"Se utilizan casos individuales para condenar a una clase social"
El escritor británico Owen Jones sigue desenmascarando lo que ocultan las definiciones de la realidad generadas desde el privilegio. Su libro Chavs, la demonización de la clase obrera (Capitán Swing, 2012) es una guía fundamental para desnudar la burla clasista sobre quienes tienen menos recursos y sobreviven en bloques de protección oficial en Reino Unido. En mayo visitó el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona y el Círculo de Bellas Artes de Madrid.
¿Qué esconde la palabra ‘chav’?
No creo que nadie sea ‘chav’. Es un término despectivo, un insulto contra la gente pobre. La idea a la que me opongo es la de que ahora todo es clase media y que todo lo que queda de la clase trabajadora es esta representación de gente problemática, vaga, estúpida, alcohólica, que vive en comunidades rotas. Y no es cierto. Lo que hay son individuos con problemas, pero sólo se representan a ellos.
Y luego está la mayoría de la clase obrera, que trabaja en supermercados, centros de atención telefónica, centros de salud o que está en el paro. Toda esta gente comparte intereses y forma la misma clase social que a quienes llaman ‘chavs’. No defino a los chavs, trato de deconstruir ese insulto.
Debemos volver a hablar de clase obrera, no tratando de simular que no hay problemas, sino precisamente para hablar de políticas de clase, para entender la distribución de la riqueza y el origen de la desigualdad. Y para poder combatirlo.
El insulto también tiene género.
Chav es un término flexible, con muchos significados, porque no es una identidad: es un insulto que denigra a la gente por su clase social y que apunta al fallo individual como origen de los problemas. No identifica a una tribu urbana ni a una subcultura juvenil. Sería una broma pesada que alguien dijera de sí mismo que es un ‘chav’.
Para las mujeres, además, tiene connotaciones misóginas porque se carga sobre su sexualidad y su promiscuidad mientras que de ellos destacan su comportamiento antisocial y que son vagos. Así que por supuesto que la cuestión de género está presente.
El libro comienza con el diferente tratamiento mediático y político de la desaparición de dos niñas (Madeleine McCann y Shannon Matthews) y cómo se llegó a culpar a la madre de una de ellas, soltera y sin recursos, de haberla secuestrado para ganar dinero.
Un ejemplo claro es el personaje de Vicky Pollard, en la serie Little Britain, que es una grotesca caricatura de una madre soltera adolescente con muchos hijos. El caso de Jade Goody es otro ejemplo. [N. de la R.: Goody, tras una infancia durísima, participó en el Gran Hermano británico y se convirtió en famosa por los furibundos ataques de la prensa sobre su origen y falta de formación. Tras un incidente con una concursante india, las críticas arreciaron. Posteriormente también sería cuestionada por hacer público el cáncer que padecía para dejar un dinero a sus hijos].
“Yo era el primero de mi clase y ahora estoy a punto de ponerme una media en la cabeza”
Quienes antes se consideraban clase media se están proletarizando: han perdido la seguridad en el trabajo, el derecho a una pensión tras la jubilación, la idea de un empleo para toda la vida, etc.
El reto para la izquierda, independientemente de que se consideren clase media o trabajadora, es compartir esos intereses comunes y conseguir defender cada uno de ellos: buenos salarios, seguridad laboral, sanidad pública... Esos intereses colisionan con los de quienes mandan, de hecho mucha gente de los indignados son de clase media y están enfrentados con los de arriba. Muchos estudiantes que protestan son de clase media y hacen causa común con los sindicatos contra un mismo enemigo porque comparten una identidad colectiva y un lenguaje que entienden. Es más complicado que simplemente decir que la clase obrera está organizada colectivamente y la clase media no.
Generando mentiras y perpetuando estigmas
Los medios de comunicación están sujetos a los intereses de muy pocas personas con mucho poder económico e influencia política. Sería interesante limitar la propiedad de los medios, para hacerla más democrática y que una sola persona no pueda controlar varios medios. Se deberían prohibir todas las prácticas no pagadas.
En cuanto a los medios sociales, debemos usarlos como plataforma para que los medios tradicionales rindan cuentas. Para desvelar sus mentiras y para escuchar las voces que son demonizadas e ignoradas. Porque ahora quedan en evidencia muy rápido.
Un ejemplo: en las protestas de 2009 en Reino Unido contra el G20, la policía mató a un hombre, Ian Tomlinson. Los medios reprodujeron lo que había dicho la policía: que había sufrido un ataque al corazón porque estaba muy nervioso y que los agentes habían tratado de socorrerle pese a la oposición de la gente. Sin embargo, un vídeo grabado con un teléfono móvil mostró que iba con las manos en los bolsillos, de espaldas a la policía, y que varios agentes se le echaron encima.
Hermano Mayor, Callejeros, Gandía Shore: la lucha de clases sí será televisada
Lo que hacen estos programas es buscar y encontrar ejemplos extremos en la clase obrera, y los caricaturizan más todavía. El problema es que eso no se contrarresta y parece que son casos habituales, cuando no es así. Y esta imagen excluye otros retratos. Tampoco estoy de acuerdo con la idea glorificada de que la gente en la pobreza sea “santa”. La clase trabajadora es muy compleja moralmente, diversa, con muchos tipos de personalidades.
La gente que sale en esos programas quiere fama y dinero, no tengo problema con ello, pero sí deberían aparecer otros modelos, porque si no, lo que se hace es utilizar casos individuales para condenar a una clase social entera.
¿Es la riqueza un gueto?
“Gueto” sugiere la idea de vivir aislado bajo terribles circunstancias, mientras que ser rico también implica alejamiento de la sociedad pero viviendo muy confortablemente. No diría que se pueda trasladar el significado de gueto de un lugar a otro. //