Sin vacaciones ni cotizaciones, los investigadores pasan largos períodos trabajando sin contrato laboral.
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El periplo laboral de los investigadores comienza incluso antes de terminar la carrera, con la realización de las prácticas voluntarias en grupos de investigación o pertenecientes a los recientemente incorporados másteres del plan Bolonia. “No sólo no recibimos remuneración alguna, sino que desde la implantación del Plan Bolonia debemos pagar por ello”, explica Helga Fernández, que se encuentra realizando prácticas en un centro de investigación del CSIC.
A pesar de seguir formándose, los investigadores realizan labores idénticas a las de cualquier otro integrante de un laboratorio: jornadas galopantes que sobrepasan las diez horas diarias, e incluso sus trabajos forman parte de publicaciones científicas. Los habituales retrasos en las concesiones de las becas suelen conllevar más meses de producción científica gratuita por parte de estos trabajadores.
Una vez que las becas han sido concedidas, los jóvenes investigadores se enfrentan a nuevos problemas, como son la desprotección laboral y la falta de cotización a la Seguridad Social y para el paro. La inmensa mayoría de las becas de doctorado se componen de un periodo de dos años en modo beca, donde no se realiza cotización alguna al sistema, más dos años en modo contrato laboral, con mayor grado de protección aunque con menor retribución, llegando en los mejores casos a los 950 euros mensuales.
Los períodos de beca se caracterizan porque no especifican días de vacaciones e incluso de jornada laboral, dejando “al normal funcionamiento del centro de investigación” la adecuación de estos factores. Es algo absolutamente común en el mundo científico observar a jóvenes becarios desarrollando jornadas de hasta 12 horas diarias, acudiendo al puesto de trabajo incluso los fines de semana. Y estos son sólo los casos más habituales, pues se pueden encontrar casos extremos donde jóvenes investigadores predoctorales han acudido al laboratorio todos los fines de semana, sábado y domingo, durante varios meses seguidos e incluso años. La gran mayoría de los casos se dan por decisión del propio becario, que decide sumar horas a su investigación con el fin de ganar calidad científica, pero en alguno de los grupos de investigación se exigen permanencias “obligadas” de 12 horas diarias y se programan seminarios o reuniones de laboratorio los fines de semana.
La contrapartida a este esfuerzo, en forma de exigua retribución, tampoco aporta seriedad al período de becario para los jóvenes investigadores. La fecha de remuneración no sigue una periodicidad mensual, y se puede retrasar en ingreso de haberes hasta dos semanas entre mensualidades, y se da el caso de no recibir el sueldo durante dos o tres meses, lo que obliga a los jóvenes científicos a depender de familiares para afrontar los pagos corrientes de alquiler, gas, luz, agua, teléfono, etc., ya que, según comentan Héctor de Paz y Roberto Díez, del Centro de Investigaciones Biológicas – CSIC, “no podemos aplazar los gastos que conlleva hacer una vida normal de la misma forma que se aplazan nuestros salarios”, y sentencian: “Conocemos casos en los que los jóvenes científicos han llegado a sufrir cortes de luz por no poder afrontar estos pagos debido a los retrasos en la retribución por parte de la Administración”.
Investigadores precarios con beca
Helga Fernández, becaria del CSIC
Helga Fernández realiza un máster en microbiología y parasitología con prácticas sin remuneración en un laboratorio de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Se encuentra a la espera de la concesión de las becas de doctorado de formación de personal investigador – FPI. Tiene que realizar una estancia en el laboratorio de al menos dos meses a jornada completa, aunque asegura que “en realidad todos estamos varios meses más de forma voluntaria en el laboratorio, pues en dos meses es imposible realizar un buen trabajo de investigación”. “Los alumnos de prácticas realizamos labores similares a las de cualquier científico, permanecemos en los puestos de trabajo durante jornadas de más de ocho horas incluso los fines de semana, aunque por ello no sólo recibimos remuneración alguna, sino que, desde la implantación de los programas de máster del plan Bolonia, debemos pagar por ello”. Mientras, espera la concesión de las becas de doctorados FPI: “en abril la secretaria de estado de investigación nos dijo que se entregarían las becas en mayo y estamos a finales de mes y seguimos esperando”, concluye Helga.
Héctor de Paz, becario del CSIC
“Disfruté de varias becas de pocos meses y sin cotización al comienzo de mi doctorado, con un salario de mil euros, hasta que conseguí una beca de la Universidad de Cantabria, donde permanecí otros dos años en modo becario, sin Seguridad Social ni paro, y luego dos más en modo contratado”. Héctor hace referencia a los retrasos en las concesiones de las becas Juan de la Cierva, que acumulan 12 meses de retraso. “Es normal estar un año esperando financiación, pero no por ello se deja de trabajar en el laboratorio, realizando jornadas muy abultadas”.
Roberto Díez, becario FPI
Roberto es un becario FPI integrado en un proyecto de investigación sobre microorganismos patógenos, con financiación concedida para cuatro años, los dos primeros en forma de beca y los siguientes en modo contrato. “Hemos firmado por una jornada semanal de 37,5 horas, pero lo normal en ciencia es hacer jornadas mucho mayores, con una media de diez horas diarias y teniendo que venir al laboratorio muchos fines de semana, alguno de ellos sólo 20 minutos, pero otros estamos cinco o seis horas”. “Casi todos mis compañeros estuvimos trabajando de manera gratuita durante varios meses sin beca”.
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