Política
Qué es eso de los partidos movimiento

Organizaciones políticas que intentan huir de la institucionalización.

, Diagonal
03/05/16 · 8:00
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Una imagen de la Asamblea Ciudadana Sí Se Puede de Podemos, celebrada en Vistalegre en octubre de 2014. / Dani Gago / DISO Press

En la sucesión periódica de autorreferencias y símiles históricos que sostiene al comentario político, la comparación de la llegada de Pablo Echenique a la Secretaría de Orga­nización de Podemos ha sido definida como un ‘momento glásnost’ en el partido morado. La alusión a los intentos de apertura política con los que Mijail Gorbachov trató de salvar la continuidad de la Unión Soviética se sustenta en las intenciones expresadas por los dos Pablos, Iglesias y Echenique, de fomentar la descentralización del partido y de dar más peso a los círculos, la estructura organizativa que conecta al partido con sus bases militantes. En resumen: democratizar Podemos.

Días después del nombramiento de Echenique, el partido lograba implicar a 150.000 personas para la votación sobre la postura podemista en el momento de los pactos de gobierno. La participación superaba en 30.000 personas a las votaciones de Vistalegre, el congreso fundacional del partido.

La consulta vinculante desterró la idea de un aval morado al acuerdo entre PSOE y Ciudadanos y reabrió el debate sobre si Podemos, con el desgaste de dos años de existencia, podía combinar ambición institucional y pulso activista, capacidad táctica y democracia interna. Ser, quizá, un partido-movimiento como otros predecesores con marchamo radical: el primer Partido Verde, algunos partidos del llamado ‘68 largo italiano’ o el Partido Pantera Negra de EE UU. Una figura no del todo exótica en territorio español pero que sigue requiriendo de una explicación.

Para la politóloga vasca Jule Goi­koetxea, partido-movimiento sería aquel que aglutina a personas “que normalmente en vez de expresar sus demandas como haría un partido político, lo que hacen es por vías disruptivas y extrainstitucionales poner esas demandas encima de la mesa”. Grupos antinucleares, feministas o ecologistas, por citar los ejemplos que Goikoetxea menciona a Diagonal, que con tanta frecuencia se golpean contra el muro del bloqueo político y plantean llevar esas demandas directamente a las instituciones. O, como escribía en La apuesta municipalista el hoy concejal del Ayuntamiento de Madrid Pablo Carmona, crear “un cuerpo con dos piernas, una estática que descansa en las instituciones (el partido) y otra libre, fuera de las mismas (los movimientos)”.

La noción ha sido estudiada sistemáticamente por la politología en fecha reciente, a partir de los trabajos de Herbert Kitchelt, pero la tensión entre las formas institucionales y la movilización está ya en la época de madurez de los movimientos revolucionarios contemporáneos y particularmente en Lenin: en todos los textos clásicos del “Maquiavelo bol­che­vique”, el partido del proletariado y la acción institucional se defienden frente a enfoques más ‘puros’ o sindicales. Para el dirigente soviético, la lucha política era “mucho más amplia y compleja que la lucha de los obreros contra la patronal y el Gobierno”.

Pero la idea de que en lo político existe algo específico e irreductible a lo social, la idea de una autonomía de lo político, ha sido más bien una constante en la teoría política moderna y “no sólo en las tradiciones jacobinas, liberales, estalinistas o fascistas a lo Carl Schmitt ”, según recuerda Raúl Sánchez Cedillo en su artículo “A cómo está el cambio”. Llega, sin ir más lejos, a las posturas más institucionalistas de un Íñigo Errejón en Podemos, quien toma su concepción de autonomía de lo político de la politóloga belga Chantal Mouffe.

Brais Fernández, miembro de An­ticapitalistas y editor de la revista Viento Sur, considera en su artículo “La tarea pendiente del partido movimiento y la ruptura institucional” que “Lenin es el primero en teorizar de forma consciente esa tensión entre ‘partido’ y ‘movimiento’, si bien precisa que éste nunca alcanzó “una fusión entre la herramienta y el sujeto”. Para Fernández, en respuesta a Diagonal, la construcción de un partido-movimiento hoy se ve dificultada por la inexistencia de “una contestación anticapitalista de masas en todo el planeta” y la ausencia de las instituciones obreras que hace apenas cuatro décadas permitían “espacios de socialización diferentes y paralelos a los ofertados por la clase dominante”. Este activista define la tarea de construir esas relaciones “como un proyecto de carácter histórico a contracorriente de los ritmos de la política posmoderna”.

La conquista del tiempo

Ritmos, cesuras, ventanas de oportunidad que se abren y se cierran. Todo esto, que está muy presente en la concepción leninista de la política que inspiró al grupo promotor de Pode­mos, es una de las justificaciones para la autonomía de lo político. Pero no siempre son los movimientos los que van a rebufo de la política seria. En su descripción de los años 70 italianos –Un comunismo más fuerte que la metrópoli–, el investigador Marcello Tari definía el ritmo de ocupaciones –de vivienda y de centros de producción–, sabotajes y huelgas de alquiler como un determinante de lo que hacía la constelación de pequeños partidos de extrema izquierda que pretendía dirigir el movimiento. En 1973, los tres días de ocupación de la planta de Fiat en Mirafiori (Turín), por entonces el mayor centro de automoción de Europa, reflejaron un desafío obrero cuyos contenidos –incluido el rechazo al trabajo– iban a desparramarse por las principales ciudades italianas para transformarse en una auténtica crisis política.

