Escuchar y aprender de las luchas migrantes
El libro de Amarela Varela, Por el derecho a permanecer y a pertenecer, es un hermoso viaje por las luchas migrantes en un segmento espacio-temporal concreto: inicio de nuevo siglo, Catalunya. En aquel momento, la crítica a la devastación producto de las políticas neoliberales se cocinaba al calor del movimiento de resistencia global, que acabó modificando un mapa político desdibujado por años de intensificación de las dinámicas capitalistas. Un viaje marcado por el ritmo interno de movilizaciones, acciones y debates apasionados que permite comprender, más allá de su ubicación específica, experiencias que emergen desde los márgenes; experiencias que, sin embargo, resultan cruciales para pensar nuestro tiempo.
La autora narra cómo la política de fronteras se endurecía drásticamente en toda Europa: militarización de la frontera sur con ingeniería destinada a ‘interceptar’ personas en las costas de partida; controles de identidad en las ciudades de llegada que niegan la libertad de circulación; o apertura de nuevos Centros de Internamiento para Extranjeros, donde se han registrado numerosas denuncias por violación de derechos fundamentales, así como muertes no esclarecidas en el interior de sus muros. En este contexto, los movimientos comenzaron a tomar conciencia del problema que se avecinaba. Las redes de solidaridad, transversales, en muchos casos difusas, se activaron tímidamente y, contagiadas por la mecha prendida en Francia desde el movimiento de sans papiers, nacieron las primeras movilizaciones en territorio catalán: el grito de guerra fue “ninguna persona es ilegal”.
La investigación de Amarela trata de pensar las condiciones de posibilidad de este movimiento; un movimiento poco convencional que nace fuera de los marcos establecidos para la política –partidos, sindicatos u ONG–, y que lo hace, además, sustituyendo la representación por el protagonismo, el programa por la asamblea, la voz de expertos por la palabra de cualquiera, el protocolo por la experiencia colectiva, el asistencialismo por la solidaridad. Comprender esta realidad singular es clave no sólo para acercarse a los colectivos migrantes, sino para todos los movimientos: como sostiene la autora, la construcción de las luchas migrantes es un ejemplo de las resistencias biopolíticas en el capitalismo contemporáneo en la medida en que surgen en un contexto de precariedad extrema.El grito de guerra fue “ninguna persona es ilegal”
El relato de estas luchas hace que la imagen del desierto pospolítico que copaba el inicio de siglo se desmorone. Está salpicado de momentos esperanzadores que recuerdan que también se antepuso la humanidad a la criminalización: gestos solidarios con los que personas anónimas, decididas a acoger a quienes lo necesitaban, se jugaron mucho; encierros de migrantes en Iglesias que se extendieron como la pólvora por diferentes ciudades del país; manifestaciones multitudinarias –como la que tuvo lugar contra la reforma de la Ley de Extranjería del Gobierno del Partido Popular en Madrid en el año 2000–; o victorias nada desdeñables arrancadas a las administraciones de turno, como la regularización por razones humanitarias de todos los participantes en la primera oleada de encierros. Pero, ¿qué ocurrió en los años siguientes para que la situación de las personas migrantes dejase de entenderse como un indicativo del estado de salud de la sociedad? Amarela da unas pinceladas que permiten aventurar respuestas: los años de ‘bonanza’ económica, auspiciados por el desenfreno del ladrillo, coinciden con el final del ciclo de movilizaciones de las luchas migrantes; se dejan sentir los últimos coletazos del movimiento de resistencia global y las marchas contra la guerra de Iraq abren un ciclo en el que resulta difícil ubicarse. Luego vinieron años de silencio en los que las luchas vuelven a ser minoritarias. El objetivo será entonces recomponer el tejido que el mantra individualista del capitalismo desgarra. En este sentido, tras una fase de visibilidad y composición, se busca generar redes o, dicho de otro modo, activar una política de lo común.
El libro de Amarela es una caja de herramientas para acercarnos a los procesos políticos de nuestro tiempo. En demasiadas ocasiones, el problema de la migración se ha metido en el cajón de sastre del problema multicultural, como si lo que estuviese en juego fuese solo recuperar o visibilizar una identidad. Esto no deja de ser una manera de restarle importancia que descuida lo que dicho problema puede decirnos sobre nuestro mundo. Por una parte, permite denunciar el régimen de fronteras que trata de contener los flujos migratorios de los países empobrecidos que han sido provocados por las mismas políticas económicas de los ricos. Por otra, interpela a la sociedad como espacio político, preguntando, ¿cómo queremos vivir juntas y juntos en condiciones de igualdad? Por último, cuestiona la legitimidad misma de los Estados democráticos europeos, que separan entre personas legales e ilegales o delimitan quiénes tienen acceso a los servicios públicos. En todo caso, la migración es una particularidad que toca lo universal: el capitalismo genera una desigualdad estructural –capas de población que a sus ojos resultan desechables– que es preciso combatir.
El libro de Amarela es una carta al viento lanzada para este combate. Una carta que permite acercarse a las resistencias que también han tejido el entramado de los movimientos que dicen actualmente ‘basta’. Se trata de aprender desde, con, y a través de las luchas migrantes para construir, como recuerdan los zapatistas, muchos mundos de los que no se (nos) pueda despojar.