20 años sin Maigret
De Simenon André Gide dijo un día en una carta a él dirigida (31 de diciembre de 1938): “Es curioso el malentendido que se ha creado en torno a usted. Pasa por ser un autor popular y, en cambio, no se dirige en absoluto al gran público. Incluso los temas de sus libros, el modo en que trata los pequeños problemas psicológicos, todo parece destinado a personas de gustos refinados. A todos los que piensan con cierto desdén: ‘Simenon no es para nosotros’ cuando todavía no lo han leído, quisiera decirles que se equivocan”. Ahora Simenon es más que un escritor de novelas populares, es –a decir de Alvaro Mutis- “un gran escritor, uno de los más importantes escritores de este siglo, un novelista inagotable. Cuanto más lo leo, más me recuerda al mejor Balzac”.
Cuenta Alfonso Sastre, en la introducción a la obra de Peter Weis La estética de la resistencia, que Césare Zavattini (periodista, poeta, cineasta y pintor) le decía aquello de que para inventar historias hay que tener los ojos abiertos, que “con la simple observación de la realidad se produce la multiplicación de las historias”. Es como si Zavattini hubiera conocido a Georges Simenon o, al menos, leído sus obras, pues la observación de su entorno la hace a la perfección. Otra mirada tan intensa, profunda e intimista como la suya es difícil de encontrar en la historia de la literatura universal. Porque Simenon refleja como pocos los ambientes, los olores, el sentir de sus personajes, la vida…, sobre todo, el interior de las gentes. La novela negra se hace interiorista con Simenon. Capta la psicología del personaje metiéndose en él. Sabido es el método de Maigret: ponerse dentro de la piel del asesinado, del asesino, del ladrón, de la prostituta… Decir la piel es quedarse corto. Quiere vivir como ellos, beber lo que ellos beben, comer lo que ellos comen, sentir lo que ellos sienten, incluso, si nos apuramos, hasta tener los mismos defectos físicos que ellos. Y ello con el único fin de conocer el por qué del delito. Maigret no necesitaba de los CSI ni esas zarandajas. Para Simenon la clave estaba en un hombre normal sometido a una situación límite. Su reacción es lo que le interesa.
Un autor prolífico
Simenon nació en 1903, el 13 de febrero, aunque su madre le hizo registrar el 12 porque el 13 era viernes y la mujer era supersticiosa. Supersticiosa y algo más. En Carta a mi madre –quizá el documento más desgarrador y trágico de todo lo escrito por el autor o, como dicen la mayoría de los críticos, el de mayor calidad literaria, que nos permite comprender muy bien a su autor–, deja ver a una madre egoísta, envidiosa y que es capaz de despreciar al pobre Desiré Simenon. Una madre distante que, según nuestro autor, nunca amó a Georges: “mientras viviste nunca nos quisimos, bien lo sabes”. Claro que ella ya le había soltado aquello de “¿por qué has venido, Georges?” Cuando fue a verla al hospital ya en el lecho fatal.
A lo largo de sus más de ochenta años, Simenon escribió 178 novelas bajo pseudónimos, llegó a utilizar veintiocho, entre los más conocidos figura Georges Sim, Sim o Christian Brulls, de ellas 13 fueron reeditadas bajo otro título; otras 118 con su verdadero nombre, “novelas duras”, como él las catalogaba, es decir, con gran calidad literaria; 75 novelas con el comisario Maigret; 4 volúmenes autobiográficos, 21 volúmenes de Dictados (Mes Dictées); 62 artículos, ensayos, conferencias y un sinnúmero de colecciones de cuentos, con el comisario y sin él. Es imposible, pues, referirse a todas ellas, es más, con solo escribir sus títulos habríamos ocupado el poco espacio de que disponemos.
Podemos destacar dos obras de grupos diferentes, de entre las “novelas duras” y de “los Maigret”.
Respecto al primer grupo dos que nos impactaron profundamente. El hombre de Londres y El tren de Venecia, o lo que es lo mismo, Justín Calmar y Louis Maloin, dos personajes anodinos, grises. Dos oscuros trabajadores, uno un guardagujas, oficinista el otro. Los dos se tropiezan de forma fortuita con el destino. Por un instante pueden llegar a percibir lo que será su futuro rodeado de bienestar y tranquilidad, siempre y cuando sepan aprovechar la gran oportunidad que la casualidad les ha deparado. Pero el destino pesa mucho, la lucha contra el destino es implacable y el torbellino del futuro gira en torno suyo tan violentamente que son arrancados de la monotonía, impulsados a lo que son: unos perdedores.
Respecto al segundo, el de Maigret, destacan dos obras maestras. La muerte del señor Gallet (Carlos Pujol lo tradujo para Tusquets como El difunto filántropo) y Maigret y el hombre del banco. Dos novelas, dos historias paralelas. Dos personajes, Gallet y Thouret. Dos perdedores, dos hombres del montón, dos trabajadores y amantes de su familia. Elementos del entorno del autor quedan reflejados en estas historias. Henriette, la madre de Simenon, reprochaba a Desiré, el padre, no ser ambicioso en el trabajo, no querer escalar, no contratar un seguro para la vejez… Thouret se ha quedado sin trabajo pero no dice nada en casa, es capaz de mantener una doble vida durante años con tal de no escuchar los reproches de su mujer, para la que sus hermanas sí que se han casado bien: sus maridos tienen una jubilación asegurada. Gallet, como Thouret, es despreciado por su mujer, por su hijo, un pobre hombre por el que Maigret siente simpatía, casi mejor, en su método, empatía.
Tristes historias ambas, como casi todas. En medio de las dos apareció Liberty bar, una obra que marca un cambio profundo en Maigret, en la literatura simenoniana. De ella el mismo autor confirma que fue una “obra representativa de mis primeras posibilidades al margen de la novela policíaca”. Y es que en Liberty bar los personajes, William Browm, Jaja, la dueña del bar, Sylvie, Joseph, el chulo de Sylvie, Henry, el hijo hipócrita de Browm… son inolvidables. Una historia muy bien construida, unos triángulos amorosos muy complicados cuyos protagonistas los hacen muy sencillos, unas relaciones muy humanas. Una de las mejores obras del comisario penetrante, gordinflón y sibarita.
20 años sin Simenon. 20 años con sus obras. Porque, eso sí, Simenon crea adicción. Una vez que se ha leído una de sus obras ya no podemos dejar de leer otras y otras… Son ellas las que te desean, vienen a uno buscándole inevitablemente.