CAMBIO DE CICLO EN EL TERCER SECTOR
Tras el estallido de la burbuja del desarrollo

La desproblematización del análisis de las relaciones Norte-Sur ha marcado el desarrollo de un sector que se enfrenta ahora al fin de su ‘belle époque’.

, Trabajadores del tercer sector
30/07/12 · 0:00

El concepto Cultura de la Transición (CT) hace referencia al entramado político cultural que construía simbólicamente un “estado de las cosas” que era asumido por los actores que podían operar en el espacio público. Éste es un concepto extensible a la totalidad de los imaginarios políticos de los actores que han operado efectivamente en el espacio público desde que el consenso de la Transición dio inicio a la política democrática. Es interesante reconstruir la narración de la cooperación en España desde el enfoque de la Cultura de la Transición, más o menos explicando cómo el origen (y el fracaso) de la política de cooperación está en el “consenso” que desproblematizaba la lógica interna, según la cual nosotros ya estábamos desarrollados y nos correspondía desarrollar a los demás. La narrativa de la solidaridad con los pueblos oprimidos –a partir de la cual ser solidario es bueno, estar en una ONG es bueno, ser reivindicativo es bueno– adquirirá un papel central en la reivindicación por la justicia social, siempre que sea fuera de España y que no cuestione los orígenes del pacto de la Transición.

Las propias ONG se construyen alrededor de este entramado político-cultural, definiendo espacios estancos para las diferentes formas de trabajar hacia el desarrollo. Las organizaciones católicas, herederas de la cultura de la caridad –con su complejidad y excepciones–,
quedan en un lado, contrapuestas a las ONG “progres”, cercanas a partidos políticos y sindicatos, que son las que asumen la narrativa de la Transición y son las que cambian el foco de la lucha por los derechos en el Estado español, donde ya tenemos democracia, al Sur, donde los indígenas siguen luchando por sus tierras o las mujeres por sus derechos. Esta cultura ha hecho que haya sido mucho más fácil solidarizarse durante años con una comunidad indígena a miles de kilómetros que con los problemas sociales del propio barrio o ciudad.

En esta tendencia, la Agencia Española de Cooperación Internacional al Desarrollo (AECID) ha jugado un papel ambivalente. La AECID se ha constituido como el ente rector de la cooperación española, definiendo quién podía hacer cooperación, qué era hacer cooperación, y cómo se tenía que hacer la cooperación, a base de fondos públicos para las organizaciones afines a su discurso, dependiendo de los gobiernos. En todo caso, la agencia también ha introducido en los últimos años ciertos paradigmas traídos de la agenda global de desarrollo que han dotado a la cooperación española de criterios necesarios tales como la armonización, la apropiación, la alineación y la gestión basada en resultados.

Esto refuerza el discurso desproblematizador y nos sitúa a la cabeza de los países donantes, influyentes en esta agenda global de desarrollo y, por lo tanto, parte del club de los desarrollados, aumentado la autocomplacencia respecto a nuestra propia sociedad. Este alzamiento de la agencia como institución clave de la cooperación española ha sido especialmente visible durante las dos últimas legislaturas del PSOE, en las que Zapatero hizo de la cooperación al desarrollo un eje central de su programa político, porque España es solidaria con aquellos países que menos tienen.

El hecho de que el PSOE hiciera de la cooperación al desarrollo una de sus líneas políticas más populares (somos solidarios, tenemos talante) tuvo graves consecuencias en el tercer sector. Por un lado infló el mundo de la cooperación creando una verdadera burbuja, donde la sostenibilidad de las organizaciones y la pertinencia de los proyectos era el último de los objetivos. Hacer cooperación se convirtió en un objetivo en sí mismo, perdiendo de vista su propio discurso de alineamiento con la agenda global de desarrollo. En el caso de la cooperación española, el paradigma de la burbuja fue el trabajo en los territorios palestinos: este área se convirtió en el segundo mayor receptor de ayuda española al desarrollo.

Este boom de la cooperación supuso importantes cambios dentro del tercer sector, antes enfocado principalmente a la intervención social en el territorio español. Cientos de másteres de cooperación internacional, cientos de instituciones públicas y privadas, fundaciones y ONG surgieron en pocos años y se encargaron de materializar un panorama de miles de proyectos y acciones de cooperación, descoordinados e insostenibles. Durante años, hasta el más pequeño de los ayuntamientos financió cooperación, sin buscar fórmulas para una alineación de los fondos, duplicando actividades y acciones, peleando por los proyectos en lugar de buscar la planificación, la coordinación y la complementariedad entre los actores. Este boom cimentó las raíces de la cooperación española en la CT. Ser trabajador de una ONG o, mejor aún, cooperante en un país subdesarrollado, llenaba tu cuota de compromiso con el cambio social.

