Opinión
Teléfono rojo

La lectura de Podemos el 26J impidió entender las causas del agotamiento electoral. El debate no es cuantitativo sino cualitativo. No consiste en escuchar más rock o menos electrocumbia. No consiste en dar un poco menos miedo o gritar un poco más alto. Ni más de izquierdas, ni más ruidosos, ni ser un poco mejores, sólo diferentes. O estás o no estás en el plano del resto de partidos.

, Es diputado de Podemos en el Parlamento asturiano.
28/09/16 · 10:09
Felipe González, Pedro Sánchez y Alfonso Guerra en el acto de aniversario del Congreso de Surenes.

Mañana del 27 de junio (¡cámbiese por la del 21 de Diciembre a su voluntad!). Rajoy había ganado (y perdido) y Sánchez había perdido (y ganado) las elecciones. Urkullu miraba de reojo a Otegi y Feijóo a la Marea. Alegría, reflexión, preocupación. Reunión en sus headquarters. Miraron el calendario, pusieron posits semana a semana y se devanaron el cerebro para cerrar la crisis de régimen. Negociaciones de investidura y dilación de plazos, amenaza de terceras elecciones en Navidad y comicios vascos y gallegos entre medio como primer aviso. Dos estrategias: orden y estabilidad (PP, PNV) frente a la incertidumbre (Podemos); y fomento de la abstención de un electorado de Podemos que no guarda ningún secreto para los populares. En definitiva, usar las elecciones (y los meses previos a éstas) estratégicamente como mecanismo de desgaste y de hastío político: votar, votar y votar hasta la extenuación. Y por eso ganaron Feijóo y Urkullu. También Sánchez. Pero, ¿ha acabado ya la historia?

Euskadi: La calma del Cantábrico

Gana Urkullu, gana el “partido del pueblo”. Sólo la comparativa con el conjunto del Estado legitima al PNV. Pasa también en Catalunya. Frente a una España deshecha por la crisis económica e institucional, el PNV ofrecía un oasis. Suficiente. Podemos cuestionó esa visión idílica de Euskadi y habló de crisis vasca, emigración juvenil o puertas giratorias. Necesario, aunque quedaron en fuera de juego. Pudo haber sido distinto, no crean. Cuando en Agosto, Pili Zabala, se acercó al ex ministro Alonso a saludarle y éste la acusó de etarra, la víctima del GAL pudo haber centralizado la campaña. Pronto el PP entendió los riesgos e ignoraron a Podemos, al igual que la ETB. Pese a la burbuja del 26J y del 20D causada por un voto dual (¡que se lo digan al PSC en Catalunya, al PP en Euskadi en 1996 y 2000 o al PSOE en 2008!), los resultados de Zabala la convierten en la primera fuerza con correlato estatal con un sorpasso al PSOE y PP.

La cuadratura del círculo del PP implicaba polarizar con Bildu. Les funcionó y resistieron con 9 diputados (los mismos que el PSOE), cerrando el paso a Ciudadanos, que empeora a UPyD. La inhabilitación de Otegi lanzó a la izquierda abertzale, que se consolida como la oposición. A un Otegi candidato le habría pasado factura el inmovilismo de la izquierda abertzale; un Otegi inhabilitado era mártir, y no votarle una traición entre sus filas. Una campaña autonómica requiere trabajo barrio a barrio y pueblo a pueblo y en Euskadi sólo el PNV y Bildu tienen ese potencial, por lo que crecieron día a día. Los abertzales ahora quieren ser la Esquerra Republicana de Euskal Herria y acercar al PNV al soberanismo. A su favor, que la suma de PSOE, PP y Cs (cero) sólo suman 18 de 75 diputados. Sin embargo, con un PNV poco amigo de los cambios y que se puede apoyar en PSOE y PP, la ruptura vasca dormirá en formol. Los jeltzales eso sí, se cobrarán su primera víctima con el PSOE, que obtiene sus peores resultados. No sólo tendrán su apoyo a Urkullu sino también su genuflexión, pagando por el vídeo de Juventudes Socialistas que llamaba imbécil al lendakari.

