¿Y después de las generales?

A nadie se le escapa que las elecciones se perderán. Fracasan las hipótesis electorales que hemos discutido hasta la saciedad en este último año y medio. Domina la angustia, la confusión y el vértigo ante la constatación de que el ciclo electoral está muerto aún antes de terminar.

, Miembro de la Fundación de los Comunes.
27/10/15 · 12:13
Rueda de prensa de Pablo Iglesias en la sede de Podemos en septiembre de 2015. / Álvaro Minguito

Resentimiento, decepción, desencanto e intentos, cada vez más tibios, de “reilusionarse” con las posibilidades del ciclo electoral. Las tonalidades afectivas de la “revolución democrática” se han ido degradando desde su punto álgido el pasado 24 de mayo. La ilusión democrática y el llamado “poder del voto” se ha decantado definitivamente como lo que es: “ilusión”. En el activismo domina la “bajona”, término –no por casualidad– prestado de la jerga noctámbula, referido a ese estado de tristeza y embobamiento que sigue a las largas jornadas de euforia química.

El problema es sencillo. A nadie se le escapa que las elecciones se perderán. Fracasan las hipótesis electorales que hemos discutido hasta la saciedad en este último año y medio. Domina la angustia, la confusión y el vértigo ante la constatación de que el ciclo electoral está muerto aún antes de terminar. Se cerró con el proceso más rápido de institucionalización y burocratización de un movimiento democrático que haya conocido la historia reciente de Europa. Apenas queda por saber si Podemos quedará detrás o delante de Ciudadanos, y si la IU recompuesta tendrá o no presencia electoral.

Pero si todo lo que concierne a estas elecciones carece ya de interés, al menos en las claves radicalmente democráticas que abrió el 15M, conviene al menos intuir cual es el horizonte postelectoral. Valga decir que en política sólo cura lo que orienta. Y que esa cura requiere del arte de las videntes. Quizás no haya ciclo electoral, pero sí ciclo político. La cuestión es que si queremos apertura política tenemos que definir aquello que depende únicamente de nosotros y de nadie más. Cinco retos. Muy esquemáticamente:

Primero. La insistencia en la radicalidad democrática como motor y horizonte estratégico. Pasadas las elecciones se abrirá, con seguridad, una batalla por el relato del ciclo. Las claves de la discusión son previsibles, y tanto o más impotentes en la medida en que se muevan dentro del discurso que ha sido dominante hasta hoy. A saber: las elecciones se han perdido por la falta de un liderazgo adecuado (desgaste de Pablo Iglesias), errores de campaña, incapacidad para ocupar la centralidad del tablero (esto es, las clases medias tendentes a agruparse en torno al voto de Ciudadanos). En la discusión sobre la interpretación se juega sencillamente la posibilidad o no de poder ampliar el ciclo político en un horizonte más o menos inmediato.
El papel de la crítica resulta crucial. Siempre mejor la crueldad analítica que la autocomplacencia con las posiciones propias. La crítica tendrá, no obstante, que enfrentarse a la doble impotencia característica de este último año y medio. Primero: la inmadurez del movimiento democrático para construir espacios políticos y elaboraciones estratégicas sofisticadas frente al problema del “poder”, abierto en canal en este tiempo. Segundo: la inercia (resuelta en buena medida en la hipótesis Podemos) a volver sobre la izquierda como tradición y en la forma partido como presunto instrumento de eficacia. La síntesis municipalista apenas se sostiene en este terreno y, salvo algunos casos muy virtuosos, tiende a decantarse hacia lo segundo, antes que a la superación de lo primero.

 O se mantiene la iniciativa política o se está condenado a someterse a la inercia institucional y a la contraofensiva restauradora

El periodo que seguirá a las elecciones debiera ser, así, menos la “noche de los cuchillos largos”, que el de una discusión abierta y libre. Pero libertad de discusión quiere decir también dejar de lado las autocensuras características de los espacios de movimiento y la “cultural colegial” tan propia del mismo: el amiguismo, el who's who, el no dañar las posiciones consideradas cercanas. En definitiva, se trata de generar el máximo de inteligencia autónoma, de encajar la violencia que entrañan los argumentos fuertes, al tiempo que se desiste de toda recomposición tapando la ruina y los escombros que se han producido en esta fase. Y se trata de hacerlo con generosidad. O conseguimos elevar el nivel de la discusión política en estos meses o sencillamente “vamos dados”.

