Frente a la Europa como campo de batalla, durante las jornadas del Plan B en Madrid el economista Cédric Durand dibujó una Europa-cárcel frente a la que sólo queda escapar o hacer un motín.
¿Quién
encierra una sonrisa?
¿Quién
amuralla una voz?'Antes del odio', de Miguel Hernández
La austeridad que recomendaba Séneca a Lucilio –pobre es el que mucho necesita– se ha prostituido en Europa volviéndose sinónimo de criminalidad, pobreza, pérdida de empleos, derechos y libertades en las instituciones europeas democráticas que viven de sus propias contradicciones, vulnerando sus principios fundadores desde Maastricht a Lisboa.
En este espacio hipócrita de la eurozona se nos habla del Plan A, en el que se debe salir de la crisis a cualquier sacrificando la democracia a favor de una tecnocracia que tiende a legitimarse por la autoridad de unas instituciones (i)legales, y de un Plan B, de una Europa como un cambo de batalla definida en términos de guerra (bastante preocupantes) entre los que quieren recortar derechos y los que quieren conquistarlos, entre los que abogan por recuperar la soberanía de las naciones y los pueblos y los que quieran refundar un macroestado autoritario que reprima las expresiones populares, entre los que abogan por una moneda europea única a cualquier precio y los que reclaman una vuelta a la soberanía económica, entre los que quieren acoger a los refugiados y los que quieren construir una Europa antidemocrática infiel a todos sus principios.
A pesar de la espectacularidad que ha provocado Yanis Varoufakis (exministro de Finanzas griego) con su formato de mitin épico y triunfalista que, junto con el de Miguel Urbán, invita a un optimismo a nuestro juicio inmotivado, el gran orador de este encuentro ha sido Cédric Durand, profesor de Economía en L’École d’Hautes Études de París que ha comenzado eliminando la terminología bélica en favor de la carcelaria.
Debemos recordar que nos encontramos en medio de un conflicto secular que arroja un desgarrador balance para las clases sometidas. Sin despreciar las pequeñas conquistas, creemos prudente insistir: la esperanza también es un engaño que nos hace caer en un tiempo siempre por venir pero nunca presente, en una esperanzas religiosas ajenas a la praxis política actual. Cédric Durand no alimenta esperanzas falsas pero sí las alternativas reales desde el punto de vista social y económico. Europa, ha dicho el economista francés, no es un campo de batalla sino una cárcel, y de la cárcel sólo se puede huir o realizar un motín.
En Madrid tenemos el movimiento popular más fuerte de toda Europa basado en la conciencia de una justicia social y económica que detesta con todo el corazón el racismo y la xenofobia. Pero con eso no basta para cambiar las cosas. ¿Cuál es la prioridad de un gobierno de izquierdas que llega a una Europa destruida, hipócrita, dominada por el capital?
Ya lo hemos dicho: seguir el Plan A, que son las reglas del Eurogrupo o el Plan B, utilizar todas las posibilidades de la nación para acabar con la austeridad. Esa opción es la más realista, no se trata de una realización sistémica ni de la vuelta del comunismo (no hay que tener miedo, pues nos encontramos en otro escenario político), pero sí de una resistencia a las políticas injustas. No hay que escoger entre el internacionalismo y el nacionalismo: hay que ser pragmático, continúa diciendo el economista. Hay que decidir el camino más efectivo ya que los procesos de redefinición del espacio político son asimétricos.
Desde el principio, Europa se construyó seduciendo a los poderes económicos contra el interés general de las clases populares y así desde el Tratado de Roma de 1957 comenzó llamándose Comunidad Económica Europea, algo en apariencia inocente pero que es la base de esta macronación de reciente invención. Debemos llegar a paralizar un cesarismo burocrático que se ha enquistado en el complejo institucional europeo. Los tratados eliminan todo debate a favor de la paz económica, dejando a la solidaridad supeditada a la trampa de la deuda. Las clases populares no tienen herramientas para luchar a nivel europeo (incluso tampoco a nivel nacional pues son siempre disipadas, reprimidas, insivibles). La escena política es, en ese sentido, muy débil ya que la Unión Económica Europea como máquina constitucional está más con el capital que con la solidaridad, impidiendo sistemáticamente que se conforme una unión de fuerzas populares o cualquier alternativa económica que ponga en duda la viabilidad de la economía de la deuda.
Como ha dicho Cédric Durand, la Unión Europea no es un campo de batalla sino una cárcel: hay que escaparse u organizar un motín. El pueblo europeo tiene que volver a refundar Europa mediante un acto heroico ya que el poder del pueblo no está en los discursos ni encuentros de la izquierda, está en lo performativo. Los ritmos sociales deben sincronizarse y hacer algo con esa canalización de fuerzas del cambio.
