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La movilización desde lo institucional
En el análisis de la propuesta de movilización desde lo institucional, nos parece clave detenernos en la indefinición que se advierte en este aspecto en Ganemos y Podemos, que defienden la posibilidad de usar las instituciones para generar movilización, crear “unidad popular”, generar una nueva “sociedad civil” o para llevar a cabo algo así como la “desobediencia institucional”. ¿Cómo se articula lo colectivo en o desde lo institucional? Es decir, cómo se articula de verdad, sin metáforas literarias. En este sentido las propuestas son sumamente vagas: ¿estamos hablando de manifestaciones masivas tipo la que acaba de convocar Podemos? ¿Estamos hablando de canalizar los recursos institucionales, dinero, etc. hacia otro tipo de asociaciones o empresas, siguiendo el modelo de Aguirre en el 2004? ¿De qué estamos hablando?
Por ejemplo, antes Podemos parecía tener sus círculos, que, como se dice en el blog Domingos en chándal, ofrecían la idea de hacer algo sin estar haciendo nada. Sin embargo, ahora ha quedado claro que la apuesta es la de un secretario general fuerte: política de arriba a abajo tuneada con elementos post 15M.
En la famosa entrevista para Diagonal, Iñigo Errejón desdeña en cierta medida a los movimientos sociales no porque la desmovilización quepa en el modelo de Podemos, sino porque entiende que ese modelo los trasciende. Frente a la lógica del movimiento social, minoritario por definición, opone el "torbellino popular y ciudadano", con vocación de formación de mayorías. Pero esa construcción de mayorías se produce exclusivamente en torno al voto o, como mucho, en torno a la movilización multitudinaria desde arriba, no desde la autoorganización. Es lo mismo que pasa con la participación en Podemos: su modelo es el de una democracia tremendamente formalista, que propone votar desde el móvil en el aislamiento de tu casa, en un contexto en el que un grupo tiene una desproporcionada aparición mediática.
Todos sabemos que las leyes tienen dos fases que son reflejo de dos momentos distintos de correlación de fuerzas: la aprobación y promulgación de la ley (correlación de fuerzas en el ámbito de la representación) y su cumplimiento (poder social). Que una ley funcione exige una correlación de fuerzas favorable en ambos escenarios, y en el segundo, eso se traduce en la necesidad de una capacidad material para hacerla cumplir. En nuestro campo, esto significa que da igual que se prohíban las horas extras sin remunerar por encima de un techo de horas de trabajo semanales inscritas en convenio si no hay correa de transmisión social de esa ley, es decir, si no hay capacidad de imponerla cotidianamente en los centros de trabajo.
Por supuesto, se confía en dinamizar ese poder social desde el ámbito institucional, pero lo cierto es que cuando Laclau defiende esa posibilidad política, lo primero que se nos viene a la cabeza es la Conferencia Episcopal convocando, con subvenciones extra del PP, concentraciones en Colón contra la ley del aborto ZP, y no la defensa cotidiana de los derechos laborales.
Construir la acción colectiva
La movilización y la acción colectiva no son lo mismo. Autores como Zizek (o, desde otra óptica, García Linera) las confunden cuando entienden lo que llaman el “paradigma de la democracia directa” como un deseo de movilización permanente, pero lo cierto es que hay una diferencia importante entre una y otra: la movilización es una herramienta de presión, la acción colectiva es, además, un cortocircuito de las relaciones interpersonales cotidianas. Nuestra propuesta no es un Rodea al Congreso permanente, ni una orgía de macromanifestaciones diarias, sino una vinculación activa con nuestro entorno inmediato.
Frente a la apología de la movilización permanente, nuestra propuesta pasa por el respeto de las fases biológicas de los conflictos sociales: nacen, se desarrollan, a veces se reproducen, y mueren. En ese proceso generan ese sedimento del que hablábamos, una cultura de lucha en el sentido práctico, pero también dan lugar a un imaginario conceptual distinto, terminológico, de lo posible, lo deseable y lo indeseable.
Para acabar, es interesante volver a la idea del impasse y al análisis de la situación actual, donde la acción colectiva y la teoría revolucionaria se encuentran muy separadas. No nos preocupa que la acción colectiva sea más o menos revolucionaria, nos preocupa que apenas haya acción colectiva y que, cuando la hay, esté llena de incapacidades: que sea incapaz de desbordar a los sindicatos, incapaz de ir más allá de una defensa acrítica de "lo público", incapaz de penetrar en los centros de trabajo del sector terciario, minoritaria y copada por el intereses partidistas como se ve en el tema de los desahucios. Nos preocupa, además, que las perspectivas teóricas más afines a las nuestras estén completamente fuera de dichas expresiones mínimas de acción colectiva.
Tenemos que tener claro que no vamos a volver a ninguna época dorada anterior: ni el 17, ni el 36, ni el 68, ni los 70. Lo que venga será en muchos aspectos nuevo, aunque mantendrá, por supuesto, un hilo de continuidad con dichas experiencias. Expresará viejos problemas bajo nuevas consignas. Algunos ejes de lucha desaparecerán, otros cambiaran la manera de expresarse y aparecerán otros nuevos. Surgirán nuevas prácticas y otras muy viejas prácticas resurgirán bajo nuevas formas. Pero eso, a día de hoy, no podemos más que vislumbrarlo mínimamente en las luchas que surgen.
Por último hay que entender que estás prácticas están y van a estar insertas en contradicciones, pero que en la medida en que se resuelven paulatinamente, aunque de manera parcial (la tensión que existe, por ejemplo, entre la propia conciencia ciudadana y la propuesta de unos compañeros de curro de siliconear las cerraduras el día antes de la huelga) generan tendencias; tienden a la solidaridad, a la acción directa, a la horizontalidad... E independientemente de que esa tendencias se desaten en mayor o menor medida, solo el movimiento genera más movimiento, solo la lucha genera el sustrato suficiente para que otras luchas emerjan, y desborden a las anteriores.
Nuestro esfuerzo no pasa por demonizar a quienes optan por la participación en el Estado. Lo que queremos es señalar que existe otro pensar donde el actual pensar parece que se rinde y asume las formas de intervención política de siempre como si fueran algo recién inventado. Más importante aún: que ese pensar y la acción que de él se derive deben ser colectivos. ¿Cuál es nuestra propuesta en positivo? Insistir en crear comunidad a partir de nuestra desposesión, en el hecho de que no estamos solos con nuestras respectivas vidas. Intentar un “nosotros”. Y ese “nosotros” no puede surgir de la nada a la que nos han arrastrados los mercados y sus instituciones, tiene que ser el resultado de una manera distinta de estar en el mundo. Lo dicho: una cultura, un lenguaje, una lucha que sea de todos y de nadie, que se haga fuerte paso a paso, que deje su marca en el mundo, que se sume a otros rastros dejados y que están por llegar. Por tanto, hay que tener cintura y no cerrarse en banda. Defender lo defendible, y como se ha señalado, su desbordamiento. Esta es nuestra propuesta: desbordar para avanzar poco a poco desde lo común, pero no perder jamás de vista que lo que se busca conquistar es la libertad. La vida misma, otra radicalmente distinta de esta que conocemos.