La crisis aumenta las diferencias de salud de las personas según su clase social
- Foto: Olmo Calvo
La crisis económica resulta ser una
enfermedad de larga duración, y de
difícil recuperación. Sus consecuencias
se ven en las diferencias sociales
entre los grupos de población que se
han visto menos afectados y aquellos
que más se han resentido. Estas diferencias
reflejan desigualdades en el
mercado laboral, en el ámbito de la
educación y, por supuesto, en la salud
y las políticas sanitarias.
Al igual que en ediciones anteriores,
en Cádiz confluyeron profesionales
de la economía, de la
sociología, de la medicina y, este año
por primera vez, de la demografía.
Juan Antonio Cordón –demógrafo y
economista– fue el encargado de inaugurar
las Jornadas, y reflexionó
sobre la necesidad de integrar el enfoque
demográfico en el análisis de
la situación social. Cordón destacó
la importancia de la demografía,
siempre en relación con otros fenómenos
sociales, como los cambios
producidos en el mercado laboral
o la estructura de los hogares y las
familias.
El impacto de la reforma laboral,
por tanto, se debe medir a partir del
conocimiento de los cambios demográficos.
La reforma de las pensiones
se asienta en la lógica de que
en un futuro existirán más personas
mayores, por lo que será necesario
aumentar los años de cotización.
Sin embargo, el envejecimiento
no es una “patología social” sino,
según Cordón, “una característica
de la evolución demográfica, que
depende de otros cambios sociales”.
Principalmente, de la economía
y el empleo, pero que se ha enfocado
desde un prisma neoliberal,
que prima la capitalización de las
pensiones, frente al reparto igualitario
de la riqueza.
Contextualizar la salud
El modelo social actual favorece las
desigualdades, con la repercusión
que estas tienen en la salud de la población.
La salud implica mucho más
que su consideración por criterios
biomédicos, genéticos o físicos. La
salud tiene que explicarse además a
partir de factores generales, como el
contexto social, económico y político.
Es con esta información cuando
se puede llegar a tener una visión de
los “estilos de vida” de las personas.
Unai Martín, investigador y profesor
de la Universidad del País Vasco,
argumentaba que hay diferencias en
los niveles de salud de las personas
según su clase social. Para Martín,
estas diferencias son “evitables, innecesarias
y, desde un punto de vista
ético, injustas” ya que las desigualdades
en salud “son un producto social”,
por lo que pueden intervenirse
para su erradicación.
La variable más utilizada para conocer
la salud de una población es la
mortalidad. Que la mortalidad descienda
suele ser positivo para, por
ejemplo, el diseño de reformas como
la de las pensiones. Si la gente muere
más tarde, habrá más personas
con menos de 65 años, es decir, en la
“edad productiva”. Sin embargo,
Martín señala: “La mortalidad resulta
una variable débil al valorar la salud
de una población”.
Si en vez de medir cómo y cuándo
muere la gente se mide cómo se vive,
las diferencias sociales salen verdaderamente
a la luz. A partir de aquí,
se pueden hacer proyecciones sobre
colectivos considerados social
mente vulnerables, como las personas
inmigrantes.
El nivel de estudios es otra variable
a considerar, como demostró el
investigador del CSIC Diego Ramiro
Fariñas. Hay grandes desigualdades,
de hasta 12 años menos de esperanza
de vida a los treinta años en hombres
analfabetos respecto a hombres
con estudios superiores. En mujeres,
la desigualdad es algo menor. Esto
demuestra que pesa menos la desigualdad
territorial que la social.
Otro dato relevante, según Ramiro
Fariñas, es el mayor riesgo de muerte
en hombres que han estado parados,
que entre ocupados, al margen
de estudios, estado civil, edad y lugar
de residencia. Para este investigador,
el aumento de la mortalidad
depende de la privación material y
social por su posición social.
La salud y democracia real
También en esta Jornada se ha hablado
de participación y democracia
real, en este caso, en el ámbito
de la salud y las políticas sanitarias.
Por ello se han escuchado reflexiones
como las de Francisco Lorenzo,
coordinador de Estudios de la
Fundación FOESSA.
Lorenzo destacó
la necesidad de cambiar la
perspectiva que se tiene del gasto
social: “no debe verse como gasto,
sino como inversión”. “Se priorizan
objetivos sociales, pero luego es el
mercado el que valida cuáles se llevan
a cabo y cuáles no”, comenta
Lorenzo. Ante ésto, advierte que es
necesario preguntarnos qué sociedad
se está construyendo, y el tipo
de sociedad que queremos.
Uno de los problemas del gasto
sanitario es, según Demetrio Calvo,
de la Federación de Asociaciones
de Vecinos de Zaragoza (FAVZ),
“que un porcentaje muy alto de este
gasto corresponde al gasto farmacéutico”.
Mercedes Gutiérrez,
también de la FAVZ, apoyó está
idea del control público con la presentación
de un proyecto que persigue
incrementar la participación
ciudadana en los barrios.
Antonio Vergara, presidente de la
Asociación de Defensa de la Sanidad
Pública de Andalucía, también
defendió que los cambios sociales
tienen que venir de los movimientos
ciudadanos”.
Género y salud percibida
El Instituto de Estudios Sociales
Avanzados (IESA), del CSIC, presentó
una investigación en la que recoge
datos sobre la “salud percibida”
en hombres y mujeres mayores de
edad. Esta “salud percibida” es un
excelente indicador, ya que va más
allá de los indicadores considerados
“objetivos”. Éstos no tienen en cuenta
la salud como un estado en el
que influyen factores del contexto
social.
Así, se puede comprobar que
hombres y mujeres no perciben la
salud igual. Las mujeres mayores
muestran una peor autopercepción
de su salud en comparación con los
hombres. Según estos resultados,
las desigualdades de género en
salud constituyen “un problema que
debe visibilizarse para determinar si
existen elementos sobre los que las
políticas públicas puedan incidir”.
Juan Antonio Fernández Cordón, demógrafo y economista
«El pensamiento único sabemos a qué conduce«
DIAGONAL: En relación al 15M, ¿qué implicaciones cree que tiene para el contexto actual?
J.A. FERNÁNDEZ CORDÓN:
Lo que ocurre es importante, pero está en la etapa de toma de conciencia y manifestación de que esto no puede seguir así. Todo ha funcionado como un aparato de acaparar riquezas de unos pocos, a costa del empobrecimiento de muchos, las capas de la
población que tienen menos defensa, o que no aparecen tanto. Entonces, lo primero es decir que no es normal, que no aceptamos que esto sea inevitable, y queremos ponernos a debatir sobre qué hacer.
D.: ¿Cuál puede ser el impacto de este movimiento en la actual crisis económica y democrática?
J.A.F.C.: Este tipo de movimientos son los que permiten que poco a poco se forme un pensamiento sobre estas cuestiones que sea distinto del pensamiento dominante, porque el pensamiento dominante ya sabemos a qué conduce. A rebajar las pensiones,
a rebajar los salarios, a reformas laborales que permiten despedir a la gente, a que la sanidad pública reciba menos.
Consiste en empobrecer, ya lo sabemos, y esto tiene que generar un pensamiento distinto. Hay que plantear los problemas,
debatirlos, y llegar a conclusiones. La solución la tenemos todos juntos en la cabeza.