Una investigación personal que indaga en la posibilidad de otras formas de vida y amor alejadas de las normas del patriarcado.
Tal vez este texto, muy a mi pesar, haya nacido de una experiencia muy dolorosa para mí. No quisiera entrar en muchos detalles, ni revolver el pasado.
Cómo decirlo, mi familia nunca ha sido, ni de lejos, una familia común. Sufrí violencia y abusos por parte de mi padre y, aunque no puedo indicar claramente el momento en el que me dio la primera bofetada, puedo decir, sin miedo a equivocarme, que mi infancia fue feliz.
Tal vez los problemas se agravaron cuando yo entraba en la adolescencia, ese momento en el que empiezas a tener tus propias ideas, ansías la libertad y desbordas rebeldía. Nunca me he considerado una persona conformista, siempre he luchado por eso que he creído que valía la pena. Esto fue, para mi desgracia, un motivo de encuentro -o desencuentro- con mi padre.
Siempre he considerado la familia de mi padre muy arraigada a la tradición y el savoir faire. Por decirlo de otro modo, lo que por un lado parecía ser tan bonito, resultó estar podrido por dentro.
Por extensión, mi padre heredó esos valores. No tenía capacidad para asumir los fracasos e imponía su opinión a base de fuerza. En sus esquemas no entraba el diálogo, tan sólo la imposición.Como buena adolescente, me tocaba cuestionar todo aquello que se me plantaba delante. Por supuesto, esto nunca entró en los esquemas de mi padre. Solo había una verdad, la suya. Quien se opusiera a eso, debía estar dispuesto a recibir el correspondiente castigo. A veces una bofetada, a veces dos, a veces tres.
A pesar de que el patriarcado quiere hacernos creer que sólo hay una manera de vivir y amar, necesitaba encontrar otras formas
En todo el esplendor de mi rebeldía, nunca quise asumir que debiera permanecer quieta a sus golpes. Le devolvía todos y cada uno de ellos, hasta que no podía más, hasta caer al suelo. Mi madre jugó un papel clave en esta historia. Porque donde yo recibía una bofetada, ella recibía dos por interceder entre mi padre y yo. Para ella habría sido mucho más fácil mirar hacia otro lado. Pero debido a que ya estaba recibiendo su ración de golpes e insultos por su parte, qué más daban unos más, ¿no?
A pesar de que mi madre no haya cumplido mis estándares, especialmente después de lo que el divorcio con mi padre significó para ella, siempre ha procurado mi bienestar. Llegué a temer por mi vida y por la de ella. Me daba pánico llegar a casa. Ya no por encontrarlo a él, sino por encontrar el cuerpo ya sin vida de alguien de mi familia.
Denuncié a mi padre un lunes de abril de hace ocho años. Fue en ese momento cuando todo se volvió real. A pesar de que el caso quedó archivado por "falta de pruebas", en el momento en el que yo fui a la policía fue cuando asumí que eso era real. Era real que mi padre no sabía amarme y era real que el amor a base de golpes no es amor.
Este paternalismo de "lo hago por tu bien, tu no sabes lo que quieres en realidad" no entró nunca en mis esquemas. A partir de allí, entré en una batalla conmigo misma. Todo eso que me habían enseñado ya no me servía.
¿Existía el amor en realidad? Si mi propio padre me había tratado de ese modo, y eso no era amor para mí, ¿sería capaz de encontrar a alguien que cuadrara con mis esquemas?
Todos los referentes que tenía por ese entonces de lo que era mantener una relación de pareja venían de parte de mis padres. Por otro lado, me topé con un montón de prejuicios y preconcepciones sobre lo que representaba ser maltratada. Porque claro, si has vivido violencia en tu casa, ejercerás esa misma violencia con tus hijos, ¿no?
Por lo menos es lo que oía decir a la gente que, sin ser conocedora de mi situación, se creían con derecho a opinar sobre todo. Y yo, con los esquemas de mi vida por reconstruir, me lo creí.
Me lo creí hasta que que decidí luchar contra eso. En ese momento, me resultaba difícil imaginar viviendo en un futuro con una pareja.
Me resultaba difícil imaginar que pudiera tener hijos con esa hipotética pareja. No entraba dentro de mis esquemas que mi hipotética pareja pudiera cambiar los pañales de mi hipotético bebé. ¿Llegaría a confiar suficiente en él para dejar que tocara el sexo de mi bebé?
Con todas esas dudas, lo único que me había quedado claro era que estaba harta del patriarcado. Es allí donde empezó a gestarse en mi interior todo esta búsqueda e investigación a la que llamo vida.
Necesitaba encontrar mediaciones, otras maneras de ver el mundo que fueran válidas para mí. Maneras de vivir y amar que no me hicieran daño. Maneras de educar que no fueran en contra de todo eso por lo que había luchado. A pesar de que el patriarcado quiere hacernos creer que sólo hay una manera de vivir y amar, necesitaba encontrar otras formas. A pesar de que aún me quedan muchos pasos por dar, cada día estoy más cerca.
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