Segundo. El municipalismo como único lugar en que se ha logrado una síntesis precaria entre las posibilidades del movimiento democrático y cierta tensión productiva entre contrapoder y “entrada” en las instituciones. Una afirmación que, sin embargo, debemos considerar en las antípodas de la complacencia con la “apuesta municipalista” considerada en términos nominales, o con la presunción de que la garantía de pureza política está en el “material humano” (los rostros, el “de donde venimos”) de la nueva política. La síntesis municipalista seguirá siendo precaria en tanto la inercia institucional y gobernista tienda a imponerse. No es un problema de buena voluntad de los equipos municipales como de dos cuestiones principales.

La primera y más obvia es la carencia de un proyecto político digno de tal nombre. El municipalismo está todavía por experimentar su propia decantación. Su acepción común no pasa de tomar “posición” en los municipios, ser “gente honrada” y tener una vaga aspiración de movimiento. Demasiado confuso. En tanto táctica del movimiento democrático debería aspirar a una cambio institucional profundo (constituyente): su conformación como espacio de contrapoderes. Esto entraña necesariamente descentralización institucional, transmisión de recursos a los movimientos y democratización radical de los ayuntamientos, amén de un hoja de ruta basada en el ataque/liquidación de las oligarquías locales (auditoría de la deuda, remunicipalización y cooperativización de los servicios, etc.). De momento, apenas se ha pasado de la tentativa. Sobra decir que el retroceso frente a la ofensiva de los sectores conservadores y las alianzas de élites locales es hoy patente.

La recomposición de la izquierda va a actuar como un poderoso atractor de la energía política en la fase que se abre

El segundo reside en la propia debilidad del movimiento a la hora de constituirse como un archipiélago de contrapoderes efectivos. Prima antes la fragilidad de los movimientos y el respeto institucional a los “nuestros”, que una política que asuma la disyuntiva del momento: o se mantiene la iniciativa política o se está condenado a someterse a la inercia institucional y a la contraofensiva restauradora. Tampoco es un factor menor en la “moderación ambiente” la entrada en la institución –con la consiguiente aceptación de los rituales de Estado y gobierno– de una gran cantidad de cuadros de movimiento, activos en la fase anterior pero con una reflexión poco o nada madura sobre el viejo asunto del “poder”. La construcción, y sobre todo la autonomía del movimiento –respecto a las candidaturas en el gobierno y la oposición– es radical y clave en esta coyuntura. Sin ella la oportunidad de construir un espacio político nuevo y genuino se habrá perdido.

Tercero. La apuesta por un espacio político nuevo a la altura de la ola democrática que abrió el 15M, o la construcción de una cultura política y organizativa en clara discontinuidad con aquellas de la izquierda. La recomposición de la izquierda va a actuar como un poderoso atractor de la energía política en la fase que se abre. La descomposición de Podemos y de IU va a dar lugar a procesos, más o menos duros, de recuperación de formas partidarias dirigidas a llenar el hueco sociológico-electoral de la izquierda. Aunque en esto jugarán nombres, figuras, marcas, discursos de retórica democratista, la inercia –como ha ocurrido con Podemos y en parte con las candidaturas municipalistas– arrastra a la conformación de una nueva izquierda, repetición más o menos innovadora del proyecto IU en 1986, pero siempre ajustada a la forma partido. Factor no menor en este proceso son las carreras políticas de una gran cantidad de cargos públicos (concejales, diputados autonómicos), así como del aparato burocrático que les acompañan –un verdadero ejército de expertos, asesores, protoburócratas y burócratas confirmados–. Juntos reúnen combustible suficiente para alimentar una larga batalla por la conformación del nuevo o los nuevos partidos de la izquierda.

Aun cuando en algunos territorios, la opción por intervenir en la recomposición de la izquierda puede ser útil en clave local (una candidatura concreta), lo cierto es que esta vía puede significar la normalización definitiva de la escena política con una fórmula aparentemente nueva, pero dirigida a revivir un viejo actor: la izquierda o la captura-neutralización del voto de la protesta. A la contra de esta inercia: el muncipalismo debiera ser terreno de innovación y exploración de otras formas de organización política, no partidarias, no subordinadas a la inevitable prolongación de la forma Estado por la vía de la subvención y la profesionalización.