Galicia, Galicia, Galicia

Con esas palabras describía Feijóo la campaña que le ha llevado a una nueva mayoría absoluta en Galicia. Otra nueva del PP. Como el PNV, otro “partido del pueblo” que le basta la inercia para ganar. Sólo la electrizante movilización del Prestige y un Fraga decrépito, consiguió entre 2005 y 2009 abrir un paréntesis en los gobiernos populares gallegos. El experimento pilló al BNG en crisis y la cosa duró lo justo. La caída del Bloque no ha parado hasta estas elecciones, con una candidata de la generación de Pablo Iglesias.

En Marea, por su parte, no aprovechó el potencial de Podemos para acercarse a perfiles sociológicos ajenos a la historia del BNG, desde abstencionistas a desencantados con el PSOE gallego. También les ha pasado factura la volatilidad interna podemista. La formación morada no aprendió de las crisis de la primavera (dimisiones en Madrid, Asambleas Ciudadanas en Galicia, Cantabria o Catalunya) y lanzó la Asamblea madrileña en medio de otra campaña. La conformación de la candidatura de En Marea fue otro drama: Anova prefería no ganar pero asegurar la autonomía gallega del proceso; Podemos prefería romper antes de ceder ese protagonismo. El acuerdo llegó, pero En Marea no se quitaría esa imagen de partido con líos internos heredada de Podemos Galicia y del BNG. La puntilla llegó en la metralleta de tuits entre los afines a Iglesias y Errejón tras el mitin central de Galicia, magnificada por los medios. No lo olviden: En este Estado se castiga más la desunión que la corrupción.

El futuro de En Marea es una incógnita. Su sorpasso al PSOE, que empeora su mínimo histórico, es un hito. Única de las 17 comunidades donde una candidatura integrada por Podemos lidera la oposición. Sus resultados (19,07%) han sido los mejores junto a los de Podemos en Asturies (19,06%) y Aragón (20,51%), aunque quedan lejos del 25% de Beiras en 1997 o de En Marea en las generales. Luis Villares es joven, brillante y tiene proyección. Puede ser una alternativa de gobierno, pero pensar en 2020 tras un ciclo tan dinámico de movilización produce depresión.

La pregunta no es cómo evitar unas terceras elecciones sino por qué PSOE y PP las desean. Está claro: creen que Ciudadanos y Podemos se derrumbarían por el voto útil y la abstención

Para la mayoría de la ciudadanía la corrupción sigue siendo un grave problema social, pero votan al PP. A millones de personas en este país les preocupa Bárcenas o Barberá y, tras una ola de movilizaciones se avergonzaron y no les votaron en las municipales de 2015. Ahora, sin presión social, aún rechazan a Rajoy pero les preocupa más cerrar el paso a Podemos. Dos espacios políticos se contraponen: Orden y estabilidad frente a ruptura y cambio. Los que no tienen nada y lo arriesgan por un cambio y los que creen que es mejor ‘lo malo conocido’. Cualquier espacio intermedio queda desdibujado. Por eso, Rajoy favorece la abstención y emigración forzosa de los votantes cercanos a Podemos (más jóvenes, abstencionistas y urbanos, con ideologías de partido menos marcadas) y la hipermovilización de los mayores de 55, donde tienen la hegemonía. Galicia es un ejemplo. Fomentó un hastío soterrado por la repetición electoral, aburriendo y cansando a la gente (“no se ponen de acuerdo”, “todos son iguales”), que afectaba principalmente a los votantes de Podemos, que, al contrario que los del PP, se movilizaron excepcionalmente en las municipales y autonómicas y el 20D. Sin esa alta participación, todo vuelve a la calma.

El jaque de Pedro

Paradójicamente, Pedro Sánchez sale debilitado pero también reforzado y estas elecciones le pueden abrir el camino de la presidencia. Sin una alternativa que él lidere, en diciembre podría vencer el actual presidente. El político gallego lo repetirá a modo de chantaje. También el socialista. Pero atentos: quienes en el PSOE piden la abstención, salen aún más debilitados. El madrileño dirá: O me dais manos libres o Rajoy obtendrá mayoría absoluta. Para ello tiene un rito de paso previo: un congreso exprés donde dirá que sus opositores abren el paso “a la derecha”. No es no, repetirá.

