionaron por cumplir con su deber ético. No. Hizo lo que se espera de un discurso institucional, pensó en su familia, en su público, y hasta agradeció las grandes infraestructuras culturales que, a su juicio, abundan tanto en este país gracias a la gestión de esos prohombres sonrientes. El resto de premiados no fue una excepción: contaron sus anécdotas, hicieron sus gracias y recogieron los que se supone que son los máximos galardones de la cultura en Galicia, entregados justamente por aquellos que, día tras día, se afanan en destruirla. Hicieron de bufones de la corte y proporcionaron una noche agradable a los que arrasan con todos aquellos mecanismos que la gente tenía antes para sobrevivir. Los que han hecho que haya que volver a pedir un techo. Un poco de pan. Un puto trabajo.
Pazó se explicó después en las redes sociales: ambas cosas no tienen que ver. Él puede prestar su voz a los movimientos que se lo piden y luego recoger un premio que representa a su país, aunque lo entregue un presidente que está ahí “circunstancialmente”. Se preguntó qué tendría que haber hecho, ¿rechazarlo?No, estos no pueden ni siquiera pronunciar las palabras “cultura”, “arte”, “educación” sin que nos abochornen a todos
Lo cierto es que el asunto lleva a reflexión. Otros antes que él han rechazado premios más importantes. Alegando precisamente la misma contradicción ética que supone que aquellos que durante 364 días al año demuestran tal feroz odio por las artes, la educación y la cultura, sean los que durante un día se engalanen disfrazándose de mecenas y promotores de aquello que el resto del tiempo desprecian y combaten. La fotógrafa Colita, que rechazó el Premio Nacional de Fotografía dotado con 30.000 euros, lo expresó muy claramente: “la situación de la cultura y la educación en España, cómo expresarlo, es de pena, vergüenza y dolor de corazón” y luego añadió: “No tiene sentido que estés todo el rato militando contra el PP y, después, salir corriendo a Madrid para que me den una pasta”. En términos parecidos se expresó el músico Jordi Savall, quien rechazó otros 30.000 euros y el mismo galardón afirmando que "No podemos permitir que la ignorancia y la falta de conciencia del valor de la cultura de los responsables de las más altas instancias del Gobierno de España erosionen impunemente el arduo trabajo de tantos músicos, actores, bailarines, cineastas, escritores y artistas plásticos".
Para estos artistas sí resulta obvio el conflicto que Pazó y otros como él no ven. El conflicto que se manifiesta cuando aquellos que hacen entrega de estos premios no reúnen un mínimo de dignidad ni de honorabilidad para entregarlos. Porque de eso se trata. La fotógrafa Colita, al rechazar su galardón, volvió a estar atinada cuando dijo: “Habrá que esperar con ilusión, otros tiempos, otras gentes, otros gobiernos, que nos devuelvan a nosotros el orgullo y a ellos el honor. De momento, señor Wert, no me apetece salir con vd. en la foto”.
O lo que es lo mismo, quien premia debe cumplir ciertos mínimos de dignidad. No puede ser que sea precisamente el premiado, que acude a recibir el honor, el que preste su honorabilidad para que se envuelva aquél que de ella carece. No puede ser que sean los premiados quienes con su presencia concedan dignidad al indigno que premia.
Imaginemos, por ejemplo, al Gobierno de Israel, premiando al palestino que “más hiciese por la paz”. Puede resultar un ejemplo imaginario chocante, pero es tal el cinismo de la vida política que yo no lo considero en absoluto improbable. Netanyahu nombra a un jurado irreprochable, quien elige a un palestino cuyos méritos sean igualmente irreprochables. Acude a la ceremonia, recoge el premio sonriente y agradecido, y al día siguiente sus premiadores ya pueden seguir tranquilamente aniquilando las vidas de sus amigos, de sus familias y la suya misma. ¿No consideraríamos esto bochornoso y el colmo de la hipocresía? ¿Petroleras premiando a ecologistas? ¿Dictadores premiando a militantes de los derechos humanos? ¿Banqueros galardonando a las organizaciones de Stop Desahucios? ¿Es un ejemplo cogido por los pelos? ¿No es acaso lo mismo? ¿No son estos que nos gobiernan también culpables de un genocidio social y cultural sin precedentes? Pan. Techo. Trabajo. Tenemos que salir a las calles para luchar por lo mínimo. Por las mínimas condiciones para la pura subsistencia. Tal es el paisaje desolador del que esta gentuza es responsable. No, estos no pueden ni siquiera pronunciar las palabras “cultura”, “arte”, “educación” sin que nos abochornen a todos. Sin que nos invada la vergüenza.
