Opinión | El futuro inmediato de Podemos
Tres hipótesis sobre el futuro de Podemos

Podemos, tal y como Iglesias reconocía el 16 de enero de 2014, era "tan sólo una hipótesis", una teoría que, surgida prácticamente de un laboratorio, tenía que ser contrastada por la vía de los hechos. Y la realidad, que siempre es tozuda, ni la ha validado ni la ha descartado en su totalidad, aunque ha dejado al descubierto fallas muy profundas.

, activista sevillano.
24/07/16 · 8:00

El pasado 4 de julio tenía lugar una interesante conferencia que se incluía en los cursos de verano de la Universidad Complutense de Madrid. Ni diez después de las últimas elecciones generales, allí estaba presente buena parte de la plana mayor de Podemos: Pablo Iglesias, Íñigo Errejón, Irene Montero y Luis Alegre. Coincidían en una idea central: empieza una nueva etapa para Podemos.

Pablo Iglesias utilizaba, nuevamente, una metáfora bélica para explicar que el nuevo tiempo político se definirá por "una guerra de posiciones", en la que "los partisanos" desaparecerán para dar paso a un "ejército regular".

O, explicado de otra forma, a Podemos no le quedaría más opción que convertirse "en un partido normal". Errejón lo definía tal que así: "el Podemos que puede gobernar es otro Podemos, más predecible, menos sexy".

Lo cierto es que Podemos tiene ante sí tres escenarios distintos o, dicho de otra forma, tres alternativas diferentes respecto a cómo afrontar la etapa que se acaba de abrir:

1.- El pacto por arriba, que vendría a ser el acuerdo entre las distintas personalidades (y corrientes) con representación y liderazgo en los órganos internos, o incluso más allá de los órganos internos.

2.- La lucha fratricida, entendida como una batalla descarnada entre facciones que pretenden imponer su propia visión de la organización así como copar los espacios decisorios.

3.- Una apertura democrática que, permitida incluso por la propia cúpula podemita, signifique revertir el modelo vertical que se consagró en Vistalegre.

Estas tres hipótesis orgánicas no serían más que diferentes maneras de buscar una salida a una de las contradicciones más profundas con las que Podemos ha tenido que lidiar desde su nacimiento. En aquel acto del 16 de enero de 2014 celebrado en el Teatro del Barrio, en Lavapiés, cuando por primera vez se presentaba en sociedad la iniciativa recién nacida, ya estaba patente el problema.

En el turno de palabras que se abre tras las diferentes intervenciones, un periodista de Tele-K espeta a Iglesias que "a lo que nos estáis invitando es a una iniciativa que, desde el minuto cero, está encarnada por una persona, que en este caso eres tú, cuando se podría haber optado por otras soluciones (…), me gustaría que me explicaras por qué se ha escogido esta opción y no otras".

La respuesta de Iglesias fue bastante clara: "Es una consecuencia de nuestra debilidad. Si las organizaciones de la sociedad civil y las organizaciones de militantes no fuéramos tan débiles, quizás se hubiera podido optar por otra cosa que no fuera que un tipo con coleta debatiera con Alfonso Rojo y con Marhuenda para emocionar a la gente en sus casas".

Esa debilidad histórica, unida a una urgencia que los tiempos nos imponían y a la que se nos apelaba continuamente, justificaron de una u otra forma tanto un precipitado nacimiento como la necesidad de aglutinar fuerzas en torno a una figura reconocible, un outsider opuesto en apariencia a la imagen tradicional del político profesional.

Unos meses después, en Vistalegre, lo que se producirá es la consagración de ese modelo de representación vertical. Los historiadores del mundo árabe han acuñado el concepto de pacto autoritario para definir al acuerdo tácito que, durante los años 50 y 60, se produce entre los gobiernos de unos estados árabes recién paridos y una población que parece dispuesta a renunciar temporalmente a la idea de Democracia en aras de recibir otras contrapartidas: seguridad, estabilidad, bienestar y prosperidad.

Obviamente, la comparación no es plenamente aplicable al caso que nos ocupa, pero sí es cierto que esta idea nos sirve bastante bien para comprender cómo y por qué una mayoría de quienes integran Podemos en aquel momento están dispuestas a ceder grandes cuotas de democracia interna. Esta renuncia o esta cesión se produce, más o menos conscientemente, para propiciar la posibilidad de un cambio histórico o, dicho en otras palabras, para aprovechar "la ventana de oportunidad" que en teoría teníamos ante nosotros.

