Superheroínas: Hackear el mito
Renacer o reinventarse poco o nada tiene que ver con la idea de hackeo del mito superheroico que tan certeramente ha ejercitado en su obra el autor de cómic Alan Moore. Recién publicada la nueva entrega de su serie La Liga de los Hombres Extraordinarios, Nemo: Corazón de hielo (Planeta, 2014), en la que Mina Harker, exnovia de Drácula, le cede el protagonismo de la serie a Janni Dakkar –la Capitana Nemo–, el mago de Northampton insiste en ir más allá de “personajes simplistas y posmodernos” para intentar “exaltar la imaginación” del respetable, un propósito nada desdeñable en estos tiempos de constante goteo de supuestas obras maestras, cuyo presunto gran impacto se diluye en el timeline pasada la semana de promoción.
Alan Moore, defensor del poder del folclore, de la esencia residente en el mito, es responsable de haber insuflado nueva vida al arquetipo superheroico femenino en las carnes de la “tecnoheroína” conocida como Promethea. “Cambiar el mundo es tan fácil como cambiar tu mente, sólo que la materia es más espesa que la imaginación”, recuerda uno de los personajes de esta serie. Janni Dakar y Mina Harker, por su parte, conservan en sus encarnaciones toda la esencia de esa ficción que importa, la que no se conforma con una representación que satisfaga a las hordas de biempensantes.
Mujeres de su tiempo
Del afán de insumisión de este autor parecen teñirse algunas recientes representaciones superheroicas que desafían el consenso de lo que estereotípicamente se entiende por (súper)heroína. Porque, como dice la guionista estadounidense Kelly Sue DeConnick, “si puedes cambiar un personaje femenino en tu historia por una lámpara sexy y la trama no se ve alterada, que te jodan”. Responsable de dos títulos con heroína al frente, Capitana Marvel (Panini. 2013) y Ghost (Yermo, 2013), esta guionista sigue la estela de Gail Simone, Amanda Conner o Marjorie Liu, todas ellas autoras preocupadas por eludir en sus protagonistas el romance como objetivo de vida.
El caso de DeConnick y la Capitana Marvel es un ejemplo nítido de reparación histórica que puede servir, también, de fórmula compensatoria para todos aquellos personajes femeninos que intentaron, inútilmente, escapar a la programación de género. El precio de su desobediencia se pagó con violaciones, muertes, traumas, adicciones varias y príncipes azules poniendo en práctica su misión de rescate (músculos y/o psicología mediante). Ése es el cuento de Carol Danvers, antes conocida como Ms. Marvel, un personaje incómodo e improbable, caracterizado por su voluntad de ser, ante todo, una superheroína; una vocación, no por casualidad, inspirada por aquél del que ahora, en esta nueva etapa, lleva el nombre: el Capitán Marvel –una elección que es toda una declaración de principios, pues Carol Danvers utiliza un nombre neutro en inglés (Captain Marvel), que la llena de sentido, no sólo como superheroína, también como símbolo. Cincelada por un claro sentido del deber, también del querer ser, Carol Danvers se presenta: “¿Tengo que derrotar a una imitación de mí misma para llegar a una máquina del tiempo en forma de avión? Yo soy la Capitana Marvel… para mí, esto es un lunes cualquiera”.
Rebeldes e insumisas
Comenzábamos este artículo apelando al arquetipo superheroico femenino, cuya encarnación primera, la amazona Wonder Woman (1941), se debe al psiquiatra William Moulton Marston. Este personaje ha sufrido, durante las seis décadas que tiene de vida, constantes vaciados de sentido, un justo hackeo –el llevado a cabo por Alan Moore en Promethea– y excepcionales “resurrecciones”. La última de ellas la firman el guionista Brian Azzarello y el dibujante Tony Akins, equipo al que han permitido idear un nuevo maquillaje para algunos mitos griegos que, por desgracia, se queda en amago de reboot (reinicio) de un panteón de dioses pretendidamente posmodernos, incapaces de trascender su carcasa. Tan solo destaca en este escenario apocalíptico la carne de esta amazona, mitad diosa, mitad humana, capaz de “amar a todo el mundo” y, precisamente por eso, resistente a cualquier atadura, sea el contrayente hombre, mujer o dios.
Otra insumisa que ha encontrado su hueco en el panorama superheroico y que, como la Capitana Marvel, toma su nombre del héroe por inspiración, que no imitación, es Batwoman. Rescatada del olvido y transfigurada por los guionistas Greg Rucka y J.H. Williams en uno de los personajes con más potencial del panorama superheroico, presume de serie propia desde hace un lustro.
La franquicia del hombre-murciélago puede celebrar que, desde mediados de la pasada década, tiene entre sus filas un personaje femenino verdaderamente independiente: forjada en el Ejército, expulsada de esta institución por lesbiana y reinventada como vigilante nocturna bajo el código de honor del superhéroe, Batwoman se sale del marco para hacer su propia guerra, una que tiene mucho que ver con tener como némesis a su hermana gemela.
Pero si algo ha cambiado en la representación superheroica digno de celebrar es esa pérdida del miedo a modelar un personaje femenino, honesto y brutal, capaz de escupirle al (súper)héroe que busca determinar el papel de la heroína un “yo te diré cuál es mi papel: Estoy aquí para quedarme y hacer de este mundo un lugar mejor. A pesar de todo, especialmente de ti”.
Glory (Aleta, 2013) está escrita por Joe Keatinge, pero lo interesante aquí está en el dibujo de Ross Campbell, que convierte a esta híbrida con la diosa Deméter en su apellido en una Hulka monstruosa y letal. Un trasunto de Wonder Woman capaz de desenmascarar el estereotipo heroico –el de siempre, el masculino hercúleo– como se merece: a bofetadas.