ECONOMÍA // los horizontes más allá del trabajo
¿Trabajar más para salir de la crisis?

¿Es necesario trabajar más? ¿No queda más opción que perder años de vida repitiendo actividades pesadas, poco útiles e insatisfactorias? La íntima relación entre capitalismo y trabajo asalariado, entre producción y deterioro del medio ambiente, entre competitividad y descuido de las relaciones humanas son los ejes de la crítica al desarrollo y al trabajo.

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31/05/10 · 0:00
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¿Está usted harto de su trabajo? Puede contestar sinceramente, ya que ésta no es una entrevista, ni una evaluación. Las nunca demasiado fiables encuestas sobre este tema realizadas por consultoras como Accor Services dicen que el Estado español es uno de los países europeos con un índice de satisfacción más bajo con respecto a sus condiciones laborales. Un 45% de las personas trabajadoras se declara insatisfecha y para el 47% el salario es la principal preocupación laboral. La intencionada opinión de que los europeos se han acomodado y “no trabajan duro” expuesta por, entre otros, el presidente de la Junta de Nestlé, aparte de obviar que transnacionales como la chocolatera suiza han depauperado las condiciones sociolaborales de millones de personas de medio mundo, incide en el hastío que supone gastar una media de ocho horas diarias en un lugar que, salarios aparte, le aporta poco para su desarrollo personal.

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Ilustración: Martín Leon Barreto.

A la dificultad de las personas para sentirse satisfechas en el trabajo se suman ahora otros factores. La Encuesta de Población Activa de abril reveló los peores datos de paro en 13 años: la tasa de desempleo supera los cuatro millones y medio de personas y hay más de un millón de familias con todos sus miembros en paro. La única alternativa a la cola del paro parecen ser largas jornadas laborales que reducen el tiempo de ocio y dificultan la realización de tareas domésticas y de cuidados. Esta situación, sin embargo, casi parece deseable frente a las medidas que proponen hoy día los organismos internacionales: retraso de la edad de jubilación hasta los 67 años, incremento de la jornada laboral, bajada de salarios o privatización de servicios públicos.

A pesar de que estas medidas se han anunciado como inevitables por el Gobierno, hay quienes consideran desde una perspectiva liberal que poner remedio a la crisis y reducir las horas de trabajo no son medidas opuestas. Sus argumentos: mientras en Alemania se trabaja una media de 35,5 horas semanales, con una aportación al PIB por hora trabajada del 1,3%, en el Estado español las jornadas son más largas (39 horas de media) y menos productivas (0,9%). De hecho, según el último informe del Institut National de la Stastistique et des Études Économiques y la OCDE, el Estado español es el país europeo donde más horas se trabaja y el cuarto del mundo, con una media de 1.775 horas trabajadas al año por persona. Ignacio Buqueras, presidente de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles, declaraba hace poco: “España es, en materia de horarios, una singularidad en Europa y el mundo occidental. Aquí, la vida gira demasiado en torno al trabajo y eso nos impide atender adecuadamente factores como la familia o el ocio”.

El debate en la izquierda

Por su parte, los movimientos políticos de izquierda hace tiempo que han planteado esta pregunta: ¿Nos liberamos en el empleo o nos liberamos del empleo? Desde sus inicios, el movimiento obrero luchó por reducir la jornada y limitar el tiempo de trabajo a lo largo de la vida, retrasando la edad legal para incorporarse al empleo y adelantando la de jubilación. Sin embargo, para gran parte del movimiento obrero el trabajo acabó adquiriendo una centralidad fundamental, como un escenario privilegiado de acción política y de construcción de la identidad; una centralidad que se llevó al extremo en el culto al trabajo que asumieron muchos países del llamado “socialismo real”. De forma paralela se desarrolló una corriente de rechazo al trabajo, que incluía tanto una crítica a la organización del trabajo fabril por autoritaria y alienante, como la reivindicación del “derecho a la pereza”.

En los movimientos sociales del Estado español existen también distintos puntos de vista en torno al trabajo. Hay apuestas, como las del cooperativismo y la economía social, que reivindican otro trabajo. Como señala Fernando Sabín, de la cooperativa Andaira de Madrid, dado que “la obtención de renta directa a través del empleo es una necesidad que no nos podemos saltar fácilmente”, debe apostarse por “modelos cooperativos que faciliten las necesidades de las personas y promuevan el desarrollo personal, profesional y político de las mismas”. En opinión de Sabín, estos modelos deben generar una economía alternativa a través de “herramientas válidas para el cambio, como el mercado social, la creación de monedas sociales, bancos del tiempo, grupos de consumo...”.

