Celso Piña: "La música no entiende de fronteras, güey"
El pasado 6 de junio sobre las nueve de la noche se abren las puertas de la sala Penélope. Periodistas y admiradores encontramos a un Celso que llega con paso tranquilo. La gente lo reconoce. Muchos se acercan, le saludan y se toman fotos con él. Acaba de aterrizar de Granada, donde tocó la noche anterior. Una rueda de prensa o entrevista previa al concierto no ha sido posible, pero accede amablemente: “Claro, luego del concierto hablamos. Ahora entro rápido”.
Aparecen los músicos y el público se impacienta, rompe el silencio Juan José Quiroz con la guacharaca, el mágico instrumento que con su tik tiki tich avisa que llega cumbia. Hipnotizados los oyentes entra el rebelde del acordeón y la fiesta estalla, en un ambiente frenético. Es Eduardo Piña quien con su bajo le da una nueva cadencia al ritmo cardiaco de los presentes. Embrujados todos, el delirio comienza.
La música de Celso nos lleva nuevamente a casa, a quienes venidos de latitudes tropicales nos devuelve el sabor al barrio, a la familia, a lo que ahora tenemos en la distancia. Uno de los asistentes grita eufórico: “¡Vamos a bailar como los cholos!”, la danza como una resistencia de identidad nacional, cultural, política y social de la población latinoamericana que migra al norte, los Estados Unidos o Europa. Este joven es Juan Castro, que cuando supo que Celso tocaba en Madrid no dudó en venir desde Londres, exclusivamente para el concierto. Comenta con pasión: “Toda la vida escuché su música. El ritmo hipnotizante de un peine al rascar, del quejido sabor a grito lejano del acordeón, las tumbadoras y su cadencia de caída de roca en pozo sin fin, más el arreglo digital de psicodelia y tun tun… No sólo son sonidos vintage puestos de moda por poseros modernistas de bigote recién crecido; son el nuevo canto del latinoamericano unido”. Abrazos por doquier.
A sus 61 años el acordeonista bailó, animó, brindó con su público y dedicó una canción al desaparecido maestro Gabo o Gabriel García Márquez, amante de la cumbia. El acordeón, otro viajero, abraza a Celso o Celso abraza el acordeón, ya no se sabe, ya no se distinguen. La música no conoce fronteras, ni físicas ni temporales, este instrumento originario de la Polonia de primera mitad del siglo XIX demoró mucho tiempo hasta encontrar en México, y más concretamente en Monterrey, al rebelde autodidacta que le enseñaría un nuevo abrazo. Fundidos ambos en un alma que derrocha júbilo y pasión para el éxtasis de su pueblo.
Este maestro de la cumbia lleva 30 años en los escenarios y más de 15 discos. Ha conseguido varias nominaciones a premios internacionales. Fue, además, uno de los pioneros en abrir las puertas de la cumbia a otros ritmos más populares y urbanos como el hip hop, el reggae, el rock, el pop, el son cubano y el bolero, entre otros, compartiendo proyectos musicales con numerosos artistas.
El concierto es una muestra de toda esta historia, sube y baja, sacude los recuerdos de todos, nos devuelve a la vida, esa que habíamos dejado allá. La distancia se desvanece, todo vuelve, los amores del pasado se reúnen todos porque Celso los ha convocado: "Aunque no sea conmigo", de Santiago "Chago" Díaz, es el tema y el coro es casi unísono: "Estoy contigo aunque estés lejos de mi vida"..., más abrazos. Un público entregado es lo que ha quedado. Con las emociones a flor de piel, nos ofrece un subidón de inspiración colombiana, deja salir a la Cumbia sobre el río e inmediatamente la bestia se nos mete a todos, el público asiente, "suena, suena y emociona... nuestra acordeona".
Después de 5 años, la espera ha terminado, hay nuevo disco de estudio, el cantautor regresó con un nuevo trabajo, “Aquí presente compa”, en el que deja los duetos que lo han caracterizado en los últimos años para volver a sus raíces, pero con un sonido más contemporáneo y renovado junto a su banda Ronda Bogotá. Celso Piña hizo vibrar a sus admiradores con la presentación de su nuevo álbum y con sus éxitos de siempre en Madrid, ciudad que visitó por primera vez durante su larga carrera.
Un intenso espectáculo de música y emociones va terminando, Celso se despide, no le dejamos ir y devuelve a la gloria: "Cumbia Poder", se dice que Celso puede hacer bailar a los muertos y a alguno vimos. De donde pensábamos no habrían más fuerzas, Celso las ha conseguido y es como si todo recién empezara, destila energía a través del acordeón y todos bebemos con sed de cumbia, enérgicos, felices.
“La música no es física, es subliminal”
Termina el concierto y pedimos a uno de los organizadores que nos indique dónde se encuentra Celso para la entrevista. Esperamos, muchos quieren saludarle, tener una foto o hablar con él. “¡Pasen, pasen!”, nos dice uno de los músicos. Allí estamos nosotros, frente al maestro. Celso se encuentra sentado, sonriente y mostrando su carácter abierto y espontáneo.
Celso no estudió en un conservatorio, aprendió escuchando discos de música colombiana con su propio esfuerzo y constancia, por ello sus melodías están impregnadas de un carácter muy personal. Conversamos con él y aparece el tema de la educación, comenta: “La educación es importantísima, es la base, son los cimientos para un estatus en la sociedad. A mis hijos les dije: "Yo no te voy a dejar dinero, güey, te voy a dejar una carrera, escoge cuál quieres y hazla. Si te doy dinero te voy a echar a perder".
Luego hablamos sobre las fronteras. “La música no entiende de fronteras, güey, los idiomas son los que te marcan las fronteras, la música es el idioma de Dios y por ello no debe tener fronteras. La música no es física, es subliminal”. Recuerda el concierto que recientemente ofreció en Helsinki (en un festival de música latina), al que asistieron miles de personas, la mayoría finlandeses. Sin embargo, en esa inmensidad humana pudo reconocer a varios latinos que no quisieron perder su presentación para poder encontrar un poco del añorado sur en el norte. Sobre ellos comentó: “Seguro que ninguno de los latinos tenía papeles”.
Relata lo difícil que fue llegar a los Estados Unidos: “Mis amigos me animaban a ir a los Estados Unidos cruzando el Río Grande y yo les dije que no. Yo quería entrar por la puerta grande y con mi dignidad bien en alto, y así lo hice. Tardé 20 años en entrar, pero lo hice como quise, porque se debe respetar la dignidad, y no dejar que te anden correteando y soltando a los perros".
"¡Un minuto nada más, que son muchos!", nos avisa el batería. Con un abrazo y una foto nos despedimos de ese torrente de energía, con ganas de disfrutarle más. Este chamán del acordeón convirtió una noche madrileña cualquiera en una noche para recordar y contar, en la que personas de distintas nacionalidades mostraron la realidad de las fronteras en la cumbia: ¿bailas o no bailas? Nos vamos, diferentes orígenes, latitudes diversas, todos juntos caminando un Madrid nocturno al ritmo de "luna, llena mi alma de cumbia, saca de mí la locura, llévame a la luz y a la paz". Gracias, maestro.