Partiendo de su mismo corazón, La Mancha está muy bien delimitada. Su norte acaba en Mora, aunque hay quienes dicen que llega hasta Toledo. Hacia el sur, Valdepeñas comienza a bosquejar sus límites. Por el este, se extiende hasta la ciudad de Albacete, pasando por el territorio de Cuenca. Su oeste lo cierran el Campo de Calatrava y los Montes de Toledo –a partir de ellos, comienza a entremezclarse con las duras tierras –también– de Extremadura.
Cualquier mapa que se precie como tal ha de mostrar la Mancha como lo que es: un desierto. Un desierto lleno de mesetas en la Meseta. Un océano amarillo y plano en el que flota una multiplicidad de islas, todas ellas llenas de vida –pero con esa misma vida totalmente asediada por numerosas fuerzas exteriores. Un espacio en el que el tiempo ha sido intenso. Una tierra creadora, no una tierra de paso. Una tierra de interior que, sin embargo, tiene una vasta proyección genealógica hacia el exterior. Un entorno en el que la hostilidad y la dureza conviven con la magia y la potencia. Realidad sobre la que se proyecta un orden de las cosas que la pretende anulada, en suspensión, al ritmo que le marca –el ritmo de la Nada.
La Mancha no es una tierra de paso, sino de gigantes. Su historia está por escribir. Tenemos muchos silencios que romper, muchos espejos en los que mirarnos, mucho por desbrozar, mucho despojo que enfrentar, muchos nodos que interconectar, mucho desierto por explorar.
Por ello, hacemos un llamamiento a toda forma-de-vida en este territorio que esté dispuesta a afrontar la difícil empresa de evitar que el desierto en este desierto crezca más. Pero, sin obviar que esta tierra forma parte de un espacio-tiempo más amplío, nos encantaría contar con todas las realidades posibles –con sus diferentes intensidades– para aumentar las fuerzas en el ocaso de Occidente, potenciar su destitución y colaborar con la red de realidades en lucha frente al mismo.
Y con respecto a nuestro territorio, presentamos aquí nuestras fórmulas, que no son, ni mucho menos, recetas. Pero sí trazos de cuestiones y elementos que podemos tener en cuenta para poblar el desierto y evitar que el desierto crezca. Antes de ello, como recuerda el compañero Dante A. Saucedo, comentar que estamos ante una cuestión de números, pero también de geografías. De lugares extraños y deshabitados; de fugas, migraciones y soledad. Del peso que, aun en la mitad de un vuelo, el desierto puede comportar.
Hacer del desierto un hábitat
¿Qué es un desierto? Un páramo ajeno y desolado, un trozo de tierra que nadie puede reclamar como propio, un espacio que sólo puede ser poblado en movimiento. El desierto amenaza no por su vacío o por lo implacable de su sol, sino porque permanece inapropiable. Resulta imposible trazar líneas o marcar límites y distancias sobre él: basta un segundo de viento para que las huellas desaparezcan en la arena. Un desierto no puede ser la patria de nadie y, por eso, la única forma de habitarlo es el exilio.
—12 397 Fórmulas para poblar un desierto
Dante A. Saucedo
La vida en el desierto es complicada. Pero no imposible. Y la Mancha es un gran ejemplo de ello. Tierra de paso y de conquistas, un espacio-tiempo más en la gestación de la Modernidad, lugar habitado por una vasta multiplicidad de formas-de-vida, territorio por el que fluye la existencia a pesar de la dureza y la hostilidad que lo caracterizan, esta región es un constante caldo de cultivo para la producción de nuevos territorios. Y a diferencia del compañero que nos dio la idea para escribir este texto, afirmamos que un desierto como el de la Mancha sí puede ser la patria de alguien, al igual que también puede ser habitado sin tener que recurrir al exilio. Son numerosas las realidades cuya insularidad abierta perdura y perdurará por mucho tiempo, cada pequeño núcleo poblacional o pueblo es un ejemplo de ello, independientemente de todos los reveses que constantemente se llevan. Ahora bien, se requiere esfuerzo, pues la situación no es boyante y sólo el pueblo apoya al pueblo. Nada viene del cielo, y es en la adversidad donde se ve la potencia de la conexión entre formas-de-vida y seres-en-común interdependientes.
