Seminario, Madrid, 8, 9 y 10 de mayo
En el Intermediae (Matadero)
En el Estado español, el campo de lo político está experimentando una notable transformación cuyo origen más inmediato hay que situarlo en el 15M. Su grito más emblemático, el del «no nos representan», puede servir para hilvanar el vertiginoso camino que va, en tan solo 3 años, de la denuncia popular masiva del gobierno de la deuda y las políticas de recortes, al germen de la organización de nuevas fuerzas políticas que apuntan a convertir en leyes los deseos expresados en las calles. Pero este salto, tan necesario como aparentemente acelerado, plantea también importantes desafíos. Porque si «ellos» no nos representan, ¿entonces quién? ¿Sería posible dar por superada la idea de la representatividad en esa nueva democracia? ¿No es acaso la legitimación política basada en el poder de representación uno de los campos de batalla estratégicos en la confrontación política actual? ¿No es acaso en la impugnación y en la apelación a la representación donde los sujetos tradicionalmente excluidos encuentran uno de sus asideros más importantes para cuestionar los poderes establecidos («lo llaman democracia y no lo es»)? Entonces, ¿qué implicaciones concretas tiene seguir anudando el discurso y la acción políticas a la idea de representación, tal y como la conocemos?
En estos atropellados tiempos donde una anunciada debacle del sistema político (y económico) vigente parece determinar una agenda política donde lo primero es ocupar posiciones y lo demás va de soi (los procesos de politización social masivos, por ejemplo, y su papel en el andamiaje de nuevos lazos sociales o en el cortocircuito de derivas extremistas de nueva derecha), queremos dirigir nuestro foco de atención hacia el problema de la organización, de la legitimación en la enunciación del discurso político y de las potencialidades de las políticas públicas encargadas de su realización material. No porque dudemos de la importancia indiscutible de ese tomar posiciones, ya que si algo significa la crisis de la representación es precisamente la crisis de la confianza ciega en una elite política en tanto que autoridad que sabe, decide y ejecuta por el resto, sino porque, llegado el momento de disputar las riendas, creemos importante identificar y explicitar colectivamente cuáles son esos rasgos que pueden marcar la diferencia (o el más de lo mismo) en la política.
Así pues, retomando el testigo de las críticas provenientes de mayo del 68 y la década de 1970 en relación a la representación política, hoy se visibiliza de nuevo la falsa neutralidad del sujeto político. A la luz de las últimas grandes movilizaciones sociales, la política ahora sí se asume como cosa de todas y todos, como cosa de un nuevo sujeto político múltiple, poblado de pluralidad y de singularidades. Por todas partes se expresa aquella fuerte aspiración a reducir las intermediaciones entre la capacidad de decidir de la ciudadanía y las decisiones que finalmente determinan el modelo de sociedad que compartimos. Pero hoy, a diferencia de entonces, también existe una determinación entre los movimientos sociales de traducir esas otras maneras en instituciones que perduren en el tiempo y sean capaces de materializar de manera eficaz los derechos y las políticas públicas que garantizan las propias condiciones de su autorealización democrática.
Sin embargo, cuando llega la hora de dar este paso, la ansiedad en la enunciación de un discurso político fácilmente transmisible conduce al recurso indiscriminado a categorías estereotipadas, en un ejercicio a veces contraproducente en tanto que este tipo de categorías son fácilmente reapropiables. Nuestra propuesta descansaría no en invalidar la posibilidad de apelar a cualquier categoría (desempleado, mujer, migrante, precario, joven…etc.), sino en que más allá de asumir de manera crítica su uso estratégico, podamos empezar a nombrar los rasgos de una nueva política a la medida de ese sujeto múltiple, polifónico; y a reconocerla en voces, formas organizativas y en políticas públicas que sean ya su digno y visible correlato.
Digamos que hay una guerra de legitimación abierta. ¿Quién puede hablar, por ejemplo, en nombre de la calle, del sentido común, de las víctimas de violencia de género, o de la infancia desnutrida? ¿Quién se hará con el discurso más auténtico? Pero no podemos dejar pasar que esta disputa es también el reconocimiento de una posición de fuerza para estas mismas categorías (tan escurridizas como reales) en esto que llamamos crisis de la política, y de la legitimidad para hablar y para hacer en nombre de los demás. No pretendemos cerrar todas las preguntas aquí planteadas, ni dejar atada una estrategia universal para lidiar en esta crisis, nuestra intención es apuntar a caminos ya abiertos o por abrir en los nuevos desafíos de una política que esta por reinventar
Grupo de estudios Buen Vivir
FdlC/Nodo Madrid