Quizá haya que recordar que si los movimientos sociales decidieron dar el salto a lo institucional fue, precisamente, porque la construcción de un contrapoder ajeno y enfrentado a las instituciones había llegado a una vía muerta.
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A un año del éxito electoral de las candidaturas municipalistas, el panorama de las ciudades del cambio no responde ni de lejos a las expectativas iniciales. No sé exactamente qué diablos esperábamos de los procesos de asalto institucional, pero sea lo que fuere, no se ha cumplido y no parece que vaya a cumplirse ni a corto ni a medio plazo.
A partir de esta constatación las valoraciones se bifurcan entre quienes defienden el esforzado trabajo de los compañeros que han accedido a las instituciones, pretendiendo que nos conformemos con un cambio de ritmo lento. Y quienes, de una forma u otra, toman una posición crítica ante los resultados del asalto institucional, poniendo de relieve sus límites y convocando a construir contrapoder. En el límite, esta bifurcación tiende a dibujar dos posiciones enfrentadas, la de quien se sitúa del lado de la institución –a pesar de sus limitaciones– y la de quien se sitúa contra la institución –como si la hipótesis del asalto hubiese sido un simple error, un atajo fallido–.
Sordas ambas la una frente a la otra, estas posiciones no hacen sino reforzarse mutuamente y funcionar como profecías autocumplidas. El rechazo ahora de la tesis del asalto institucional facilita que todo se cierre en un simple recambio de élites atrincheradas frente a la crítica, tratando de sobrevivir en sus posiciones avanzadas, pero incapaces en su soledad de forzar ningún cambio importante.
La defensa de la acción lenta de los gobiernos del cambio, justificada ya sea a partir de las supuestas inercias institucionales ya por los ataques de que están siendo objeto o, incluso, debido al necesario cumplimiento con la responsabilidad asumida, no hacen sino dar la razón a quienes han perdido la esperanza en la utilidad del asalto institucional y sueñan con otras vías de intervención que respondan, éstas sí, a la urgencia de la situación y a la oportunidad de transformación que se ha abierto durante estos últimos años.
Cara a cara, una posición frente a la otra, la posición de gobierno y la posición de la crítica, no hacen sino profundizar en nuestra impotencia. Quizá haya que recordar que si los movimientos sociales decidieron dar el salto a lo institucional fue, precisamente, porque la construcción de un contrapoder ajeno y enfrentado a las instituciones había llegado a una vía muerta.
En ese sentido, no podemos dar ni un paso atrás. Se han avanzado posiciones en la lucha y sugerir siquiera abandonarlas es una irresponsabilidad. Pero, por otro lado, también hay que recordar que el asalto institucional no se llevó a cabo para obtener gobernantes responsables, trasparentes y honrados, sino para forzar una transformación radical que, cito, devolviese las instituciones a la gente.
La moderación, la falta de iniciativa, la incapacidad para afrontar los conflictos sociales –huelgas de transporte, venta ambulante, etc.– con la valentía que requieren y, en definitiva y sobre todo, el olvido de que su misión no consistía en gobernar, sino en fortalecer el autogobierno y escalar las luchas, todo ello es, igualmente, una irresponsabilidad.
A un año del asalto institucional, con los movimientos sociales cada vez más alejados de quienes han accedido a los gobiernos de las ciudades, con los partidos políticos –Podemos e Izquierda Unida– a punto de desactivar por completo las estructuras organizativas municipalistas, asediado el proyecto de autogobierno tanto desde la derecha como desde la izquierda, no queda más salida que escapar al double bind que nos obliga a quedar encerrados o en la crítica o en la defensa de lo institucional, en esas dos formas de una misma impotencia.
Frente al doble constreñimiento es necesario generar un lugar de enunciación diferente, que, sin dar un paso atrás, sin renunciar a las posiciones adquiridas, las haga salir de su estancamiento y las recupere para la lucha social. Este lugar no puede, obviamente, surgir con independencia de las condiciones materiales que lo han de sostener, sin un sujeto político metropolitano autónomo respecto de los partidos políticos constituidos, y, en conclusión, sin antes realizar la hipótesis del partido-movimiento que nunca hemos llegado a plantearnos construir con seriedad.
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