ANÁLISIS // FRENTE AL CONSUMO ENERGÉTICO DISPARATADO, DIVERSAS COMUNIDADES PLANTEAN UN RITMO DE VIDA MENOS CON
A la búsqueda de brotes entre el asfalto

Los autores examinan la
cantidad de energía que
necesitan las personas y
cómo ha de enfocarse el
progreso hacia una
existencia más sostenible.

02/09/09 · 23:10
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La energía es un recurso
esencial para la vida. Al
igual que el agua o los alimentos,
el acceso a la energía
es un derecho humano, necesario
para garantizar una alta esperanza
de vida, mortalidad infantil baja, o
para desarrollar nuestras capacidades
humanas y sociales. De hecho,
diversos indicadores del desarrollo
humano mejoran a medida que aumenta
el consumo energético per cápita.

A partir de esta evolución, se
deduce un consumo óptimo, que se
halla en torno a 1.000 o 2.000 kilovatios-
hora per cápita (kWh/cap) anuales
de electricidad, y una o dos toneladas
equivalentes de petróleo per
cápita (tep/cap) de energía total consumida.
Costa Rica, Cuba, Uruguay
o Argentina se sitúan en ese nivel óptimo
con esperanzas de vida superiores
a 75 años, por ejemplo, lo cual
no se explica únicamente por la climatología
o el tamaño del país. Sin
embargo, el consumo eléctrico en el
Estado español fue de 6.212
kWh/cap y el de energía primaria de
3,24 tep/cap en 2007 (fuentes: Red
Eléctrica Española y Ministerio de
Industria). Es evidente que el viajar
más, últimamente en trenes de alta
velocidad, no aumenta nuestra esperanza
de vida, y si acaso, aumenta la
probabilidad de accidente. Al igual
que una persona que ingiere alimentos
sin límite, nuestra sociedad crecientemente
depredadora de recursos
está enferma (¿el capitalismo
provoca bulimia?), todo lo contrario
de una sociedad desarrollada en
equilibrio estable con su entorno.

Especialmente revelador resulta el
escenario de ‘crisis’ desencadenado
en el año en que se ha contenido el
crecimiento del consumo.
En un mundo finito, el crecimiento
ilimitado es un suicidio. Además
de sondear fuentes energéticas menos
contaminantes, necesitamos
explorar propuestas más generales
que garanticen el acceso universal
a los recursos básicos limitados.

Frente a los recursos fósiles apropiados
por unas pocas empresas
trasnacionales y Estados, muchas
veces hemos mirado hacia las fuentes
renovables basadas en la energía
diaria proveniente del sol. El
modelo energético solar tiene por
principio que la energía complete
su ciclo de vida localmente, desde
su producción hasta su consumo y
tratamiento de residuos. Comparativamente
la energía eólica emite
entre 10 y 40 veces menos CO2 que
una central térmica de gas natural,
y la fotovoltaica entre 5 y 15 veces
menos, según la dificultad de extracción
del gas y tecnología concreta.

La potencialidad de las renovables
está demostrada: en 2007 se
produjeron 1.476 kWh/cap de electricidad
en el sistema peninsular a
partir de fuentes renovables (incluyendo
gran hidráulica), es decir,
más de lo que se consume en Cuba
por persona. Los estudios presentados
por Greenpeace afirman que
se podría producir toda la energía
que se prevé consumir en 2050. Sin
embargo, y en base a esos mismos
estudios, aunque sólo se pretendiera
abastecer la demanda eléctrica,
las fuentes renovables ocuparían
una extensión de terreno comparable
a todo el terreno artificializado
hasta ahora (suelo urbano, industrial,
carreteras…), impacto que pone
en cuestión el apelativo de ‘renovable’.

A esto se suman otros fenómenos
que vamos presenciando:
parques eólicos ocupando una sierra
en manos de una empresa eléctrica
en lugar de molinos de baja
potencia instalados en tejados y
propiedad de las personas residentes;
extensiones de paneles solares
a modo de huerta en lugar de integración
en edificios; empresas fotovoltaicas
que llevan su planta de
producción a Asia para rebajar costes
de manufactura… Éste es el caso
de British Petroleum Solar, que
ha cerrado recientemente sus plantas
de fabricación en Sydney y
Madrid. Pero el ejemplo se extiende
a todo el sector, y en 2008, una
de cada tres células solares se produjo
en China (ver Photon International,
marzo 2009). En un escenario
de capitalismo globalizado,
las fuentes renovables pueden
adolecer de males similares a los
de otros sectores, y acabar sirviendo
a los intereses de una minoría.

Las fuentes renovables deben
englobarse dentro de propuestas
más generales de cambio de sistema
(económico, productivo, transporte…).
Al igual que el modelo
energético solar, la biomímesis o
imitación de la naturaleza, tiene
por principio cerrar los ciclos localmente,
no desplazando los materiales
‘demasiado lejos’, acumulando
diversidad y simulando la
bioquímica de la naturaleza en sus
procesos productivos. Otros principios
guía lanzados desde la biomímesis,
o el ecofeminismo, se refieren
a poner en el centro la vida
y su cuidado: la relación entre
tiempo, afecto y energía amorosa
que las personas necesitan para
atender a sus necesidades humanas
reales, y las que garanticen la
continuidad de la vida humana, a
decir de Yayo Herrero. Desde este
cambio de valores quizás fuera
posible la “revolución de la suficiencia”,
o vivir felices consumiendo
menos, como sugiere
Jorge Riechmann. Nacen intentos
por el mundo, integrando gentes y
actividades, con sus posibilidades
y dificultades, y las incoherencias
inevitables por ser hijas de nuestro
tiempo. Brotes verdes entre el
cemento, que un día levantarán
aceras.

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