Sánchez estuvo paralizado meses, sin incentivos. Si se abstenía, lo fulminaban. Si intentaba formar gobierno, le vetaban. Ni podía ser presidente ni líder de la oposición (¡que nadie se equivoque: a él le vale cualquiera de las dos opciones!). Ahora vuelve a tener cartas. Con este congreso-órdago, el líder del PSOE tiene ante sí el evento simbólico fundacional que este partido necesita desde el 15M. Romper con la crisis del zapaterismo (y del felipismo), con la reforma del 135, con los recortes, con la corrupción, con su elección en 2014 gracias a Pepe Blanco y Susana Díaz (que buscaba un líder interino hasta que ella saltase a la política estatal), todo en uno. Sin ello, los socialistas no pueden legitimarse nuevamente como un partido de futuro. Si gana, podría ser presidente, pero también líder de la oposición. Como en el gatopardo: todo cambiará para que nadie cambie. Por el contrario, si pierde, el PSOE acelerará su declive.

Podemos, sin quererlo, ha afianzado la imagen de gobernabilidad de Sánchez (a quien hace nueve meses nadie veía como presidente). La conversión de Rajoy en villano y de Sánchez en líder del bloque progresista (al que Podemos estaría subordinado) que debe encabezar el cambio es un error de primero de 15M. Sabemos que Guerra y González, Bono y Zapatero, Sánchez y Díaz se enfrentan, pero nunca rompen. Las bases del PSOE se unifican ante el discurso del freno a la derecha, que sostienen en la oposición, mientras en sus gobiernos impulsan recortes y los barones claman por la estabilidad.

¿Sánchez podría tener el apoyo de Ciudadanos? Hace semanas cortaron su intentona de pacto a tres bandas el primer día, ahora, tras una estrambótica campaña (rechazo al concierto vasco, bandera gallega errónea) que les ha dejado en dos ceros, quien sabe. Nacieron para ser el apoyo de PP y PSOE a la hora de lograr mayorías, como fue décadas en Aragón el Partido Aragonés o como ya hacen en Madrid y Andalucía, pero no lo han conseguido. Por eso Galicia y Euskadi pueden ser al partido naranja lo que Catalunya Si que es Pot fue para Podemos. La depresión morada de hace un año se superó con ‘la remontada’ y la hipermovilización de sus bases. ¿Tiene algo similar Ciudadanos? No. Ahora que saben que Sánchez no va a frenar, ¿harán lo necesario para evitar elecciones?

¿Qué hacer? Amar la bomba

La pregunta correcta no es cómo evitar unas terceras elecciones sino por qué PSOE y PP las desean. Está claro: creen que Ciudadanos y Podemos se derrumbarían por el voto útil y la abstención, reanudando el ciclo del bipartidismo. De ahí vienen sus chantajes. La genial película de Kubrick Teléfono rojo tenía de subtítulo en inglés “Cómo aprendí a dejar de preocuparme y a amar la bomba [atómica]”. Paradójicamente, el miedo a unas terceras elecciones alimenta el olor a sangre morada de PP y PSOE. Nos han hecho creer, como en un espejo invertido, que el bloqueo político es una derrota. Pero el gobierno del PP está paralizado como consecuencia de la entrada de Podemos en los Parlamentos. No pueden recortar derechos, pese a la Troika. No ganamos, pero tampoco perdemos. Y sólo hay dos desbloqueos posibles. El primero, la gran coalición. El segundo, la rendición de Podemos en las instituciones (no hay otro pacto posible, desbloqueo táctico o un pacto cargado de renuncias) o la desmovilización y derrota en las urnas ¿Por qué PP y PSOE no pactan entonces? Porque aceleraría la descomposición del régimen. Ese sería su botón rojo. Y sólo lo apretarán en la medida en que el universo post-15M y Podemos (¡love the bomb!) les arrinconen.