Tari es especialmente indulgente con Potere Operaio, el grupo que trató de alcanzar una función de partido dentro del movimiento. El autor describe así está complicada función: “La idea de partido era muy diferente de la tradicionalmente leninista: más que para tomar el poder, la centralización que reclamaba la palabra partido era un medio para garantizar la expansión de los movimientos y su capacidad frente al contraataque patronal y estatal. El partido era por tanto un hecho táctico para el movimiento, que era y permanecía siendo el hecho estratégico”.

La idea autónoma sobre la primacía estratégica del movimiento iba a desarrollarse a espaldas del compromiso histórico alcanzado por el PCI con la Democracia Cristiana. Para Brais Fernández, el PCI simplemente dejó pasar la oportunidad de construir, sobre este polvorín, una refundación de Italia a partir de las ansias antifascistas de liberación que ya habían sido expresadas en 1945. Una interpretación quizás generosa con el sentido común del partido de To­gliatti y su propia autonomía de lo político: el cuestionamiento de la figura del obrero, por parte de los mismos protagonistas de las luchas salvajes en las fábricas, les dejaría descolocados. No serían los únicos: Potere Operaio se disolvía poco después de la ocupación de Mirafiori.

Junto con los partidos verdes, esta generación de partidos obreros entran dentro de la concepción sesentayochista de partido-movimiento. Para Jule Goikoetxea, la otra familia estaría relacionada con los movimientos de liberación nacional que también tuvieron su lugar en Europa occidental. “En el Movi­miento de Liberación Nacional Vasco (MLNV) no llega a haber un solo partido que controle, sino que se trataba de que el partido y todos los movimientos tuviesen una relación orgánica”, señala. La idea de una organización o movimiento-paraguas que instituyera una relación orgánica entre el partido, el sindicato, los jóvenes o los ecologistas no llegó a funcionar, explica, por el papel de ETA, “que nunca llega a estar relacionada orgánicamente con este brazo político”.

La idea de organicidad sobrevive sin embargo en la izquierda abertzale (IA) actual, y es quizá la única excepción estatal junto con las CUP cata­lanas. Este mes, unas 9.000 per­so­nas han participado en el llamado proceso Abian, que entre otras cosas ha decidido mantener la autonomía entre las tres organizaciones de la IA: Sortu, el sindicato LAB y los jóvenes de Er­nai. Goikoetxea señala, no obstante, que esta relación orgánica no es condición necesaria para tener capacidad de influencia: “Desde que el movimiento feminista vasco se convierte en autónomo hace unos 12 años, ahora tiene un poder de presión bastante grande en el propio partido”, opina.

Las concepciones sesentayochistas, opuestas a la burocratización de los partidos y las grandes organizaciones sindicales, han tenido un peso contradictorio para el sector de activistas ligados al 15M que participaron, por ejemplo, en las confluencias municipalistas. Así opina Nuria Ala­bao, simpatizante de Podem, para quien esta generación –en la que se incluye– ha tratado de “calcar nuestras experiencias movimentistas a una organización que tiene otra función, otras necesidades, y eso no siempre ha funcionado”.

Sabotaje dentro y fuera de la fábrica

La alta conflictividad obrera y social de la Italia de los 70 justificó la expresión del ‘largo 68 italiano’. La influencia de las luchas propició un debate dentro de los grupos autónomos y de izquierda sobre el grado de “función de partido” necesario para dar fuelle estratégico al movimiento. En esta concepción, el papel de la violencia política y de la lucha armada también estaba sobre la mesa. Tras la victoria capitalista, la reestructuración de las fábricas y la oleada de represión con la excusa del terrorismo, todo el sistema político italiano quedaría trastocado.

La deriva institucional de los Verdes

Nacidos de los movimientos sociales alemanes de los 70, como el antinuclear y del feminista, los Verdes representaron un claro ejemplo de partido-movimiento: muy controlado por las bases, con normas claras de rotatividad en las funciones ejecutivas y límites a la profesionalización de sus cuadros, su éxito fuera del nivel local –pasó del 1,5% al 8,9% entre 1980 y 1987– marcó un cambio de escala que el partido no supo resolver. Los distintos enfoques cristalizaron en las tendencias contrarias de los ‘realos’ (realistas) y los ‘fundis’ (fundadores).

Partido Pantera Negra para la autodefensa

El Black Panther Party fue un hijo contradictorio, en EE UU, de las luchas anticoloniales internacionales y la tradición comunitarista norteamericana de los organizadores de barrio. Concebido como autodefensa de la población negra del gueto frente a los abusos policiales y la exclusión social, pronto dio el salto a la arena política, si bien en el nivel local o integrando a candidatos en plataformas estatales más amplias. El acoso por parte del FBI incluyó auténticos programas de sabotaje interno y el asesinato de varios dirigentes, acciones de las que el partido no se recobraría.

Más fácil si el objetivo es sectorial

Un objetivo individualizado puede facilitar las cosas para un movimiento social que decida hacerse partido. El ejemplo más claro serían los movimientos de liberación nacional, si bien aquellos que también tienen un objetivo de transformación social suelen tener el problema añadido de la competencia de otras fuerzas políticas con parecido discurso. Los movimientos sectoriales, como los antiespecistas, enfocan la labor de propaganda y agitación en contextos electorales como una manera de visibilizar sus demandas y de situarlos como interlocutor político.

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