La opción del motín no es realista pese a la poética de su realización, dice Cédric Durand. Si la Unión Europea no es un campo de batalla y el motín es poco probable, nos caben dos opciones: o aceptar una derrota como la de Grecia o prepararnos para empezar el cambio desde lo más profundo. Sí hay alternativas, pero no son fáciles y se requiere de una valentía y fortaleza hasta ahora desconocidas, pues se encuentran, no dentro del sistema actual, sino fuera de la cárcel del euro: salir de la democracia establecida por la economía en Europa pero no a cualquier precio, sino desde una asamblea constitucional ajena al Eurogrupo, que sigue políticas de colonización con los países del sur como Portugal, España y Grecia.
Las iniciativas y las propuestas planteadas hasta ahora pretenden recuperar la identidad ideológica de Schuman y Monnet, no desde la industria, como hicieron ellos, sino desde la democratización de las actuales instituciones; para ello creen necesario despertar la conciencia de clase para poder articular una respuesta sindical efectiva, una revolución cultural que redefina las posibilidades políticas y la recuperación de la soberanía monetaria de las naciones. Entonces, se hace urgente la creación de una coalición de izquierdas a nivel europeo que responda de manera efectiva y con garantías a las demandas populares que desde los estratos más humillados por la crisis se vienen realizando, ese es el gran Plan B que no viene dado por el marketing mediático de predicadores de la revolución sino más bien de la conciencia de un alma común.
No vemos obligados a terminar con algunas reflexiones de Steinberg y John Ford en Las uvas de la ira, cuando el hijo le confiesa a la madre –que teme no volver a verlo más- tras el desahucio y su posterior migración, que quiera hacerse un paria y luchar a favor de algo que es posible y deseable y que no consiste en otra cosa que el amor a sí mismo y al otro como esencia del ejercicio del derecho y, por tanto, como base de las instituciones europeas: “He estado pensando en nuestra gente, en la gente que vive como cerdos y en la tierra rica que yace abandonada, o en esos fulanos que tienen un millón de acres mientras cien mil agricultores se mueren de hambre. Y he imaginado si nos uniésemos y nos pusiéramos todos a gritar (…). No hay un alma para cada uno de nosotros. Sólo un alma común de la que tenemos un pedacito cada uno (…). Y entonces ya no importa, yo estaré vagando en la oscuridad. Yo estaré en todas partes, donde quiera que mires. Donde haya una posibilidad de que los hambrientos coman, allí estaré. Donde haya un hombre que sufra, allí estaré. Estaré en los gritos de los hombres a los que vuelven locos y en las risas de los niños que saben que la cena está lista. Y cuando los nuestros coman lo que han cultivado y vivan en las casas que han construido, allí estaré yo”.
Sin embargo, el mensaje final es el de la madre, desahuciada, humillada, que ha perdido a su madre y su padre por el camino hacia la tierra prometida donde hay trabajo y resulta no haberlo (cómo no recordar en este momento a los jóvenes como nosotros emigrados a Reino Unido y Alemania), una nómada sin un lugar ni un pedazo de tierra en el que vivir que nos invita –sin tener nada material– a vida ajena al miedo, miedo inculcado por la espectacularidad política que nos paraliza desde el noticiario de declaración de políticas liberales. La madre nos invita además a pensar en la gente, esa gente que es, al fin y al cabo, el motor de la Historia y la Economía sin los que los tratados, los pactos y las políticas no tendrían sentido (¿Por dónde empezarían? ¿cómo serían aplicados? ¿sobre quién o quiénes? ¿de qué servirían? ¿cómo podrían cobrar sentido sin nosotros?).
Lo que sucede es que el Plan A –las políticas tecnócratas que olvidan a las masas populares– no tienen conciencia ni de la gente ni del poder de la gente. El Plan B es la toma de conciencia de este poder sincronizado a nivel europeo que invierte el concepto de mayoría (una minoría económica y tecnócrata ha decidido por todos nosotros en una política representativa absurda y se han convertido en mayoría gracias a al eslogan repetido de que el poder de las masas populares y la insumisión no sirven de nada frente a la fuerza de la economía mundial y el FMI). La madre, que, como muchos, no tiene nada y, por tanto, nada que perder, nos invita a una nueva forma de pensar erradicando la política del miedo: “No volveré a tener miedo jamás en la vida. Estamos vivos y seguimos caminando, porque somos la gente.” Y la gente ('demos' en griego) está –o debería estar– en una Europa que se llama democrática por encima de cualquier política económica y monetaria.
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