La lectura de Podemos el 26J impidió entender las causas del agotamiento electoral. El debate no es cuantitativo sino cualitativo. No consiste en escuchar más rock o menos electrocumbia. No consiste en dar un poco menos miedo o gritar un poco más alto. Ni más de izquierdas, ni más ruidosos, ni ser un poco mejores, sólo diferentes. O estás o no estás en el plano del resto de partidos. O juegas a las negociaciones de gobierno, las ruedas de prensa partidistas, la financiación institucional, el registro infinito de PNLs, los equilibrios internos de poder, las negociaciones y pactos (y ruptura de pactos) en territorios a nivel estatal, o lo impugnas y aumentas el número de planos desde donde actúas. Lo explicó así Monedero tras el 26J: “Si Podemos se mimetiza con los demás partidos, va a ser medido como los demás partidos. Y Podemos se ha mimetizado. En la tediosa discusión parlamentaria para formar gobierno, en el tedioso debate a cuatro, en la estricta presencia parlamentaria, en la falta de originalidad en la organización interna. No se trata de ser izquierdistas sino de ser originales”.

Necesitamos prácticas y posiciones políticas que generan una dimensión de ruptura en el régimen, porque no pueda seguirlas nadie. Como cuando Podemos limitó sus salarios a tres salarios mínimos, o rechazó en Asturies las subvenciones electorales. Como cuando la calle rodeó el Congreso exigiendo la dación en pago. Guillem Martínez acertaba tras el discurso de Iglesias en la fallida investidura de Rajoy: “Se estrelló contra el tempo –o, glups, la ideología– de la institución. Propuestas que en la calle eran eléctricas, que dibujaban un Régimen terminal y un programa sustitutorio, al llegar a las instituciones se estrellan contra el muro de la rutina institucional o, simplemente, pasan a ser ruido. Uno más en la sala. Una sala que equipara las propuestas de la corrupción con las de la ruptura”.

Tenemos que impulsar un proceso de ruptura constituyente en las instituciones, impugnando y saltando a otro plano, generando contradicciones dentro y fuera, promoviendo una institucionalidad alternativa (movimientos asociativos, espacios de socialización festivos, medios de comunicación, laboratorios culturales o centros de pensamiento), articulando un sujeto colectivo que va más allá (mucho más allá) de Podemos. Compatibilizar ruptura ética e institucional, solvencia técnica (convirtiendo la coherencia y confianza en solvencia) y movilización social. Un lenguaje propio que emane de una agenda de movilizaciones, que se plasme en iniciativas parlamentarias que abran fisuras en el bipartidismo. Romper la inercia de guerras de poder y discursos sin alma de los partidos clásicos. Ser de verdad. Anteponer los intereses de la gente a los intereses de partido. No pensar como un partido. Y es que ninguna impugnación es creíble mientras se obtienen beneficios derivados del bloqueo político. ¿Por qué Podemos no renuncia en este impasse a la financiación del grupo parlamentario, a las indemnizaciones a ex diputados o a las subvenciones electorales? ¿Por qué los diputados no dejan el Parlamento temporalmente y se ponen a disposición de movimientos sociales y ONGs hasta que haya gobierno? ¿Puede acaso venir la solución actuando sólo desde el plano de la inteligencia táctica?

Con la participación interna en retroceso desde Vistalegre, el desborde e innovación continuó desde las periferias y los municipios, pero pocas veces influyó en los centros. Descentralizar y abrir planos de acción es necesario. Combinar lo municipal, autonómico, estatal y europeo. Decir y hacer lo mismo limita el potencial de la diversidad e impide golpear desde varios lugares a la vez. Aseguremos que los ejes de ruptura abiertos en los parlamentos se complementan con más planos de acción. Nos dirán que necesitamos “más calle” (es decir, movilizaciones promovidas e intermediadas por “el partido”) como si se pudiera volver sin más a los 90, como si no hubiera habido un 15M. Condición necesaria, pero no suficiente. Necesitamos más calle, pero también más usos contrahegemónicos de las instituciones. No descartemos los parlamentos hasta que no hayamos desplegado todo su potencial de ruptura: comisiones de investigación (listas de espera sanitarias, corrupción), iniciativas aprobadas tras intensas movilizaciones, solvencia técnica que genera ruptura y contradicciones en el bipartidismo, negociación presupuestaria de igual a igual... Pero también necesitaremos estrategias de movilización en el conjunto del espacio post-15M y más allá, mucho más allá de los activistas sociales, especialmente en los sectores desestructurados y desmovilizados. Hacer eso es amar la bomba y obligar al bipartidismo a descolgar el teléfono rojo mientras tomamos la iniciativa para el nuevo asalto a los cielos.

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