La sensación de asistir a una “escalada del conflicto” se extendió en los últimos meses a través de la repercusión social de los escraches. Sin embargo, poco tiempo después, el segundo aniversario del 15m no logra convocar de manera masiva como en otras ocasiones. La falta de imágenes de multitudes abarrotando las calles parece contradecir en cierto modo lo anterior. Pero, antes de sacar conclusiones precipitadas, cabe preguntar qué entendemos por conflicto, es decir, cuáles son los diferentes imaginarios en juego que pueden estar circulando en el interior de esta idea. Porque, ¿nos referimos con ella a una confrontación −que antes que nada habría que definir entre quiénes− o está abierta a otros sentidos ligados al desplazamiento del poder o a la invención de nuevas formas de lo político?
La idea de un movimiento in crescendo implica necesariamente una transcendencia: vamos hacia un objetivo en función del que se mide la intensidad política del momento (por ejemplo, la caída del gobierno, sumar votos o ser muchas). Además de poder toparnos con objetivos diversos no siempre explicitados, lo importante no sería tanto el proceso abierto como la cercanía con aquéllos, de modo que ciertos elementos significativos pueden llegar a pasarse por alto, volverse invisibles.
En este sentido, una primera idea, fijándonos en la experiencia de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, es que no se trata solo de cumplir un objetivo determinado en relación al poder –cambiar la ley hipotecaria o introducir una voz propia “desde abajo” en las instituciones–, sino abrir un proceso social que permita expandir la posibilidad de la política. Es decir, la posibilidad de que cada persona afectada tome partido sobre su situación junto a otras e invente salidas inesperadas, redefiniendo los marcos de lo que hasta entonces era pensable. Tomando en cuenta esto, podemos ver el escrache como escalada del conflicto, pero esta escalada solo puede entenderse dentro de las exigencias internas que marca su propio proceso. Y, para ello, es necesario un trabajo de escucha y co-implicación social.
El escrache no sería confrontación o mera manifestación en un punto fijo, sino el resultado progresivo y directo de un largo debate. En el caso de la PAH, tras un intenso trabajo con personas afectadas, tras campañas de comunicación, se invita a políticos a participar. Dada la ausencia de respuestas, comienza la presión directa en instituciones con un instrumento muy concreto: la ILP, que permite mantener el pulso con los poderes y la sociedad al mismo tiempo. Ante la negativa a promover soluciones, se plantea perseguir a políticos que niegan dar su voto a favor, primero en sitios públicos y luego en sus domicilios, pero siempre cuidando la puesta en escena: pacífica, colorida, alegre e incorporando símbolos de fácil identificación (verde esperanza, con la gente; rojo, en contra). Además, el escrache mantiene el protagonismo de sus participantes: afectadas que hacen llegar sus cartas personalmente, interlocutoras que hablan in situ con responsables políticos. Es decir, no se parte de una identidad o de posición ideológica alguna, sino de problemas concretos, encarnados, reales. Señalar no se hace de cualquier modo, se persiste de manera singular en la comunicación, en la afectación subjetiva y en las prácticas inclusivas.
En este sentido, una segunda idea es que el conflicto político en la actualidad, lejos de basarse en la confrontación, se funda en la insistencia de lo común: se señala un problema que es de muchas personas, se crea un lenguaje cercano y comprensible, se pone a prueba la capacidad de amplificación de los mensajes lanzados y de producir conexiones entre diferentes.
En los últimos meses, prenden iniciativas diversas que irradian críticamente toda pretensión de normalidad. El espíritu 15m, entendido como capacidad para desnaturalizar lo aparentemente obvio, sigue presente agujereando la realidad: circulan diagnósticos que cuestionan el modelo socioeconómico imperante, se muestran coordenadas clave para leer el presente desde su complejidad, aparecen formas inauditas de organización y expresión social. La tensión unitaria se desinfla, pero lo impensable sigue teniendo lugar dos años después. ¿Cómo es posible cuando la vida está siendo atacada en lo más básico, cuando cada cual debemos luchar cotidianamente por sobrevivir en una jungla de mentiras, ausencia de garantías y recortes? ¿Qué ha pasado para que el “sálvese quien pueda” no venza a la capacidad de ver al otro a nuestro lado?
Podemos afirmar que existe una intuición colectiva: el terreno en el que se juega lo decisivo es la vida. Una vida que ha sido capturada por lógicas perversas al servicio del capitalismo: el trabajo, las relaciones, la sexualidad, el cuerpo, la cultura o el ocio. Suspender el movimiento de la rueda infinita de la economía es posible activando otros sentidos de ser. Sentidos producidos desde diferentes perspectivas y con diferentes formas. Por eso, quizá las movilizaciones ya no son masivas, pero tienen lugar cada vez más apegadas a problemas concretos. Una tercera idea es que frente al poder mercantil, que separa e individualiza, se trata de conquistar la vida, no exclusivamente en un sentido material, sino también subjetivo: hay cosas que ya no creemos más, se producen cambios en hábitos cotidianos, acciones que ponen realmente en juego lo que somos. Al fin y al cabo, la batalla más dificultosa es la que libramos en nuestro interior.
El cambio puede pasar por momentos de enfrentamiento, pero implica una sigilosa transformación capaz de atravesar los poros de la piel, de recorrerla velozmente sin permiso. ¿No se está escalando el conflicto, pero de otro modo? ¿Un modo en el que la extensión de lo imposible, la insistencia en lo común y la conquista de la vida se vuelven condiciones irrenunciables? Y si esto es así, ¿cómo podemos alimentar y sostener estas instancias sin ahogarlas?
silvia l. gil