Que pacten otros

La cultura del pacto nunca llegó a este lado del sur de Europa, donde el terror a la ingobernabilidad es una muestra de la falta de cultura parlamentaria.

, periodista
24/12/15 · 8:00
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La cúpula de Ciudadanos, durante la celebración de los resultados de las elecciones del 20 de diciembre.

Vistos los resultados del 20D, la sensación es que no son un problema. Es decir, no son un problema en cualquier otro lugar en el mundo. El Régimen del 78 es la meditación sobre diversos miedos. Cualquier cultura política parte de accesos propios al miedo. Verbigracia: la Alemania posterior a los años 20 del siglo anterior viene modulada por el miedo a la inflación. Tiene narices, por cierto, que Alemania tenga terror a la inflación y no a otros terrores mayúsculos elaborados en su laboratorio. Aquí abajo pasa un poco lo mismo. El gran miedo es a la ingobernabilidad. Se diferencia del miedo alemán a la inflación en que nunca jamás se ha producido.

El palabro nace con la Restauración, que en el siglo XIX envió al traste la primera experiencia democrática española. Ingobernabilidad es, pues, como el inmovilismo –la Restauración es eso: 50 años frenando las dinámicas de una sociedad– denomina a la poca efectividad de un poder que rechaza las ventajas ejecutivas del mamporrazo y la verticalidad. El Franquismo –cada vez estoy más convencido que el Franquismo, pese a su brutalidad específica, culturalmente debe mucho a la Restauración; no inventa muchos mitos que la Restauración no haya experimentado– lleva el mito de ingobernabilidad al extremo. La ingobernabilidad es, así, cualquier momento político posterior a los Reyes Católicos. Son los Austrias, que eran unos moñas. Es el siglo XVIII, afrancesado y bujarra, y el antiespañol siglo XIX –ambos siglos son suprimidos: no existen ni siquiera hoy; el siglo XIX español fue, por cierto, la pera–. Y es, fundamentalmente, los dos momentos democráticos únicos por aquí abajo. La I República y la 2.0. Dos momentos en los que, incluso, se tuvo que intervenir para paliar los efectos antinaturales de la ingobernabilidad, esa cosa que definitivamente quedaba definida para el futuro. Ingobernabilidad es un parlamento con chorrocientosmil partidos. Es decir, un parlamento.

Hasta 1975, ingobernabilidad fue, literalmente, por tanto, parlamentarismo. Con todas las letras. En el ínterin 1977-2015 es un parlamento sin mayorías. Lo que, en un sistema sin cultura parlamentaria –éste lo es; lo sigue siendo– es un Gobierno que puede ser chuleado en el parlamento/que debe de negociar non-stop. El terror a la ingobernabilidad es tan llamativo que contra él hay una Ley Electoral y toda una cultura –se puede hablar de una industria político-periodística– encaminadas a penalizar puntos de vista no acotables en dos partidos –o, snif, incluso en uno–.

Los resultados del 20D, en ese sentido, no son nada del otro jueves. En otra cultura, se solucionarían con un gobierno de minoría, u otro de coalición. En Dinamarca, lo presidiría el partido más fuerte, o, en Italia, el partido más débil. Aquí todo será más complicado. En el Parlamento no hay sólo varios partidos. Lo novedoso, lo radicalmente novedoso, es que puede haber varias culturas. Una emergente –se ha formulado a sí misma a través de la ruptura, vertebrada en cinco puntos: ampliación de la democracia, ampliación de los derechos fundamentales, ampliación de los mecanismos anticorrupción, refundación de la justicia y plurinacionalidad tras derecho a decidir– y otra que se presenta a sí misma como garantía contra la ingobernabilidad y que, a pesar de lo dicho –leyes, cultura y medios que la potencian–, ha sufrido un duro golpe.

Es difícil, por tanto, un pacto. Entre culturas democráticas y culturas con una idea de democracia muy devaluada –devaluada, incluso, a través del concepto ‘ingobernabilidad’– es, incluso, difícil que el Régimen pacte consigo mismo. Un pacto que intente eludir la ruptura emergente sería un suicidio para partidos que quieran tener un futuro inmediato. Quizás se trata de esperar a que el campo de la ruptura se amplíe. Lo hará. La otra opción son fórmulas que aboguen por la ingobernabilidad, ese cacharro del siglo XIX, y reediten fórmulas antidemocrátivas y de austeridad donde ya no caben. Quizás, a la espera de un segundo acto –no tardará– se trata tan sólo de esperar. Que pacten ellos.

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