Pero llegó la crisis. Y con ella, los recortes y el final de la euforia y buenrollismo en las ONG. La principal consecuencia del final de la época
dorada ha sido, como en todos los sectores, la precarización del empleo y la pérdida de derechos de todos los trabajadores. Curiosamente, la solidaridad quedaba relegada para con el Tercer Mundo, mientras que en el interior de las ONG se contrataba precariamente, incluso en el caso de
los cooperantes, con expedientes de regulación de empleo en la mayor parte de las grandes organizaciones públicas y privadas, que hace poco más de tres años vivían por encima de sus posibilidades. La misma AECID, antes adalid de la solidaridad y los derechos, despedía hace poco más de un año a una gran parte de su plantilla, contratada bajo el formato de asistencia técnica (es decir, sin derechos).

Ante esto, la cooperación en el Estado español se debe articular hacia nuevos retos.

Asumir que las organizaciones sociales de desarrollo tienen visiones, objetivos y medios distintos, que lo que para unas es desarrollo para otras es imperialismo y que la crisis va a hacer que esto se visibilice mucho más y que se enfrenten entre ellas. Romper con el falso consenso construido por la Cultura de la Transición en torno a la cooperación.

ONG Y MOVIMIENTOS.

Las ONG han perdido muchos trenes porque desproblematizaron el desarrollo aquí y la política de aquí, asumiendo que su trabajo estaba allí. Por eso, en cuanto la lucha política está aquí, ellas no han podido responder. Muchas organizaciones que surgen de movimientos sociales de solidaridad de los años ‘70 y ‘80 han perdido sus raíces como movimientos sociales, alejándolos de las verdaderas razones para existir, esto es, la justicia y la dignidad, aquí o allí.

El Sur es global y está aquí. La lógica receptor-donante no tiene sentido cuando la espacialidad del capitalismo contemporáneo está rompiendo con las lógicas geográficas que dan sentido a la cooperación tal y como se ha hecho hasta ahora. O, dicho de otro modo, aquí la creación de cooperativas, empoderamiento de colectivos, etc., tiene tanto sentido como en otros lugares y hacia eso (que se supone que saben hacer) debería orientarse la cooperación.

APRENDIZAJE.

Gran parte de las alternativas de desarrollo viene del sur y de los márgenes. Desde las propuestas de buen vivir y postdesarrollo hasta el feminismo y la ética del cuidado, son propuestas mucho más desarrolladas en otros lugares (por ejemplo, América Latina), por lo que, quizá, la cooperación transformadora deba prescindir de las visiones dicotómicas Norte-Sur para centrarse en las experiencias transformadoras concretas.

EL ANTIDESARROLLO.

El papel de las ONG como productoras de desarrollo es ínfimo comparado con el de las diásporas, los Estados, las empresas multinacionales o las grandes agencias de desarrollo globales, por lo que el papel de la incidencia política y la denuncia debería situarse en el centro de la agenda de las organizaciones, dejando a un lado los pequeños proyectos.

EL FUTURO.

El 15M nos ha enseñado a romper con la CT, interpretando el conflicto social de maneras totalmente distintas a lo aceptado por ésta. La cooperación debería aprender a ser justamente eso, cooperación entre sujetos, comunidades, colectivos y sociedades civiles, aprovechando las singularidades, valores, experiencias y retos de todas ellas, y desterrar de una vez por todas el apellido “desarrollo”. El 15M también nos ha enseñado que somos el 99% junto a los que caminamos y a los que deberíamos empezar a considerar como sujetos del cambio. Hemos aprendido una nueva geografía sin nortes y sures, pero sí con arriba y abajo. Hacer cooperación implica construir redes y cooperación entre los de abajo contra el expolio de los de arriba.

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comentarios

1

  • |
    tono
    |
    20/12/2012 - 7:59am
    ¿desproblematización?, ¿eso qué es?
  • |
    Ortzi
    |
    08/02/2012 - 9:00am
    Comparto lo que expone el autor del artículo salvo una cosa. El da por hecho que estamos en un marco democrático, lo cual es mas que discutible. En este Estado se cambió la forma dictatorial desde dentro de él mismo, porque la nueva era mas favorable a los intereses de la clase social dirigente (un Estado es siempre la plasmación del dominio de una clase social sobre las restantes), pero no se varió un ápice el hecho mismo de esa dominación, y los aparentes nuevos actores políticos no han sido sino meros apéndices de ese poder, por no decir pura y simplemente sus marionetas. Bajo esta perspectiva, la cooperación era parte del aparato propagandistico, resumido en la idea de que si somos una sociedad avanzada (este es el objetivo de la propaganda), entonces nos podemos permitir el lujo de ayudar a otras que no lo son tanto. Por otro lado, también para salir afuera a exportar un modelo, una forma de dominio sin respetar muchas veces la idiosincrasia de los receptores (sobre todo en el caso de culturas indógenas con poco contacto exterior). Además, una forma de canalizar y de desviar hacia fuera los afanes sociales y energías altruistas de los miembros de esas ONGs, sin decirles a las claras (o quizá si), que, si quieren hacer algo por la sociedad, que lo hagan fuera, porque de puertas para adentro es el cortijo privado de poco mas de un centenar de familias. Si se tiene en cuenta esto, es facil entender el resto de lo que explica el autor en su artículo.
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