Esclavismo a tiempo parcial

Buena parte de las críticas ecologistas y feministas al sistema económico vigente defienden también otro trabajo. Desde estas perspectivas se considera que la lógica capitalista de incremento constante de la productividad es un suicidio para el planeta y sus habitantes. Para Yayo Herrero, activista de Ecologistas en Acción, “el crecimiento económico se sostiene sobre recursos naturales limitados y decrecientes, sobre los trabajos ocultos que las mujeres de forma mayoritaria realizan para mantener la reproducción social y el bienestar y sobre la explotación de las personas empleadas”. Su propuesta pasa por repartir el trabajo y que éste incluya todas las actividades “socialmente necesarias”, con especial peso de las tareas del cuidado de la vida, y garantizar que las políticas públicas cubran necesidades básicas y derechos fundamentales.

Otras propuestas de los movimientos sociales centran su acción en el rechazo al trabajo. Daniel Raventós, economista y editor de la revista Sin Permiso, cree que “el trabajo asalariado sigue siendo, para la inmensa mayoría que lo practica, esclavismo a tiempo parcial”. Raventós considera que percibir una renta básica universal desligada del empleo permitiría a los trabajadores rechazar ofertas de empleo abusivas, e incluso “plantearse formas alternativas de organización del trabajo que permitieran aspirar a grados de realización personal más elevados”.

Crítica desde el marxismo

El rechazo al trabajo se apoya tanto en las reacciones espontáneas de los trabajadores como en análisis que entienden que liberarse del capitalismo equivale a liberarse del trabajo. Para Carlos Fernández Liria, profesor de filosofía de la Universidad Complutense, “el capitalismo es el único obstáculo que nos impide reducir la jornada laboral, repartir el trabajo y aprovechar la tecnología y la industria para generar descanso y tiempo libre para vivir”. El sociólogo alemán Moishe Postone da un paso más allá al sostener que el capitalismo no es sólo un sistema de explotación del trabajo, sino un modo de dominación cuyo núcleo central es precisamente el trabajo en su papel de medidor universal del intercambio de mercancías. Así, para Postone “el trabajo constituye un tipo de relaciones sociales que tienen un carácter aparentemente no social e impersonal, que engloba, transforma y, hasta cierto punto, socava y suplanta los vínculos sociales tradicionales”.

Desde este punto de vista, la verdadera emancipación tendría como objetivo liberar al conjunto de la sociedad del trabajo más que al trabajo de sus ‘lados malos’ comúnmente achacados al capitalismo. Esa emancipación, paradójicamente, se vería favorecida por el propio desarrollo capitalista. Como afirma el sindicalista y experto en sistemas de transporte Corsino Vela, “es el propio capital, en su actual fase recesiva, quien realiza el rechazo al trabajo, pues es su propia dinámica la que elimina inevitablemente el trabajo en la forma de desempleo masivo”.

Es posible imaginar esa emancipación social en un mundo en el que todos trabajásemos tres o cuatro horas al día; en el que fuéramos dueños de nuestro tiempo, más allá de los fines de semana, el mes de vacaciones y la jubilación; donde las tareas y las rentas estuvieran repartidas socialmente: un escenario poscapitalista en el que no tuviéramos que producir cada vez más porque no necesitáramos consumir tanto y en el que, en consecuencia, trabajaríamos menos y viviríamos mejor... ¿Se lo imagina?

Liberales por las 35 horas

El economista Jeremy Rifkin afirmaba en El Mundo: «Vivimos en una sociedad terciarizada en la que el sector servicios es prácticamente la única fuente de empleo. Y está demostrado que una persona sólo puede utilizar su capacidad mental máxima durante tres o cuatro horas diarias. Si trabajas más tiempo, no estás utilizando todo tu potencial, y tu empresa está tirando su dinero». La UE no le ha hecho caso: aunque en 2008 se paralizó la directiva que autorizaba la jornada laboral de 65 horas, hay situaciones en las que se superan estos tiempos. Es el caso de las actividades sanitarias en el Estado español.

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