Más allá de un españolismo acrítico

La legalidad, tal y como se está planteando desde el Estado español, no es buena para nadie.

Texto de Guiomar Castaos, profesora y activista cultural.

08/09/15 · 18:29
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Soy profesora de catalán en Barcelona. He tenido muchos alumnos de origen andaluz; empiezo siempre explicándoles que les será más fácil aprender porque tienen, en su castellano, fonemas que no existen en otros dialectos y que existen también en catalán. Mucho más a menudo de lo que querría, me encuentro con respuestas sorprendidas: “Si yo hablo mal”, “nos comemos las eses porque pronunciamos mal”, etcétera.

Me entristece comprobar una y otra vez cómo el rodillo imparable de un identitarismo español estatista, el que llama periódicamente a filas a sus súbditos forzados, es quien les ha expoliado de su cultura, minando con ello la autoestima de tantas personas. Y, además, ese mismo ­rodillo acudirá después a perversos argumentos cuando el estatismo entra en crisis –verbigracia, el proceso que ha llevado a las elecciones catalanas del 27S–, alegando que quienes se han rebelado contra la prohibición de consultas y demás, lo hacen por egoísmo, superioridad o enfrentamiento con otras poblaciones dentro de estas mismas fronteras.

No, oiga, no, a mí esta España tal y como se muestra me parece una mierda para todos y todas, sea en Extremadura o en el Solsonès.

Escenarios de cambio

Es desde los movimientos sociales desde donde se generan escenarios de cambio. Y ahí, a mi parecer, hay ahora mismo una gran oportunidad. Si los movimientos sociales del Estado español se mantienen al margen del tema, o, al menos en parte, se suman por acción u omisión al españolismo que utilice las armas que sean contra la población catalana que exige decidir –y que no es sólo la que quiere la independencia–, acabarán perjudicando sus propios intereses. Continuar con el panorama actual es continuar con una maquinaria de opresión que afecta a toda la población en todos los territorios bajo el Estado, haya en ellos un conflicto nacional o no. En cambio, afrontar de otra manera la crisis simbólica del identitarismo estatista supone la oportunidad de cambiar el punto de vista y poner en valor la diversidad de cultura y lo local más allá de un españolismo acrítico. Y cuidado con reducir cultura local a folclore rancio o conservador, que a menudo es otra de las nefastas consecuencias del estatismo. Para seguir con el ejemplo de Andalucía, me enamoran los flamencos cantándole a las preferentes en acciones sorpresa. La cultura popular ha sido siempre vehículo de rebeldía, no despreciemos su potencial.

Desde lo local

No se trata tan sólo de los aspectos culturales, también de una óptica que huya de globalidades económicas igual que se huye de la globalidad de las fronteras. Es desde lo local que se están planteando muchas experiencias transformadoras de economía social, por ejemplo.

Y mucho más allá de las dudas y debates que susciten los diversos aspectos del Procés, otra lección a extraer, muy útil para cualquier movimiento social, es que la represión pura y dura no puede detener la desobediencia. La supuesta “fuerza de la ley” no ha bastado para reprimir la desobediencia, y el descontento ha seguido adelante. Eso me parece positivo, en sí mismo, para cualquier óptica transformadora.

Pero sería necesario, para que un nuevo imaginario construido desde los movimientos sociales del Estado español tenga posibilidades de éxito, que tenga la capacidad de poner en cuestión la imagen mediática que se ha servido como plato único. Desde los tópicos absurdos acerca de si se persigue a los caste­llanohablantes a la imagen de ­Artur Mas planeando la independencia y manipulando malévolamente a unos catalanes inocentes que nunca se habían quejado antes.

La cuestión no es ésa, sino que la legalidad, tal y como se está planteando desde el Estado español, no es buena para nadie. Supone asumir una identidad impuesta y limitante. Nadie de­­bería conformarse con eso.

Tags relacionados: Nacionalismo número 253
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comentarios

2

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    Angel
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    14/09/2015 - 3:41pm
    El Estado es una construcción de control social que ejerce sobre los ciudadanos una fuerte tutela del comportamiento. Velamos por sus formas porque a través del miedo interiorizamos " como hay que hacer las cosas y como no". Buscar las trazas de este control en los gestos cotidianos es la única forma de entender su funcionamiento. Otra cosa es que no se quiera entender o que no estemos en posición de desenmarañar tal construcción. España sigue siendo franquista y el nacionalismo español (con su réplica catalana) es la evidencia.
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    Xavier
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    14/09/2015 - 10:24am
    Menudo articulo mas malo, no hay por donde cogerlo Ahora resulta que el estado español tiene la culpa de que un andaluz considere que "habla mal". Lo siguiente que es que el estado español tendra la culpa de que alguien en su casa considere que "cocina mal"?. No se puede criminalizar a quien tu quieras de lo que tu quieras. Un poco de rigor y seriedad.
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