Otro mundo perdido, por H. G. Wells
Las aventuras sobre civilizaciones perdidas han proyectado, en multitud de ocasiones, un humanismo excluyente y de tintes imperialistas. Valga com ejemplo la influyente 'Ella', publicada a finales del siglos XIX. Su autor, el inglés Henry Rider Haggard, parecía inquietarse ante la posible pérdida de influencia del imperio británico... y temer a una feminidad libre de corsés victorianos.
En plena exploración y expolio del patrimonio arqueológico mundial, otros autores adoptaron el modelo de Haggard intentando maravillar a sus lectores mediante exotismos fantasiosos. Pierre Benoît lo siguió con tanta fidelidad que su exitosa 'La Atlántida' fue calificada de plagio. Fuese como fuese, esas novelas llegaban a convertir las convenciones de Occidente en algo parecido al orden natural de las cosas. A pesar de hallarse solos o en franca minoría, los colonizadores protagonistas solían imponer su voluntad y sus costumbres allá donde fueren.
El antiheróico protagonista es arrogante y siente deseos de poder, pero también es capaz de amar
Otros exponentes literarios del género optaron por la sátira, a veces con ecos del Swift de 'Los viajes de Gulliver', pero obras muy populares seguían marcadas por un eurocentrismo alterizador. Esta inercia traspasó fronteras y disciplinas artísticas. La ciencia ficción fílmica estadounidense de los años 50, como el western antes que esta, seguía apostando por el hombre blanco occidental, y no por el ser humano de cualquier sexo y procedencia, como el centro de todas las cosas. En las civilizaciones ginocéntricas de películas como 'Cat-women of the moon' o 'Bajo el signo de Ishtar', la mera presencia de un macho alfa socavaba las presuntas aberraciones culturales de esos mundos perdidos, y alguna mujer con vocación de ángel del hogar traicionaba a sus compañeras en beneficio del recién llegado.
Una mirada diferente
Uno de los grandes autores de la ciencia ficción moderna, H. G. Wells, es considerado sobre todo un fabulador. Pero el autor de 'La guerra de los mundos' también fue un socialista internacionalista y pacifista. Con este perfil ideológico, estaba claro que no podía asumir acríticamente los puntos de vista de Haggard o Benoît. Lo demuestra su relato 'El pais de los ciegos', publicado originalmente en 1909, ahora recuperado por Nórdica Libros en una bella edición ilustrada y bilingüe. El británico ofreció una historia de civilizaciones perdidas que deja traslucir una mentalidad mucho más reflexiva y avanzada: la de otro humanismo, crítico del supremacismo colonial y de cualquier pulsión uniformadora.
De alguna manera, el escritor británico ya había trabajado convenciones propias del género en 'La isla del doctor Moreau', alterándolas. 'El país de los ciegos' las sigue de manera más fiel, pero bajo un prisma personal, combinando una prosa raramente poética con su habitual tendencia a la literatura de ideas. El cuento está protagonizado por Nuñez, un montañista que cae (literalmente) en un lugar que consideraba un mito folclórico casi olvidado: el País de los Ciegos. Al saberse el único humano capaz de ver en una tierra de invidentes, concibe fantasías de dominio que es incapaz de culminar.
En el planteamiento de Wells no caben las miradas desde la superioridad. Sus ciegos podrían haber sido vulnerables, pero han adaptado el entorno a sus capacidades perceptivas y han refinado los sentidos de los que disponen. El autor rehúye cualquier tentación maniqueísta. Porque el antiheróico protagonista es arrogante y siente deseos de poder, pero también es capaz de amar. Y el pueblo que le acoge, de apariencia comunista por su manera de vivir colectiva y extremadamente coordinada, tampoco es perfecto: trata al diferente con paternalismo, y quiere homogeneizarlo.
El autor ofreció una miniatura matizada, considerablemente compleja. Y bella, porque las creencias de la comunidad que inventó tienen algo de mágico. Para ellos, el canto de los pájaros, lejanos e inaprehensibles, es el sonido de los ángeles. También conmueve su temor cuando Nuñez les habla del cielo, las nubes y las estrellas y todo ello les parece “un espantoso vacío, un terrible espacio en blanco en lugar del suave techo que protegía las cosas en las que creían”. En años posteriores, Wells revisaría la obra, cambiando su desenlace por otro más dinámico pero quizá menos coherente con la delicadeza del conjunto.