Caminar en la arena
La soledad en el desierto es complicada. Y vivir no es, simplemente, vagar solos por él. Para vivir en esta realidad, hay que saber multiplicarse y saber encontrarse con otros. Composición para el crecimiento, choque entre partículas, sustancias, átomos; momento azaroso en el que los cuerpos se encuentran para articular sus alegrías, decía Spinoza.
¿Qué caracteriza a los pueblos del desierto? El movimiento, el cambio constante en lo que parece invariable. El nomadismo, la forma-de-vida por antonomasia en esta realidad.
—Mil Mesetas
Gilles Deleuze y Félix Guattari
Caminar en la arena es afrontar el desierto. Afrontar el desierto es poblarlo, habitarlo. Tratar de conocerlo y movernos en su brumoso horizonte. Albergarlo y hacerlo crecer frente aquello que le pone límites. Hacer que fluya y bosquejar trayectos en él, porque el trayecto siempre está entre dos puntos e implica estar en medio, en camino. El camino nunca es meta ni principio, el camino es caminar.
Frente a la insularidad que caracteriza a estas tierras y la insularidad ante el orden de las cosas que se les quiere imponer, este territorio desértico ha de potenciar su mirada al exterior, su curiosidad, su saber-se-en-común con el espacio-tiempo que le circunda, en las mismas condiciones.
Que el Sol justiciero, los Humedales resistentes, el Solano sibilante y la Greda seca guíen nuestros senderos en todos los flujos por los que podemos movernos.
Horadar en la siembra
La tierra ha sido mancillada. Ya hace mucho de su entrada en la Larga Noche. Sin embargo, es todavía fértil para muchas cosas, aunque es necesario cuidar cuestiones y elementos de gran relevancia. En este sentido, cuantas más formas-de-vida para la reapropiación de todo lo que nos ha sido arrebatado, mejor. Hay que horadar local, regional, comarcal y globalmente para sembrar de la misma forma. Pero horadar profundamente, material –sobre la tierra– e inmaterialmente –frente a todos los mecanismos y dispositivos de gestión, control y suspensión de la vida. Y sembrar mirando a los tres tiempos: mirando al pasado, cuidando el presente y bosquejando el tiempo y la comunidad que vienen.
La genealogía de nuestra tierra ha de ser abordada, hemos de mirar en todos sus estratos. Quedan muchas preguntas por plantear y responder, muchos gritos silenciados que escuchar y una gran multiplicidad de realidades por descubrir e interconectar para el bien común de este territorio y alrededores.
Frente al despojo extractivista, frente al silencio impuesto a la memoria, frente a la desfiguración de toda una multiplicidad de saber-hacer y frente a todos los problemas de esta tierra, solo el pueblo apoya al pueblo. No una vuelta a la tierra, sino una vuelta sobre tierra, fortaleciendo el encuentro entre formas-de-vida, cuidando los preciosos tesoros que aún habitan entre nosotros, manteniendo con vida la historia que nos trajo hasta aquí, repensando y repensándonos en la siembra sobre la que estamos.
Y soñar quijotescamente
Aun a pesar de la gran hostilidad de la Mancha, la magia en su haber es inmensa. Recuperar y revitalizar lo que guarda una especial potencia a su interior es una prioridad en este momento de las cosas, dado que se anuncian grandes cambios y hay que estar preparados para los mismos. Hacer del desierto un hábitat, caminar en la arena y horadar en la siembra para bosquejar posibles utópicos más acá y más allá de la distopía permanente que se ha instalado entre nosotros. Bosquejar como hizo en su día el Caballero de la Triste Figura.
Soñar en el desierto da para muchas cosas. De lo que se trata es de trazar con palabras y acciones el camino de los sueños. Y quitarnos la vergüenza de la ignorancia maestra que tan bien nos caracteriza.