En este terreno, no se trata, o al menos no sólo, de poner en marcha una multitud de tecnologías organizativas ya conocidas: la primacía del principio asambleario, las direcciones colegiadas, la discusión política democrática frente a la autonomía de los cargos, los límites claros a la profesionalización de los cargos y asesores (en mandatos, formas elección, salarios), los límites a la profesionalización política en general. El reto consiste en algo mucho más grave, consiste en apostar por una organización democrática de base local, fundada en la autonomía y la multiplicación de los espacios de decisión frente a la concentración orgánica y las lógicas de delegación-representación. La clave: la construcción del movimiento en forma de contrapoder. El medio: la autonomía de los procesos vivos, o su no subordinación a las instancias de representación y del Estado.
 

 

Cuarto. Un trabajo a medio plazo por ampliar y hacer estallar los límites de la composición social dominante en el movimiento, esto es, las clases medias «tardojuveniles», con diferentes grados de inclusión/exclusión de los cauces institucionales y profesionales. Ya se ha explicado: en este segmento se encuentra el núcleo de la crisis, pero limitarse al mismo implica la renuncia a aprovechar políticamente la lenta pero inexorable pérdida de centralidad de la figura de las clases medias. Ciertamente, los movimientos sociales han tenido en estos últimos años su base en este segmento social, que ha dado lugar a un cierto relanzamiento (todavía pobre en comparación con los setenta y ochenta) del cooperativismo y de distintas formas de vida al margen (como la okupación), base en definitiva del nuevo rosario de contrapoderes. No obstante, la debilidad ética del movimiento –ya probada en las instituciones– radica en buena medida en su propia composición, tendente a darse por satisfecha con la restauración de una meritocracia considerada en términos oportunistas. Nótese bien, en esta misma línea se reconoce el éxito de Ciudadanos.

Desde esta perspectiva, sorprende poco que la “nueva política” se haya articulado con total indiferencia, cuando no oposición, a los elementos sindicales u “obreristas” más interesantes –el sindicalismo autónomo presente en las Mareas Verde y Blanca y también en algunos de los conflictos más radicales de la post-crisis: Metro, MoviStar, Forestales, etc–. El rechazo sindical tiene una correspondencia con otros “memes” de época, como el democratismo tecnopolítico y procedimental que ha considerado el horizonte democracia sobre la ficción de una igualdad de partida –sin rastro de género, laboral o de clase–.

Valga decir que esta alianza es la única “unidad popular” digna de tal nombre, y que tampoco se arranca de cero. El primer ciclo 15M nos ha provisto de un buen número de experimentos de sindicalismo social, o por los derechos sociales, sostenidos sobre bases que no se corresponden con los llamados movimientos sociales. Si estos últimos habían estallado antes del 15M fue, en buena medida, gracias la ruptura con la “política de autoconsumo” y al trabajo que se lleva realizando desde hace más de una década en el marco de la precariedad, la alianza con los migrantes, por los derechos sociales, etc. El movimiento por la vivienda y las mareas parecen proveer buenos mimbres de partida. Igualmente la penetración de Podemos en territorios opacos en las escenas tradicionales de los movimientos (los centros urbanos y los espacios de centralidad, esto es, las periferias) también apunta a actores posibles de estas alianzas. También a este respecto resulta crucial saber atravesar el desierto político que dejará esta fase.

Quinto y en último caso, una consideración obvia: la articulación dentro del ciclo europeo. Grecia marca los límites del movimiento democrático en un único país. La extrema derecha europea muestra otra lectura posible de los “malestares” entre las capas que se descuelgan rápidamente de la ilusión de una sociedad homogénea de clases medias. Sencillamente sin la retroalimentación constante con el ciclo europeo no hay ciclo ibérico.

