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Más y, sobre todo, mejores

Que Podemos sea ayuda u obstáculo para el desarrollo de las luchas sociales dependerá de su autocrítica.

25/07/16 · 8:00
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Los resultados del 26J dejan a Podemos el papel de oposición para la nueva legislatura. / Dani Gago

Una vez que ha concluido el largo período de citas electorales en que se sacrificaron tantas cosas por la “urgencia”, se confirma que la vía institucional es mucho más compleja y está cuajada de dificultades y contradicciones que no se preveían. Es éste un momento propicio para reflexionar sin prisa y evaluar los efectos y resultados de las experiencias instituyentes e institucionales que se abrieron tras la emergencia en 2011 de un nuevo ciclo de luchas sociales. 

Tras poco más de un año de presencia en ayuntamientos y parlamentos autonómicos, y en sólo seis meses de actividad parlamentaria, crece el hastío y la desesperanza en que el camino de la participación en las instituciones del poder pueda producir, o al menos coadyuvar, a los procesos de cambio social.  

Un hastío que explica en parte ese millón de votos que se fueron a la abstención pero que también alcanza a unos movimientos sociales que pasan por horas bajas, entre otros motivos por que muchas de sus energías y personal más activo se han volcado en las candidaturas municipalistas y en la ardua y espesa construcción de la máquina electoral de Podemos y sus coaliciones.Habrá que reconocer que la actual desilusión tiene mucho que ver precisamente con este proceso de construcción del partido: si bien sigue siendo muy popular el mantra de “programa, programa, programa”, que pone el énfasis en los contenidos de la agenda política que agregan fuerza y potencia, después del 15M cobra protagonismo la cuestión de las formas, la cuestión del continente y por eso el mejor programa político no sirve si al tiempo no va envuelto de democracia de base, de horizontalidad, de cuestionamiento real de la lógica de la delegación y la representación. Pero es que ni siquiera era el mejor programa...

¿Cómo ha ocurrido que la máquina política que hemos construido tras el 15M sea socialdemócrata en lo programático y jerarquizada y jacobina en lo organizativo, justo en las antípodas demócratas radicales y anticapitalistas del 15M? ¿Cómo es posible que se hayan reproducido, no sólo en Podemos, con tanta rapidez todos los tics y herencias de la vieja izquierda autoritaria que se decía querer superar: el culto al liderazgo, la pugna de facciones, el desprecio de la crítica, el centralismo...?

Las respuestas a estas preguntas conciernen no sólo a las gentes que siguen en Podemos, sino también a las que lo dejaron y a las que nunca creyeron en esta vía, pues hay que aprender de los errores y aciertos de un proceso que fue y es colectivo y, aunque apenas queda esperanza de que Podemos pueda volver a ilusionar como lo hizo hasta las inmediaciones de Vistalegre, sí que es relevante saber si va a ser una ayuda o un obstáculo para el desarrollo futuro de las luchas sociales, de eso que llamamos calle, una ayuda-herramienta o un adversario para construir el cambio cultural que siempre precede al cambio de hegemonía, y eso dependerá de cómo se desarrollen sus procesos internos de autocrítica y reconstrucción que se den en torno a su Congreso Extraordinario al final de este año.

La coyuntura que se nos viene encima, con un nuevo Gobierno fiel a la Troika y al IBEX35 que traerá nuevos recortes del gasto público en un contexto de desaceleración económica global, auguran una intensificación de los procesos de extracción de riqueza y explotación del trabajo vivo y la naturaleza, otra vuelta de tuerca a la proletarización de las clases medias y a la simultánea precarización del proletariado, una aceleración de la recomposición del poder de las élites que no transcurrirá sin resistencias, sin luchas e incluso estallidos sociales.En este contexto, las incongruencias de los programas económicos neokeynesianos y desarrollistas van a ser cada vez más flagrantes y evidentes, así que una de las tareas primordiales será la elaboración colectiva de un programa económico de transición postcapitalista que ponga las bases, no ya para una revolución eco-socialista “que teníamos que haber hecho ayer” (Jorge Riechmann dixit), sino simplemente para salvar (nos) lo más posible ante el colapso que viene de la mano de la conjunción de la crisis climática y ecosistémica, el declive de la extracción fósil y la superpoblación.  

Sea como sea ese programa, la redistribución de la riqueza será uno de sus ejes fundamentales, el combate de la brutal desigualdad económica no es sólo una cuestión de justicia social sino también de salvación ambiental, y por ello será uno de los campos más abonados para la lucha colectiva en los años que vienen. 

Por si hiciera falta algo más para hacer de estos tiempos una experiencia fascinante e inquietante, en los próximos meses habrá que navegar una crisis institucional europea inaudita, que podría ser el inicio de su descomposición con consecuencias que escapan a todo análisis. Un proceso que, paradójicamente, puede reverberar en la secesión de pueblos sin Estado y en el fortalecimiento de los movimientos nacionalistas e independentistas de diferente signo. En el Estado español tenemos nuestra particular historia de construcción de un Estado-nación en constante crisis que en los próximos tiempos tiene en Catalunya un reto, y otro en Euskadi aún más complejo. 
 
En estas aguas revueltas es en las que se tendrá que desplegar el trabajo político emancipador en la próxima legislatura, ese trabajo de concienciación e ilustración que no puede ser sustituido por la mercadotecnia electoral, esa labor cultural callada, pero consistente, que llevan a cabo colectivos de base y movimientos sociales.Frente a un régimen bipartidista que ha salvado los muebles pero que ni mucho menos lo tiene fácil, estaremos obligados a oponer resistencias tanto a la conculcación de derechos sociales como al expolio de bienes comunes y la destrucción de ecosistemas. Resistencias que pueden ser más fructíferas precisamente por la inestabilidad de todo orden que habitamos.  

Necesitaremos también que la mucha inteligencia política que anda dispersa por municipios grandes y pequeños de todos los rincones encuentre formas para coordinarse y aumentar su influencia social y política, de modo que se vaya construyendo contrahegemonía y contrapoder de abajo a arriba. En definitiva tendremos que ser más y, sobre todo, mejores si es que aspiramos a salir de la eterna derrota sin final.

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