Tener las rodillas llenas de cicatrices me hizo preguntarme si mis padres habían fallado en eso de "criar a una niña" o, por el contrario, lo habían hecho escandalosamente bien.
"Tener hijas es un coñazo. De pequeñas hay que estar pendientes de que no se caigan, y de mayores, de que no se las follen", aseguró categórica una voz varonil.
No recuerdo hace cuántos años que escuché esta frase, pero el tener las rodillas llenas de cicatrices me hizo preguntarme si mis padres habían fallado en eso de "criar a una niña" o, por el contrario, lo habían hecho escandalosamente bien. Porque todavía a día de hoy, una mujer fuera de las garras del estereotipo de género resulta un ser escandaloso.
"Las cosas pequeñas. Las monadas. Femeninas. Pero beber: viril. Tener amigos: viril. Hacer el payaso: viril. Ganar mucha pasta: viril. […] Querer follar con mucha gente: viril", señala la escritora Virginie Despentes, una de las pocas que sí ha conseguido escapar de la telaraña machista, en su obra Teoría King Kong. En otras palabras: llegar a ser sin miedos, sin complejos; sin encasillarnos nosotras mismas en eso que algún día llamaron "feminidad".
Porque la feminidad mata. Apuñaladas, asfixiadas, molidas a golpes, convertidas en fugaces hogueras. Otilia, Leire, Chari, Beatriz, María, Francisca… son algunas de las 38 mujeres, según datos oficiales, asesinadas por sus parejas o ex parejas en lo que llevamos de año. Su final injusto, y sobre todo, su vacío se suman a los dejados por las más de 900 mujeres muertas en nuestro país desde el año 2001.Centenas de vidas arrancadas de cuajo por quienes se creyeron con el derecho de imponer su sexo.
Para algunos, ser femenina es llevar zapatos y bolso combinados, no sentarse con las piernas abiertas, hablar lo justo y necesario, sonreír siempre. Aguantar. Para otros es sinónimo de poner coladas y planchar la ropa de toda la familia, de arrodillarse para limpiar los baños, de no levantar la voz al marido. De aguantar. La mujer ha vivido sometida durante siglos, tanto en la esfera privada como en la pública, dentro de unos cánones de género que se ensanchan a costa de su sangre y de su vida.
Hoy tengo un mensaje para todos los hombres. Les digo que ya no tienen que preocuparse de si nos caemos o tropezamos; de cómo nos vestimos o de qué forma hablamos; que no les tiene que quitar el sueño con quién sí y con quién no nos acostamos por voluntad propia.
En definitiva, les pido con la mayor de las cortesías posibles que dejen de creerse nuestra media naranja si no están dispuestos a darnos un trato igualitario y afectuoso; si todavía se consideran con la autoridad para exprimirnos.
Y no sólo lo digo yo; este 7 de noviembre lo gritaremos todas juntas desde el corazón de España para que lo escuche todo el planeta: ni una mujer menos.
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