+A Agrandar texto
+A Disminuir texto
Licencia

comentarios

6

  • |
    Roger
    |
    Vie, 10/30/2015 - 12:43
    Hola Clara. Si no lo hubiese registrado AeC sería ahora la refundación de IU, una de las condiciones era que Podemos estuviese dentro.
  • |
    Roger
    |
    Vie, 10/30/2015 - 12:36
    ¿Allende fue una ilusión? Con 50 tacos voy a votar por primera vez en mi vida, seguiré luchando en la calle pero el 20D echaré un papelito en una urna, no pasa nada compas, no coges tiña. Solo hay que leer "El País" o "El Mundo", escuchar a los dueños de bancos para saber que Podemos les molesta bastante. Ya se que un cambio radical se hace en la calle, pero una cosa no quita la otra y siendo un poco realistas el panorama social no invita al optimismo. Como bien dice Liria: "Si Podemos no gana, no será porque haya revolución más bien fascismo". Veremos.
  • |
    Octavio Alberola
    |
    Jue, 10/29/2015 - 22:38
    " La ilusión democrática y el llamado “poder del voto” se ha decantado definitivamente como lo que es: “ilusión”. " Es curioso que esa constatación, que se viene realizando desde hace ya varios siglos de sufragio, la tengan que hacer muchos jóvenes o menos jóvenes que tenían ya una cultura política suficiente para saber que, desde su invención, el electoralismo era pura ilusión... Es por ello que me parece poco probable que ahora, tras el 20D, los que creyeron en la posibilidad de hacer una política "nueva" sean capaces de reaccionar y reactivar la protesta en las calles. Me temo que esa reactivación tendrá que intentarse sin ellos; pues no es con desilusionados que se potncia la rebelión. No lo olvidemos, el hombre rebelde lo es porque es consciente de que sólo la rebelión es creadora de lo nuevo. Seamos rebeldes.
  • |
    Clara
    |
    Mar, 10/27/2015 - 18:51
    Enmanuel, las formas. La liturgia. Debes explicar porque nos metisteis en lo de AeC como aglutinadora de la izquierda y de noche nos enteramos que ese nombre lo habias registrado a tu nombre. No, Enmanuel, las formas. el disrcurso de la izquierda nace desde la capacidad de dar, de no apropiarse de nada. Todo para todos y al servicio de todos. Lo que hicisteis no tiene nombre: Hasta os apropiasteis del nombre. Menos mal que aun no teníamos sede.
  • |
    Libertad Política Colectiva.
    |
    Mar, 10/27/2015 - 17:53
    Miren ustedes que es bien fácil entender QUÉ ES LA LIBERTAD POLÍTICA COLECTIVA. La Libertad Política Colectiva o se tiene o no se tiene, no hay más. Y, evidentísimamente, en España no hay LIBERTAD POLÍTICA COLECTIVA, con lo cual mucho menos hay DEMOCRACIA. Todos los partidos políticos son simples órganos del aparato del Estado (y un Estado nunca jamás es DEMOCRÁTICO ni tan siquiera democratizador, esto ya debe de saberlo hasta el que asó la manteca) (y para seguir riéndonos más..., resulta que este Estado es capitalista-cleptocrático-nacionalcatolicista-represor-imbecilizador-idiotizador-etc.). Pues nada, lo mismo que las aspiraciones hitlerianas, fascistas, stalinistas, etc., es decir, CONSEGUIR INTEGRAR (devorar, hacer desaparecer, exterminar políticamente) A LA SOCIEDAD CIVIL EN EL APARATO DEL ESTADO MEDIANTE LA CREACIÓN DE PARTIDO O PARTIDOS QUE SON SIMPLES Y SIMPLONES ÓRGANOS DEL APARATO DEL ESTADO, SIMPLES BURÓCRATAS. Resulta que esos partidos del Estado prometen igualdad, salvo los llamados de ultraderecha o derecha sin más, que no lo prometen, que prometen eficacia, etc.; PUES BIEN, LA IGUALDAD ES IMPOSIBLE, ES ABSURDO, LO QUE SÍ HAY QUE BUSCAR ES LA IGUALDAD DE OPORTUNIDADES PARA TODOS. Igualdad de oportunidades de ser lo que se pueda, en función de cada cual; esto es distinto. En fin, SIN LIBERTAD POLÍTICA COLECTIVA NO HAY DEMOCRACIA, TODO ES UN RÉGIMEN DE PODER OLIGÁRQUICO DEL ESTADO, CON PARTIDOS POLITICOS DEL ESTADO QUE SON SIMPLES BURÓCRATAS DE ESE APARATO CAPITALISTA-CLEPTOCRÁTICO-ETC.
  • | |
    Mar, 10/27/2015 - 13:31
    Un análisis muy lúcido, en mi opinión. El orillamiento de la radicalidad democrática por el "democratismo tecnopolítico y procedimental" explica el desencanto de muchos simpatizantes. La transformación en partido político ha obligado, en aras de conquistar el mítico centro político, con el que supuestamente se ganan las elecciones, a opacar, si no a eliminar, los aspectos más atractivos de las primeras propuestas.
  • Tienda El Salto