Ese acuerdo tácito tenía, no obstante, una fecha de caducidad: las Elecciones Generales. Si el 26-J hubiera arrojado unos resultados diferentes, con los que quizás Podemos hubiera llegado a formar parte de un gobierno progresista en coalición, ese pacto vertical podría haberse renovado (apelando de nuevo a la urgencia). Sin embargo, las circunstancias fueron otras.

Podemos, tal y como Iglesias reconocía el 16 de enero de 2014, era "tan sólo una hipótesis", una teoría que, surgida prácticamente de un laboratorio, tenía que ser contrastada por la vía de los hechos. Y la realidad, que siempre es tozuda, ni la ha validado ni la ha descartado en su totalidad, aunque ha dejado al descubierto fallas muy profundas.

Durante su corta pero intensa historia, la cúpula dirigente de Podemos, sorteando todo tipo de dificultades y tensiones, tomó una serie de decisiones que hicieron posible emerger desde la nada a una formación que ya ha recibido más de cinco millones de votos.

Sin embargo, no es menos cierto que el discurso/relato épico de Podemos, que nos ubicaba en una suerte de epopeya generacional, presenta hoy grietas incuestionables.

El principio de infalibilidad que casi presuponíamos a los liderazgos recién creados colapsaba súbita e inesperadamente en la última noche electoral. Y eso es lo que nos conduce al escenario actual, un proceso de mutación inevitable que se definirá por la interacción de distintas fuerzas.

Pero, ¿qué es lo que está pasando y qué es lo que va a pasar en Podemos a partir del 26-J? Los primeros movimientos apuntan a que se va a producir un pacto por arriba, un acuerdo entre el primer núcleo dirigente de Podemos al que desde hace tiempo se han sumado las figuras más reconocibles del resto de facciones (IU incluida).

Estamos hablando básicamente de un grupo informal de no más de 30 personas que hasta este momento ha sido depositario y ha ejercido un poder interno casi absoluto, apoyado en una legitimidad sin fisuras. Este acuerdo no sólo no está aún ni definido ni enunciado, sino que surge como consecuencia de una situación sobrevenida: el miedo a una implosión interna.

Y aquí nos situamos en el segundo escenario del que hablábamos anteriormente: la lucha fratricida. Aun cuando termine por fraguarse un pacto por arriba, no es en absoluto descabellado que esta segunda hipótesis se ponga en marcha, fundamentalmente a nivel territorial. Los últimos movimientos que se han producido tanto en Valencia como en Madrid nos ubican en ese escenario. Lo que, sólo de momento, ha aplazado movimientos ya previstos han sido los decepcionantes resultados del 26-J.

Antes de las Generales, y con unas perspectivas electorales positivas, las diferentes facciones hacían sus cálculos a nivel territorial y trazaban ya cuáles iban a ser sus próximos movimientos. El fiasco, sin embargo, ha obligado a todas las corrientes a aplazar la batalla, a la espera de que una nueva lectura del escenario imprevisto pueda trazar una hoja de ruta nueva. Es por tanto plausible que el pacto por arriba a nivel estatal sea absolutamente compatible con la lucha fraccionaria en diferentes contextos territoriales: Madrid, Valencia, Andalucía, etcétera.

Lo más preocupante, no obstante, es la total ausencia de un discurso que, nacido lejos de los centros internos de poder, pueda aglutinar los descontentos existentes (que no son pocos) para superar democráticamente la terrible contradicción interna con la que Podemos nació en su día, dos años y medio atrás.

El pacto por arriba conduce irremediablemente a la bunkerización del núcleo dirigente y a la normalización de un Podemos que renuncie a su esencia original

El pacto por arriba conduce irremediablemente a la bunkerización del núcleo dirigente y a la normalización de un Podemos que renuncie a su esencia original, deviniendo el proceso irresolublemente en una esclerotización de todo el proyecto.

Pero ése no es el escenario más terrorífico, puesto que la otra posibilidad que se atisba es que la organización se autodestruya en un conflicto interno presenta un paisaje aún peor.

Podemos no fue al principio más que una hipótesis, el producto de un laboratorio de ideas que, como un esqueje, fue implantado en la realidad española, que por otra parte era un perfecto campo de cultivo, abonado por la indignación y el descontento.

