En febrero de 2012, en una entrevista realizada por el diario argentino Página/12, miembros del colectivo H.I.J.O.S (Por la Identidad y la Justicia Contra el Olvido y el Silencio), afirmaban: "nuestra única venganza es ser felices". La agrupación formada principalmente por familiares de desaparecidos durante la dictadura militar de Videla, declaraba al diario: "Venganza, por definición, sería robarles sus hijos, secuestrarlos, torturarlos, violarlos, tenerlos en cautiverio, tirarlos vivos al mar, robarles sus bienes, fusilarlos. Nunca hicimos nada de eso ni lo haremos". Venganza para el colectivo H.I.J.O.S es recordar y exigir justicia contra el mandato de olvido y silencio decretado por la historia de su propio país. Pero felicidad en los hijos, además de resistencia al olvido, adquiere el carácter de necesidad de realización de la felicidad impedida a los padres. Tanto memoria como felicidad así entendida son verdaderos actos de reparación y justicia.
Recordé esa entrevista el 12 de mayo del mismo año en el contexto del día de protesta de Acción Global contra los mercados, cuando en una pequeña pancarta de una plaza vi nuevamente: "nuestra venganza es ser felices". No sé si pensamos a fondo cuáles son las condiciones de posibilidad de esa felicidad de la que a veces, cada vez menos, nos atrevemos a hablar. Una vida feliz no es necesariamente una vida complicada. No lo es. Para algunas, al contrario, se trata de una vida sencilla: no una vida fácil sino una vida sencilla. Pero la sencillez es lo más difícil de pensar, lo más difícil de conseguir. Lo es porque la lógica del capitalismo desplaza continuamente lo necesario (derecho a la sanidad, educación, trabajo...) al ámbito de lo imposible. Si lo necesario se hace imposible, más que nunca ahora necesitamos desear lo imposible. Querer ser felices es ya rebelarse.