ECONOMÍA // LA IGLESIA CATÓLICA ANALIZADA COMO EMPRESA LÍDER EN SU SECTOR
Dinero, así en la tierra como en el cielo

El autor explica qué
factores han llevado
a la Iglesia católica
a lograr el éxito
empresarial dentro de su
mercado: el inmobiliario.

26/01/10 · 0:00
Edición impresa

Analicemos a la Iglesia católica
como si se tratara
de una empresa. No cuando
opera como subcontratista
en la provisión de servicios
públicos en enseñanza, sanidad y
asistencia social, sino cuando se
dedica a lo suyo: a proporcionar
servicios religiosos. Ciertamente,
la Iglesia es una institución económica
que usa recursos materiales y
humanos para producir una amplia
variedad de servicios: tratamientos
psicológicos individualizados (confesión,
etc.), terapias de grupo
(misas y catequesis), asistencia psicológica
premortem (extremaunciones),
ritos iniciáticos (bautizos,
comuniones...), y un largo etcétera.
Esto, aparentemente, no tiene intención
lucrativa, pero el que no parezca
buscar beneficios no convierte
a la Iglesia en la ONG que le gusta
imaginarse que es.

Sin negar que la Iglesia presta los
servicios religiosos a sus clientes a
precios ajustados a los costes, sin
negar que los sueldos de sus trabajadores
(excepto los de la minoría
de mánagers y altos directivos, y los
de los miembros de su Consejo de
Administración, la llamada Curia)
pueden no parecer excesivos, hay
que señalar que el comportamiento
económico de la Iglesia se ajusta,
más que al de una ONG, al de una
empresa que buscase maximizar su
cuota de mercado, para lo cual es
apropiado seguir una política de fijación
de precios bajos como si sólo
pretendiese cubrir costes. Una vez
que con esa política hubiese expulsado
a los competidores y la empresa
fuese ya la única en el mercado,
podría comportarse como una empresa
auténticamente maximizadora
de beneficios. La implicación por
tanto es que la Iglesia católica sólo
se comporta como una ONG si, y
sólo si, tiene competencia.

Desde esta perspectiva, los servicios
religiosos gratuitos o de bajo
coste que ofrece la Iglesia hay que
entenderlos como estrategias de
márketing e investigación de mercados,
puesto que, desde un punto
de vista económico, busca fidelizar
con ellos a sus clientes, así como conocer
con precisión la demanda de
su producto para poderles cobrar
un precio más alto. Por ejemplo, mediante
los “servicios” de confesión,
los fieles obtienen una asistencia
psicológica que sin duda valoran,
pero tampoco se puede dudar de
que, gracias a las confesiones, la
Iglesia conoce las debilidades de sus
clientes, lo que le sirve para conocer
(y estimular) su demanda, es decir,
cuánto están dispuestos a pagar por
la absolución de sus pecados. Por
otro lado, con la confesión la Iglesia
controla una información muy útil a
la hora de extorsionar a sus clientes
caso de que decidieran actuar contra
sus intereses o pretendieran irse
con otra compañía del sector.

Pero si esos servicios que presta
la Iglesia se pueden conceptuar como
propaganda y márketing, como
regalos por la compra del verdadero
producto, queda entonces la
cuestión de cuál es éste, ¿qué es lo
que vende realmente? Sólo hay una
respuesta posible: y es que la Iglesia
es una empresa más del sector inmobiliario.
Es un hecho contrastado
que lo que vende la Iglesia (y en
general todas las iglesias sea cual
sea su religión) desde hace casi 20
siglos son parcelas en una urbanización:
el auténtico “Paraíso” que
queda en el “Otro Mundo”. Y, a diferencia
del resto de empresas del
sector inmobiliario del mundo terrenal,
la Iglesia ha gozado de una
ventaja competitiva absoluta respecto
a todas, y es que ningún cliente
ha vuelto para quejarse de la calidad
de la construcción o de que las
vistas (la tan renombrada visión
beatífica) no eran tan sublimes como
el folleto publicitario prometía.

Un método frecuente de pago
aceptado y deseado por la Iglesia en
estas operaciones de venta de residencias
en el “Más Allá” ha sido la
permuta de terrenos. Ha sido muy
frecuente que, ya en el trance del último
viaje, los clientes hayan aceptado
cambiar terrenos de su propiedad
en la tierra por parcelas que la
Iglesia dice poseer en el cielo.
Gracias a estas permutas, la Iglesia
se hizo titular en España de un ingente
patrimonio en solares y edificios,
con lo que se convirtió en la
primera inmobiliaria auténticamente
global, pues está en todos los
mundos. Y, si bien el Estado intentó
arrebatarle un buen pedazo de su
patrimonio en el siglo XIX (las desamortizaciones),
todavía hoy la
Iglesia es el mayor propietario inmobiliario
tras el sector público.

Y, ante esto, ¿cabe alguna duda
acerca de la genialidad empresarial
de la Iglesia católica?

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