Podemos fue al nacer un endeble organismo vivo que dependía de la flexibilidad de su tallo y, sobre todo, del vigor de las hojas verdes que florecían en su copa.

Pero ahora que el proyecto ya ha generado raigambres, ahora que ha emergido una nueva identidad imaginada y compartida, es necesario concebirlo en sentido inverso, para corregir los errores que quizás la urgencia nos impuso. Son ahora las raíces y es el suelo los que deben insuflar savia nueva. Y es así simplemente porque las otras hipótesis conducen al fracaso.

Es obvio que nadie puede entender este proceso que aquí se plantea como una absoluta desmantelación de la organización ya construida. Eso equivaldría a los peores escenarios antes descritos, pues nos devuelven al punto cero de la ecuación, a aquel momento histórico en el que sólo teníamos la indignación (que sigue siendo más necesaria que nunca) como herramienta.

De lo que se trata ahora es de buscar un nuevo punto de equilibrio que reconcilie ideas como democracia y eficiencia, como centro y periferia

De lo que se trata ahora es de buscar un nuevo punto de equilibrio que reconcilie ideas como democracia y eficiencia, como centro y periferia. Y, siendo conscientes de que todas las soluciones serán siempre imperfectas, atrevernos a deconstruir lo construido, a reinventarnos a través de la invención de nuevos métodos, procesos y fórmulas organizativas que aún no han sido exploradas.

Ahora bien, ¿cómo se puede plasmar en lo concreto este corpus de ideas abstractas? Lo primero es asumir que el tiempo político será inevitablemente otro.

Durante los últimos dos años hemos abordado la cuestión de lo urgente, mientras que lo necesario pasaba a un segundo plano.

Ahora, una vez concluido el frenético ciclo electoral, lo necesario no es sólo un asunto central, sino el centro de todas las urgencias. Y el punto de partida implica asumir que la riqueza de un proyecto emancipador sólo puede radicar en una pluralidad y una diversidad que, a día de hoy, se hallan sepultadas bajo el férreo sistema organizativo de Vistalegre.

Una apertura democrática requiere necesariamente la apertura y ampliación de los espacios de representación, buscando las coordenadas para una nueva cultura política que se base, por primera vez, en la cooperación y no en la competición interna.

Y, de la misma manera, los únicos liderazgos que tendrán sentido en este nuevo contexto serán aquellos que, renunciando a la confrontación como práctica política cotidiana, aspiren a representar al colectivo en toda su diversidad.

El diálogo, la búsqueda de consensos y un debate enunciado siempre desde la voluntad colectiva de construir son las únicas recetas para recomponer la ilusión y, al mismo tiempo, desterrar el virulento sectarismo que hemos padecido.

Este proceso que ya se puede imaginar sólo es posible si somos capaces de invertir el sentido organizativo que ha definido hasta hoy la construcción de Podemos. Y es en la periferia, en los diferentes territorios, en las ciudades, en los barrios y en los municipios donde debe producirse esta transformación que nos permita vislumbrar una organización tan plural y democrática como el país que queremos construir.

El 26-J nuestro país prefirió lo malo conocido frente a lo bueno por conocer, y funcionó por tanto el miedo, pero otra clase de miedo.

No fueron los demonios y monstruos construidos por la maquinaria enemiga quien hizo huir a los nuestros y nuestras. Fue el presagio del precipicio, propio de quien contempla el devenir histórico con vértigo, lo que nos frenó.

Quizás con unas raíces hondas, porosas y permeables sí sea posible encontrar el antídoto al inmovilismo y al conservadurismo, al tiempo que construimos una imagen de país que encaje con los anhelos y esperanzas de una mayoría social que ya existe.

La Historia se aceleró en nuestro país hace ya más de cinco años, cuando se abrió por primera vez en cuatro décadas un espacio de posibilidades único.

Y ahí seguimos, recorriendo a trompicones un camino abrupto, inventando a cada paso el camino por recorrer, dejándonos el alma en cada derrota y en cada victoria. Cayendo y levantándonos.

Ahora que, quizás por primera vez, podemos contemplar el horizonte con una perspectiva clara del lugar en el que estamos, conviene sin ninguna duda pararse a pensar, detenernos un instante y recordar por qué empezó todo esto. Porque seguro que aún podemos hacerlo mucho mejor.

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