Pero, por otra parte. ¿Hay que renunciar a ese premio? Cándido Pazó se preguntaba si también la compañía de teatro Chévere debe, siguiendo esa misma lógica, renunciar al Premio Nacional de Teatro o, por el contrario, no es justo y legítimo que lo recoja y así pueda seguir militando en esa forma de defender su trabajo. No es un argumento que se pueda despreciar sin más. Chévere sí se ha señalado en toda su carrera por no esconder su posicionamiento político. Jamás han sido tibios ni complacientes. Se han puesto en primera fila de reivindicaciones como las que protagonizó “Nunca Máis” o el 15M. Esto les ha traído unas pérdidas económicas incalculables en un país, Galicia, mayoritariamente gobernado por el PP. Yo mismo fui testigo directo de las dificultades surgidas para pagar su caché tras una de sus actuaciones en el pueblo donde antaño ejercía de programador cultural. Con un alcalde gritando enfurecido que esos “no cobrarían en la puta vida”. Solo algunas argucias consiguieron lo contrario. Pero en muchos sitios ni los contrataron. Quiero decir, que es precisamente su compromiso social lo que les ha acarreado gravosas consecuencias a lo largo de su carrera. ¿Y tienen que renunciar ahora a un premio que, sin duda les ayudará, porque quien se lo entregue sea un miserable?
Ahondemos un poco más, ¿acaso una sociedad no puede gratificar a sus creadores? Estos que viven en una cierta precariedad, con un futuro siempre incierto, y que tanto hacen con su trabajo para que este mundo sea más bello y más extenso, ¿no pueden ser agasajados? Y ese dinero con el que se les premia, ¿no es acaso público? ¿No es de todos? ¿Por qué tienen que rechazarlo? Yo me siento bien cuando el dinero público termina en aquellos que aman y luchan por el arte y la cultura. En aquellos que en su día a día contribuyen a que todo sea más hermoso, a que nosotros crezcamos, a que seamos mejores. ¿No está bien empleado? ¿Acaso porque aquellos que “circunstancialmente” gobiernan sean seres indignos los creadores no pueden ser gratificados?
El conflicto que se manifiesta cuando aquellos que hacen entrega de estos premios no reúnen un mínimo de dignidad ni de honorabilidad para entregarlos
Esto abre un conflicto. ¿Cómo puede recoger Chévere un premio, sin duda merecido, de manos del ministro que ha arrasado las artes escénicas? Hoy premio el teatro y mañana sigo destruyéndolo. Son sus políticas las que han traído una situación de miseria para muchos de los compañeros de Chévere. Salas que cierran (incluso la suya propia, perseguida hasta la extenuación por el PP de Santiago), compañías que se deshacen, actores, técnicos, maquinistas, iluminadores, directores que se hallan en situaciones de subsistencia dramáticas. Y nunca mejor dicho. ¿Qué debe hacer?
Para no ceñirlo todo a Galicia. En Oviedo también las Marchas de la Dignidad reclamaron de Quino algún tipo de posicionamiento cuando recogía, también tan merecidamente, un premio de manos de un rey impuesto y no sometido al escrutinio democrático. También pedían pan, techo y trabajo. Ellos en la calle, con sus pancartas y su dignidad y enfrente, en su palacio, la nueva nobleza y los reyes, con sus entretenimientos cortesanos. Quino nada dijo. Quizá el premio debería haberlo recogido Mafalda. Lo hubiese hecho de otra manera.
Yo creo que este conflicto, que Cándido Pazó, Quino y otros como ellos no han sabido resolver, lo encararon muy bien unos chavalines de apenas veinte años. Fueron los estudiantes laureados con los Premios Nacionales de Fin de Carrera quienes, al recoger su diploma, negaron el saludo al ministro Wert y se negaron a posar con él o lo hicieron con camisetas que defendían la educación pública: la marea verde. Qué gran lección dieron estos chicos ¿Tan difícil es hacer eso? No renunciaron a un premio que recompensaba su esfuerzo, tan justo y legítimo, pero tampoco se prestaron como tontos útiles para actos de propaganda y boato de un ministro que odia la educación pública que ellos defienden. Creo que este es el quid del asunto. No reírles las gracias, no entretenerles, no servirles de bufones, no agradecerles nada. Qué ignominia. ¿Agradecer? ¿Cómo uno podría “agradecer” por el homenaje propio cuando aniquilan a tantos otros? Parece que en el mismo hecho de “agradecer” haya contenida no poca insolidaridad o indiferencia hacia el sufrimiento ajeno. Agradezco que a mí me premien mientras otros tienen que reclamar pan, techo y trabajo. Gente que pasa hambre, que carece de un lugar donde guarecerse, de un modo de ganarse la vida. Son algo más que meras divergencias sobre la acción política de este o aquel gobierno. ¿Es esto decente? Un intelectual que se precie no debería prestarse a esto. A menos, claro, que no comparta este diagnóstico y que el tal intelectual defienda las políticas “circunstanciales” que esta gente practica. Entonces hace muy bien en recoger cuantos premios quiera. Pero si piensa que hay razones para la queja angustiada: pan, techo, trabajo. Razones para el reclamo de la dignidad usurpada. Si afirma que razones, “habelas, hainas”, entonces no puede ser que estas reivindicaciones de lo más esencial se olviden cuando convengan. No agradecer, no posar, no figurar, no servir de adorno en ceremonias palaciegas. Aceptar el premio que todos querríamos otorgarle, recoger el dinero que le servirá para seguir trabajando y quizá le proporcione un leve respiro en una vida por siempre precaria e inestable. Sí, pero manifestando nítidamente la incapacidad moral de quien lo entrega. Decir algo así como “Me enorgullece recoger este premio con el que me honra mi país, pero me avergüenza y me indigna que sea usted quien me lo entregue”.